Más Información
futbol@universal.com.mx
Las balas zumbaban encima de su cabeza. 100, 200, 300, quién las cuenta.
Hasta que todo quedó en silencio, un silencio que presagiaba muerte pero que supo a vida.
Salió a rastras, rompió un vidrio y vio a sus compañeros gritando, sufriendo, heridos y a uno fallecido.
Hace ocho meses que Érick Othokari González, el delantero de los Avispones de Chilpancingo volvió a la vida, con apenas 18 años de haberla vivido.
Hoy, el joven futbolista de Tercera División, sonríe de nuevo. No rehúye el tema, no se niega a hablar de él, no le tiene miedo a seguir viviendo su vida y su pasión, el futbol, aún cuando ésta, casi le cuesta la existencia.
El Estadio Azteca es donde cualquier jugador quiere estar, es donde todo futbolista sueña llegar a jugar o sólo ver. Othokari no es la excepción, a pesar del largo viaje desde Chilpancingo, Guerrero, su cara de niño brilla como si acabara de ver el regalo prometido, y lo que está frente de él es sólo un juego, uno más de futbol.
“Lo que pasó, pasó... Voy a seguir disfrutando de todo al máximo, seguir adelante”, dice a EL UNIVERSAL.
Hay noches en que aún recuerda todo lo que sucedió aquella tarde, cuando junto a sus compañeros, amigos, hermanos, regresaban de un partido más, de una victoria más, fue atacado por un grupo de sicarios a los cuales no les importó quién viniera en aquel camión.
“Fue algo difícil de confrontar, de sobrellevar”, dice el niño, el joven que sueña con ser un adulto.
“Estoy estudiando el tercer año de prepa”, dice orgulloso, pero “sigo jugando y bien”.
Fuera de lo que pudiera pensarse, después del ataque donde murió su compañero David José García Evangelista, además del chofer del autobús, “en lo que quedó del torneo nos fue bien, salimos adelante, llegamos a 16avos. de final a pesar del hecho”.
Su sueño, porque aún sueña, es ser futbolista profesional. “Tres de mis compañeros ya se fueron a Tigres, otro a Toluca y otro al América”.
—¿Y tú? —se le pregunta...
“A mí me querían llevar a Cruz Azul, pero no tenemos nada en concreto”.
Mas si la carrera de futbolista no llega a fructificar, ya tiene un plan B, y es que quizá dentro de él mismo, muy en el fondo, el hecho vivido lo ha marcado o despertado una profesión alternativa.
“Quiero ser agente federal...”.
—¿En serio?
“Sí, porque eso es mi mamá. Me llama la atención... No me da miedo. Me daría mucho gusto detener a los delincuentes”, dice muy serio.
Por cierto la investigación acerca del atentado sufrido, “no quedó en nada, creo —menciona el joven futbolista—. Bueno, no se sabe nada”.
Después del suceso, “teníamos escolta cada que salíamos a jugar. Fue por dos o tres semanas, ya ni me acuerdo, después ya no, todo normal, vivimos con normalidad total”.
—¿Todo tranquilo?
“Sí, con nosotros bien, en un municipio cercano sabemos que hay algunos problemas, pero eso queda del otro lado, nosotros nada que ver”.
—¿Y los apoyos?
“Pues ahí están. Tenemos tres becas. Una municipal, una estatal y otra federal. Una de ellas es para apoyar nuestro estudios y en las otras nos ayudan”.
De cerca, no muy lejos, el padre de Othokari, Érick González observa a su hijo. No lo quiere tener lejos pero sabe que debe soltarlo aunque estuvo a punto de perderlo para siempre.
“Lo disfrutamos lo más que se puede. Hay que apoyarlos, gracias a los sicólogos han salido adelante. Lamentablemente murió un chico, pero ellos siguen vivos y con una gran vida por delante”, comenta.
Por eso verlo reír, verlo soñar es el mejor premio para los padres de Othokari, quien sobrevivió a 100, 200, 300 balas, pero que ahora vive la vida con pasión, como si no hubiera mañana.