Más Información
Felipe Calderón y Margarita Zavala festejan Navidad con sus hijos; “les mandamos nuestros mejores deseos”, expresan
Adriana Malvido invita a unirse al nuevo movimiento ambiental ABC/MX; convoca a la juventud para enfrentar la crisis climática
José Ramón López Beltrán y su familia agradecen apoyo con foto navideña; “nos sentimos muy afortunados”, dicen
Claudia Sheinbaum y Jesús Tarriba envían mensaje a mexicanos; “gracias por lo que hacen por sus familias y por México”
Decomisan arsenal, granadas y equipo táctico en Pantelhó, Chiapas; catean rancho tras enfrentamiento
daniel.blumrosen@eluniversal.com.mx
Monterrey.— Lo que arroja este ‘Volcán’ no es lava, pero resulta igual de candente. Desbordada pasión en la noche más sagrada de los Tigres, en la que no sólo representan a su “incomparable” pueblo o a la Universidad Autónoma de Nuevo León. Sus corazones se tiñen de verde, blanco y rojo.
Eso explica la monumental bandera que hace lucir aún más grandes las tribunas del estadio Universitario. Gigantesco mosaico amarillo con motivos tricolores. En las gradas laterales hay dos enormes mantas. Una presume “Somos Tigres, somos México”. Frase que se multiplica en redes sociales.
En cada puerta se obsequian playeras y pañuelos amarillos para que el estadio luzca aún más hostil.
Durante la cálida noche regiomontana, el genuino equipo del pueblo en Monterrey exprime corazones en el país. También desgarra gargantas, sobre todo en un ‘Volcán’ que ruge desde antes del ocaso. No podía ser de otra manera. Lo habita un feroz tigre dispuesto a consolidar su estatus de rey de la selva futbolística de América.
El orgullo felino plasmado en miles de rostros, sólo es resquebrajado por las lágrimas. Se trata del néctar de la emoción, ese que se vuelve incontrolable cuando retumban la letra concebida por el poeta Francisco González Bocanegra y la música del maestro Jaime Nunó. Lo interpreta el cantante Alexander Acha, hijo de Emmanuel. La emotiva escena se repite cuando aparece el primer “Ti-gue-res, Ti-gue-res!”, un auténtico rugido.
Se enchina la piel y el corazón late más rápido. El sentimiento es inversamente proporcional entre los pocos visitantes que hay dentro y fuera del campo. Los jugadores de River Plate salen a la cancha para jugar la final de la Copa Libertadores 2015, tomados de la mano. Apelan a la unión para enfrentar a la multitud. Táctica estéril. Quedan congelados en el ‘Volcán’.
Es lo único frío en la calurosa velada norteña. Aún hay más de 30 grados de temperatura, cuando el árbitro paraguayo Antonio Arias da el silbatazo inicial. Pero lo que asfixia a los Millonarios proviene de las gradas. Es ese peculiar “magma” expulsado por el estadio Universitario de Nuevo León.
Horas antes del partido, varios periodistas argentinos presentes dudan sobre el nombre del inmueble. Volverán a casa equivocados, con la certeza de que es ‘Volcán’.
Cada rugido confirma su teoría, porque el orgulloso pueblo felino no desentona en la más sagrada de las noches para el futbol regiomontano. Se hace llamar “incomparable”... Y una final de Copa Libertadores basta para demostrarlo.