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Vancouver.— Su anglosajón acento le traiciona, pese a asegurar que todos los integrantes de la familia que encabeza “somos mexicanos”. Dice llamarse “Carlos”. La realidad es que su nombre es Carl, nació en Ontario y hace poco más de una década conoció a Alicia, quien viajó desde Zacatecas en busca de una mejor vida. Halló más: el amor.
En medio de la colorida batalla de porras entre aficionados canadienses y mexicanos, los Smith roban cámara por la peculiar vestimenta de sus tres hijas. Las ‘adelitas’ son sumamente solicitadas para la instantánea, aunque el combo no está completo sin un pequeñín que porta orgulloso la elástica de la Selección que representa a un país en el que no nació, apenas ha visitado en una ocasión, pero conoce perfectamente gracias a las costumbres transmitidas por su madre.
El padre de los chicos también las ha aprendido, incluso el gusto por el ‘soccer’ y el Tricolor. Es por eso que porta la camiseta verde, pese al interminable tono carmesí que inunda más de la mitad de las butacas en el estadio BC Place. “Soy más mexicano que tú”, presume Carl, cuyos hijos tienen la doble nacionalidad.
No todos viven en la Columbia Británica, pero sí en ciudades de Ontario, Quebec y Alberta. “Hicimos cinco horas desde Toronto… En avión. Además de otras dos de retraso por la helada que cayó allá”, relata Laura González, quien nació en Tamaulipas. Dos de sus tres hijas nacieron en México. La otra, en Canadá. Pero todas, como las ‘adelitas’ Smith, le van a la Selección Mexicana. Se identifican y admiran a Javier Hernández, Rafael Márquez y Andrés Guardado.
Su corazón late al compás de esas melodías que han escuchado gracias a las mujeres que dieron un giro a su vida y pasaron dos fronteras antes de hallar su lugar en el planeta. Eso explica que todas bailan, gritan y fingen seguir la letra cuando escuchan ‘El Rey’, ‘El Mariachi Loco’ y, sobre todo, ‘Cielito Lindo’, que son interpretadas por el mariachi ‘Los Dorados’, cuyos miembros son mexicanos radicados en Vancouver y uno canadiense de nacimiento.
Es entonces que algunas involuntarias lágrimas recorren los gélidos rostros mexicanos. Los últimos remanentes del invierno norteamericano todavía enfrían las manos, pero la sangre llega al punto de ebullición durante una caravana que recorre las siete calles que separan a la galería de arte con el estadio.
Los pocos que aún no tienen entradas, ya con la emoción a flor de piel, se animan a desembolsar hasta 250 dólares canadienses (3 mil 500 pesos), por una, en el mercado negro. En taquillas, su costo no rebasó los 100 dólares (mil 400 pesos). La reventa es legal en Canadá.
Tampoco hay recriminaciones por el criticado grito que se da cuando despeja el meta local, Milan Borjan. Adelanto de lo que se multiplicará el martes en el Azteca, aunque hay quien sugiere decir “¡América!” en lugar de “¡Pu…!”, al cabo que “es lo mismo”. Los canadienses responden con un “You fat bastard!” (“¡Gran bastardo!”) cada que el balón es tocado por Talavera.
Expresiones no enseñadas a la tercia de ‘adelitas’. Posaron para innumerables fotografías, desde los que observaron por primera vez en vivo a ese equipo del que tanto habían escuchado… Al que aprendieron a querer.