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daniel.blumrosen@eluniversal.com.mx
Antes de elegir los muebles y accesorios que adornarán su nuevo hogar, Gustavo Cristian Matosas Paidón (Buenos Aires, Argentina, 27 de mayo de 1967) coloca una maleta detrás de la puerta principal. El objetivo es recordar, cada que sale a la calle, lo efímero que podría ser su trabajo.
“Cuando llegan visitas, la pongo en el baño, porque mi mujer se molesta”, confiesa el ahora ex director técnico del América, quien adora el futbol ofensivo y tiene al brasileño Telé Santana como principal referencia.
Hijo del charrúa Roberto Matosas, leyenda del Peñarol, Gustavo nació en Argentina mientras su padre jugaba para el River Plate. Eligió la nacionalidad uruguaya con el fin de tener mayor posibilidad de integrar la selección nacional. Lo consiguió, aunque sólo participó en siete duelos.
De carácter explosivo y gusto por el ‘outfit’ extravagante, coincidió en la secundaria con Enrique Peña Nieto, presidente de México. Para entonces, don Roberto militaba en el Toluca.
Le cuesta trabajo recordar quién es mayor (Peña Nieto le lleva casi un año), pero no duda en asegurar que su ex compañero de cancha “era un crack”. Los éxitos en el León le permitieron reencontrarse con él, hace unos cuantos meses, dentro de la residencia oficial de Los Pinos.
Sólo se acuerda de lo que sentía... Y era feliz, pese a la nómada vida que llevaba por el trabajo de su papá.
También vivió en San Luis Potosí, aunque sus remembranzas más importantes tienen que ver con lo sucedido en el Estado de México.
Apenas jugaba en canchas escolares, pero ya tenía claro que sería futbolista. La dirección técnica no era deseo.
Comenzó a abrazarlo en el primer lustro de la década de los 90, cuando jugó en el Sao Paulo de Brasil. Ya era su quinto club, porque nunca dejó de ser nómada. Jugó para 12 clubes en seis países distintos.
Odisea que terminó, hace 14 años, en el Querétaro. Empezaba la de entrenador, esa que le permitió reencontrarse con un viejo amigo. Se lo debe al exitoso paso con los Panzas Verdes.
No pudo hacer lo mismo con las Águilas, en cuyo banquillo —según confiesa— no disfrutó del todo. La nutrida barba, indispensable en esa apariencia de ‘mirrey’, se encaneció en los más recientes meses.
La maleta sólo fue movida con la presencia de visitas, porque clasificar a la Liguilla y adjudicarse la Liga de Campeones de la Concacaf no fue suficiente, no en un club acostumbrado a ganarlo todo.
Y a los proyectos largos, más allá de las vicisitudes presentadas. Hasta en eso Matosas parecía ajeno, sobre todo después de dejar entrever su salida tras ser goleado por el Herediano de Costa Rica (0-3) y el Veracruz (0-4).
Ese es Gustavo, el hombre aferrado a lo suyo. Por eso, le costó tanto abandonar las camisas con tonos pasteles, las cadenas, los pantalones ceñidos y todos los ‘sui géneris’ sacos, en los que hasta apareció bordado el escudo del América, con tal de cumplir el requisito de portar trajes institucionales.
Los colores sobrios aparecieron cerca del ocaso. Al igual que Miguel Herrera y Antonio Mohamed, se ajustó a las exigencias del club.
Al menos en cuanto a la vestimenta, porque no cumplió y fue eliminado en cuartos de final.
Sabía de que podría pasar. Por eso, la maleta casi siempre estuvo detrás de la puerta... Hasta que ayer la tomó para volver a Uruguay.