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América ve el amanecer. Se encuentra con el sol naciente de Japón a 90 minutos de distancia. Acaricia ese boleto de regreso al Mundial de Clubes, lo huele, lo sabe suyo. El triunfo en El ‘Volcán’ (2-0) le pone en la antesala de su séptimo título de Concacaf y sólo una tragedia en el ‘Coloso de Santa Úrsula’ se lo va a quitar.

Los jugadores águilas se abrazan al terminar el juego de ida de la final en el estadio Universitario. La alegría de Ignacio Ambriz resulta evidente. Darío Benedetto y Osvaldo Martínez, artífices del triunfo con goles al 48’ y 92’, se llevan los aplausos, los abrazos. Provoca la felicidad que tanto presumen los azulcrema y tanto odian sus detractores.

Marcador que resulta demasiado pesado para unos Tigres que aceptaron 10 goles en las últimas tres finales de vuelta (el propio América, Pumas y River Plate), mismas que perdieron sin resistencia. En esa tercia de encuentros, en el timón estaba Ricardo Ferretti y el próximo miércoles también estará el ‘Tuca’ en el banquillo regiomontano.

Más que nunca, los de Coapa pueden convertirse en los mandones del área si confirman la victoria de anoche y levantan ante su gente el título siete del área para ser los máximos ganadores en la historia de la Concacaf.

Primera mitad que arranca como una típica final de ida. Ríspida, disputada en la mitad de la cancha y la protección excesiva que impida un gol rival. Impedir el daño como premisa, antes que pensar en herir al contrario. Filosofía que da frutos a ambos. Tigres no quiere que pese el gol de visitante en su meta y las Águilas están felices con la igualada fuera de casa,

América apuesta por la destrucción. Es su mejor arma en el combate al talento y la velocidad de los ofensivos de los Tigres. Apenas la toca Javier Aquino, Jürgen Damm, André-Pierre Gignac o Rafael Sobis, tres o cuatro emplumados se acercan para entre empujones, faltas y jaloneos impedir que el balón de acerque a su portería.

El objetivo para los azulcrema es claro: el empate sin goles les deja satisfechos, que el Azteca lo resuelva a su favor. Entre las bajas y el temor a sufrir un revés definitivo en el estadio Universitario, los americanistas se quedan agazapados, ante unos felinos norteños con más voluntad que imginación, con numerosos reclamos al silbante Roberto García Orozco y apenas dos remates a gol.

Los capitalinos se notan cómodos con su estilo de poca productividad ofensiva. En los primeros 45 minutos nunca pudieron rematar a gol. El bicampeonato de la Liga de Campeones de la Concacaf pasa más por la inhibición de las ideas rivales que por la creación de las propias. El lucimiento de la grandeza que presume el América aún puede esperar. Ignacio Ambriz, su técnico, lo sabe; no se desespera en el primero de los cuatro tiempos de la final del torneo regional.

Ocho bajas en su plantel, el enfrentar a un equipo armado con más de 50 millones de dólares que tiene al mejor goleador del torneo en Gignac, provoca que los visitantes renuncien a la pelota. El primer tiempo acaba con una posesión de 56 por ciento para los regios y 44 para el ‘Ame’. Aún así, los de Coapa se van tranquilos a descansar. Todo sale conforme al guión.

“No hay que volvernos locos. Es una serie a 180 minutos”, declaró Ricardo Peláez, presidente deportivo de los cremas, antes del duelo. Sus muchachos mantienen la fidelidad a su dirigente. Nunca desobedecen.

América sólo tiene sobresaltos, como un tiro libre apenas arriba de ‘Juninho’ y un balón que vuela Javier Aquino ante un ya inerme portero rival, Hugo González.

En el complemento, las Águilas encuentran el premio. Su primera jugada luminosa encuentra las redes con el gol de Darío Benedetto. Una incursión en el área de Oribe Peralta, quien cedió a Osvaldo Martínez, para que el paraguayo mandara un centro preciso. José Rivas, con su 1.88 metros de estatura, quiso ir con el pie en vez de con la cabeza, que hubiese sido lo lógico. El zaguero felino se pasa y el argentino encuentra las redes (48’).

Desconcierto local. Tigres casi paga una segunda anotación. Un fuera de juego, presuntamente mal marcado, pudo ser el segundo para los americanistas. La jugada resulta apretada. La salida fallida de Nahuel Guzmán en media cancha provoca que Oribe Peralta le ceda el esférico a Andrés Andrade, quien arranca en su propio campo lo que rompe el offside. Roberto Morín, el árbitro asistente, levanta la bandera. Invalida la acción y el festejo capitalino al 56’.

El duelo transcurre y se acerca al final. Osvaldo Martínez se atreve a enviar un disparo desde afuera del área y marca el segundo en el 92’. Sentencia. La final luce finiquitada. García Orozco hace sonar su silbato para decretar la culminación de la ida de la final. En ese instante, el América se da cuenta que el sol naciente japonés está muy cerca.

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