Estados Unidos ha tenido primeras damas que se han convertido en iconos de estilo no solo para su país, sino para el mundo. La inmortal Jacqueline Kennedy Onassis y la aún primera dama Michelle Obama son los mejores ejemplos de ello. Pero Hillary, quien habitó bajo el mismo puesto la Casa Blanca, parece no haber conectado con los gustos de prácticamente nadie hasta ahora que se encuentra a solo unos días de saber si su país la ha elegido presidente.
Quizá el problema radique en que no había conseguido definir su propio estilo o tal vez es que —hasta ahora— no le había importado congraciarse con nadie. Cómo saberlo. Uno solo puede guiarse por las fotos que ve. Por ejemplo, se le veía muy cómoda a finales de los años sesenta, cuando estudiaba en el Wellesley College y estaba a punto de ingresar a Yale. En una imagen de junio de 1969, aparece Hillary al estilo hipster con un culotte de rayas y camisa blanca. Los lentes provocarían altercados hoy en un mercado de ropa vintage. Sin más accesorios que un anillo y el pelo en media cola, demuestra que ha mantenido dos cosas clave de aquella época: su minimalismo y sus pocas ganas de dedicarle horas a un peinado. Y, bueno, es que ella ha tenido cosas más importantes que hacer.
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De la crítica a la apreciación
Hay, en los archivos fotográficos de la Bill Clinton & Hillary Rodham Collection, algunos momentos de Hillary en los setenta, siguiendo las modas de la época. También ahí se le ve siendo auténticamente ella. Son, al menos hasta 1975 cuando Bill Clinton ganó la gubernatura de Arkansas, los años en los que no se encontró bajo los reflectores.
Luego todo lo correspondiente a su guardarropa se convirtió en un tema nacional. En los primeros noventa, cuando Bill Clinton se encontraba en su campaña presidencial, ella se dejaba ver con diademas que provocaron que la prensa la calificara de perezosa. Además Hillary pasaba de los 40 años y lo cierto es que ese look preppy ya no se ajustaba a su edad. Quién sabe si sintió pesar o no, pero abandonó las diademas en aras de callar a la crítica. La periodista Michelle Goldberg escribió sobre esto para Slate anotando un punto importante: “Nada de esto [el conflicto de las diademas y otros cortes de pelo] tiene que ver con Hillary Clinton. Más bien ella ha sido un símbolo del oprobio público que le espera a cualquier mujer profesionista que no se arregla el pelo como se espera de ella. A diferencia de sus pares masculinos, las mujeres no pueden solo ir a la peluquería y hacerse un casquete corto. O al menos no pueden hacerlo sin que esto sea visto como un manifiesto importante de su identidad, en lugar de tratarse solo de un corte conveniente. Si el pelo comienza a encanecer, es a las mujeres a quienes de inmediato se les recomienda pintarlo —aunque sea un procedimiento caro y tardado— porque de otro modo son castigadas por aparentar su edad. Algunas tienen más suerte que otras y su pelo tiene una caída natural que es amigable y fácil de peinar, o simplemente disfrutan peinarlo. Pero el resto de nosotras tiene que experimentar con cierta torpeza y invertir tiempo muy valioso en tratar de peinarse todos los días. Es una suerte de impuesto femenino que Clinton ha estado pagando y pagando a través de los años.”
El mencionado impuesto, Clinton no lo dejó de pagar ni haciendo sus mejores intentos. Tal vez sólo con las excepciones que significaron sus dos Inaugural Ball de los dos periodos presidenciales de Bill Clinton. En ambos usó vestidos con lentejuelas, pero de los dos, el mejor es el que usó en 1993: un vestido de azul iridiscente de terciopelo y muselina de seda diseñado por Sara Phillips. Luego todo volvió a ser críticas. Entre más intentaba, peor le iba, como cuando en aquel primer año presidencial de su esposo, quiso parecerse a Jacqueline Kennedy usando perlas y suéteres y abrigos rosados. Ya no estaba siendo floja, pero estaba “tratando demasiado”.
Ni siquiera fue tan valorada la portada que hizo para la revista Vogue en 1998, a la que hoy sí se le pone atención. En una locación llena de rojos navideños, ella —con un vestido largo diseñado por su amigo Oscar de la Renta, usando sólo un anillo y pendientes— luce, ahí sí, guapísima en plena época post escándalo Lewinsky a lo que no hizo ninguna referencia en la entrevista publicada. La portada fue una obra del modisto, quien convenció a Anna Wintour de que Clinton —pese a la polémica— sería la cover girl ideal. Así lo contó él mismo a la revista Haute Living: “Pude convencer a Anna de ponerla en la portada. [En la foto], traté de decirle al espectador quién es Hillary en realidad. La portada fue tomada cuando ella aún estaba en la Casa Blanca. Recuerdo que sus consejeros no estaban seguros de que fuera algo que había que hacer, pero al final ella dijo ‘Oscar, siempre tienes una buena intuición acerca de mí’.”
Con el inicio de milenio, Hillary Clinton inició también una nueva vida política independiente a la de su esposo. Fue electa senadora de Nueva York —fue la primera mujer en hacerlo y, además, la primera dama en postularse para un cargo público— , y desde entonces sus looks comenzaron a tener la influencia masculina de los trajes sastre con pantalón que vemos hasta ahora. El corte de pelo, lo mismo. Ella ha votado por lo práctico, por lo considerado “poco femenino”, pero que al final —en especial para quien tiene una agenda como la suya— funciona. La muerte de Oscar de la Renta en 2014 la dejó sola en temas de moda, pero al parecer ha encontrado refugio en las prendas de Ralph Lauren, quien diseñó el ya icónico traje azul con el que inauguró su campaña. A sus 69 años, la prensa y los votantes por fin han acordado que Hillary tiene estilo, aunque no sea el que a todos les gusta. Ahora la pregunta es: ¿las mujeres tenemos que seguir poniéndonos pantalones para demostrar que tenemos poder? El look actual de Hillary Clinton, indica que sí. Pero ¿qué no el fin justifica los medios? Si Clinton gana la silla presidencia la próxima semana, qué mas da que por fin le haya dado un gustito a sus detractores.