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Wolfsburgo, Alemania.— Josep Guardiola termina como un hombre solo que camina hacia el vestidor. Baja la mirada, se toca la nariz y es secundado por sus jugadores, que tienen el rostro con sudor en la frente y desconcierto en el semblante.
Imagen de la caída del gigante del futbol alemán, mientras el Wolfsburg se encumbra. Levanta la Supercopa de su país, la primera en su historia, en una fatídica serie de penaltis (5-4), después del empate a un gol durante el tiempo regular.
Premio al ímpetu de los ‘Wolves’, que nunca decayeron. La depresión de irse en desventaja ante el equipo todopoderoso de Munich jamás los invade. Niklas Bendtner encabeza la gesta en la agonía del encuentro.
Si en Bavaria Guardiola aún genera dudas, con la caída la presión se observa descendente hacia la figura que en el Barcelona de España lo ganó casi todo. En tierras germanas le cuesta trabajo dominar, pese a la constelación de estrellas que tiene en su plantel.
Al minuto 89, las banderas verdes y blancas con la ‘W’ en medio se levantan y agitan con furia. El delantero danés da una pincelada de talento y letalidad para empatar un juego que se escurría en favor del Bayern.
La mancha roja en una de las esquinas de la Volkswagen Arena dejó de latir. Su alegría se desvaneció, perdió su voz y fuerza adquirida cuando Arjen Robben había aprovechado un rebote para hacer el 1-0 en favor del cuadro muniqués (50’).
Partido que antes del empate de Bendtner tenía tintes de injusticia. El Wolfsburg había hecho lo posible para no perder el encuentro en su feudo. Pero la balanza suele ser traidora y concede la razón al conjunto que sabe herir, sobre el que hace mejor las cosas.
El Bayern apela demasiado a Manuel Neuer. Su presencia intimida a los delanteros que enfrenta, quienes se pierden oportunidades.
Los ‘Wolves’ dejan ir al menos tres ocasiones claras para la igualada. En un mano a mano, con error del meta muniqués, Kevin de Bruyne envía un ‘globito’ hacia afuera.
Es hasta el ingreso del héroe del encuentro cuando hallan las respuestas ofensivas que en 88 minutos eran sólo acertijos. Bendtner le da vida a su equipo desde la banca, donde suelen aguardar los hombres que esperan una oportunidad para cambiar la historia.
El ex del Arsenal lo logra. Envía el juego a la tanda de penaltis. Los fans de ambos clubes no paran de cantar, porque es su manera de maniatar los nervios que les invaden.
Llega la fusilata desde los 11 pasos. Tanda de cinco en la que el Wolfsburg tiene el golpe anímico que le da el empate, cuando el tiempo de compensación acechaba. Por el Bayern falla Xabi Alonso y Neuer resulta incapaz de detener algún envío. Del bando de casa todos son perfectos.
Con el 4-4 y un penalti disponible para los de casa, Bendtner toma el balón. Disfruta cada paso que da hacia el esférico. Lo empalma y anota. Su Arena es digna de cualquier psiquiatra. Resulta ensordecedora la celebración.
Papeles dorados rodean al Wolfsburg, mientras el capitán Naldo levanta la primera Supercopa del club. Hoy ese equipo, antes modestísimo, puede presumirle a su gente el triunfo sobre el coloso de la Bundesliga.
Del otro lado, en el Bayern Munich, Josep Guardiola se va solo y cabizbajo a su vestidor. Sí, también tiene las manos vacías.