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daniel.blumrosen@eluniversal.com.mx
Una carcajada traiciona a Joseph Blatter (Visp, Suiza, 10 de marzo de 1936), cada que recuerda esa fría mañana alpina. Había logrado destacar, como goleador, en el club de la localidad donde vivía, por lo que el poderoso Lausanne estaba interesado en contratarle. Al chico le ilusionaba la oportunidad... Hasta que su padre lanzó aquella sentencia que mutó en acicate: “Jamás harás dinero en el futbol”.
No tuvo opción. El sueño de cancha fue destrozado, no el de tener fortuna y poder, ese que hoy es lo más importante para él.
Genuino político disfrazado de directivo futbolístico, capaz de cabildear a personas de distintas etnias y con creencias opuestas.
Siempre ha estado ligado al deporte, aunque lo de él eran las relaciones humanas. Por eso, se retiró abruptamente. Brilló con el modesto Visp y se ganó el sobrenombre de ‘Uwe Seeler del Alto Valais’, en relación al ex goleador germano, aunque jamás saltó a un equipo de abolengo.
También destacó en el atletismo. A los 20 años de edad, corrió los 100 metros planos en 11.7 segundos. Nunca se detuvo, perseguía el poder.
Lo conoció menos de una década después. Fue amor a primera vista. Fungió como jefe de Relaciones Públicas en la Oficina de Turismo del Cantón de Valais, puesto al que llegó tras graduarse —en comercio y economía política— por la Escuela de Altos Estudios Comerciales de la Universidad de Lausana.
Duró menos de un año. El deporte y la fascinación por el poder siempre han corrido por sus venas. Antes de llegar a la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) en 1975, el helvético fue director general de la Federación Suiza de Hockey sobre Hielo, así como encargado de relaciones públicas y deporte de la fabricante de relojes Longines. Gracias a eso, estuvo cerca de los comités organizadores de los Juegos Olímpicos Munich 1972 y Montreal 1976. Había encontrado esa combinación que lo seducía.
A la que se aferra cuatro décadas después, tanto como a las mujeres y los automóviles deportivos.
Ese semblante bonachón y voz amigable son la careta de un ‘Don Juan’. Su actual novia, la armenia Linda Barras, es 30 años menor que él. Oficializaron la relación a principios de 2015. El suizo tenía siete años como soltero, después de su tercer matrimonio.
Mujeres nunca le han faltado, al igual que dinero y poder. No se sabe exactamente cuánto percibe, pero diversos reportes de prensa informan que su salario anual es superior a los dos millones de dólares. Los miembros del comité ejecutivo de la FIFA, los colaboradores más cercanos de Blatter, ganan 300 mil billetes verdes al año.
Cifras que le permiten tener la vida que deseó desde que era un simple futbolista amateur. Posee vehículos de colección, entre los que destacan algunos Mercedes, más allá de que buena parte del tiempo está de viaje.
Porque es un genuino político. Cuando fue elegido para sustituir al brasileño Joao Havelange en la presidencia de la FIFA (8 de junio de 1998), inició una época de apertura en el balompié mundial, lo que aumentó ese poder que hoy le da la posibilidad de estar al frente del organismo, por lo menos, hasta 2019, cuando tenga 83 años de edad.
Con él, Asia (Corea del Sur-Japón 2002) y África (Sudáfrica 2010) albergaron la Copa del Mundo a nivel mayor por primera vez. Conoce perfectamente el arte de convencer. A final de cuentas, el voto de una potencia futbolística y económica vale lo mismo que el de cualquier isla caribeña o atribulada nación africana.
También ha impulsado el futbol femenil, porque otra de sus debilidades es la moda. Si sus labores se lo permiten, asiste a desfiles de prestigiadas marcas. Casi siempre, con perfil bajo.
Llegó a la FIFA cuando la nómina no rebasaba los 15 empleados. Hoy, es la cabeza de un organismo que —sólo por los derechos de transmisión del Mundial Brasil 2014— facturó seis mil millones de dólares.
Es Blatter, uno de los hombres más poderosos del planeta, el que ha garantizado su presencia al frente del órgano rector del balompié mundial otros cuatro años. El que hizo fama y fortuna fuera del terreno de juego y demostró a su padre, varias décadas después, que no tenía razón.