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Aficionado al Inter de Milán desde niño, debido a la influencia de su padre italiano, Giovanni Vincenzo Infantino (Brig-Glis, Suiza, 23 de marzo de 1970) entendió durante la adolescencia que la cancha no le ofrecería futuro, mas eso no minó su amor por el balompié.
El noveno presidente en la historia de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) echó mano de otro camino no tan común para estar ligado al deporte de sus amores, ese que dirige a partir de ayer.
Abogado titulado por la Universidad de Friburgo, Gianni —como le llaman desde la infancia— presume una combinación valiosa en el peleado mundo directivo: carisma e inteligencia.
Políglota capaz de seducir a gobernantes, dirigentes deportivos o mujeres. Sus padres siempre le hablan en italiano, pero aprendió francés y alemán —con su derivación suiza— en la escuela. Varios años después agregó inglés, español y portugués.
También domina el árabe, gracias a casarse con la libanesa Lina Al Achkar. Tienen cuatro hijas.
Saltó a la fama tras ser el encargado de conducir los sorteos en la Champions League, Europa League y Eurocopa. Para entonces, ya era secretario general de la UEFA, bajo el cobijo del ex astro francés Michel Platini, a quien le debe bastante, incluso haber sido candidato a la principal silla futbolística del orbe. Durante su campaña, gastó más de 500 mil dólares.
La suspensión por seis años al galo le permitió coronar una carrera que inició en 2000, cuando ingresó al órgano rector del balompié en el viejo continente para hacerse cargo de diversos asuntos legales y comerciales.
Su inteligencia lo catapultó a la dirección de Asuntos Jurídicos y Licencias de las Divisiones de Clubes en 2004. Tres años después, fue ascendido a secretario general adjunto y para 2009, con Platini al mando de la UEFA, llegó al puesto que tenía hasta ayer.
Hoy, ese admirador del ex delantero italiano Alessandro Altobelli y que nació en una localidad situada a sólo 10 kilómetros de Visp, lugar de origen de su polémico antecesor, Joseph Blatter, tiene la oportunidad de cristalizar el sueño que abrazó desde su niñez: hacerse de un sitio en la historia del futbol.