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hector.morales@eluniversal.com.mx
Pocas, muy pocas figuras llegan de Europa al futbol mexicano, y cuando arriban en su mayoría es para arrastrar el prestigio, para sólo vivir del recuerdo de las glorias ya muy pasadas.
Pero a eso no vino André-Pierre Gignac, francés que sorprendíó a propios y extraños al abandonar Europa y aventurarse en el futbol mexicano con grandes resultados.
Gignac, de apenas 30 años, tenía ofertas de clubes del viejo continente, pero eligió a México porque “quería tener paz, y no pensar en todo lo que ocurre en Francia”, dijo a su llegada.
Y desde un principio demostró que no venía a pasear. Hombre de buen físico, de gran técnica individual y que hace fácil lo que es más difícil en el llamado “juego del hombre”, marcar el gol. Desde que pisó la primera cancha mexicana maravilló con su profesionalismo y con su compañerismo, porque a pesar de ser la figura, siempre se veía en el europeo un gesto de agradecimiento al compañero que le dio el pase, al técnico que lo hizo jugar, y hasta cuando tenía que actuar de forma defensiva, lo hacía sin miramientos, sin poses de figura.
En la Liga, robó haciendo goles de todo tipo y en la Liguilla mantuvo su nivel, no se escondió como muchos, no puso pretextos al cansancio, sino que siguió con su misión, ser el mejor del torneo.
En la gran final, André-Pierre Gignac se vistó de frack, con un Pumas desbocado él esperó la oportunidad, el momento preciso para, como depredador, anotar el gol en el momento justo, gol que metió a Tigres de nuevo al juego, y aunque no fue el definitivo, tuvo mucho valor. En la serie de penaltis, de nueva cuenta mostró toda su jerarquía al tirar el primero de su equipo y convertirlo en gol sin miramiento alguno, haciendo fácil lo difícil. Una vez más.
Es André-Pierre Gignac, la figura de Tigres, la figura del torneo mexicano y, sin lugar a dudas, la figura de la final del Torneo de Apertura 2015.