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Siempre resulta estimulante corroborar que el término “descentralización” es una realidad y no sólo parte de la retórica oficial de este país. Prueba de ello es el suceso que la semana oficial de la moda en México ha impulsado desde el año pasado, la cual consiste en visitar alguna las ciudades más importantes del territorio nacional y, durante un fin de semana, convertir ese punto geográfico en una gran pasarela. La primera edición se llevó a cabo en Guadalajara, Jalisco, y en su segunda entrega el suceso tuvo como sede Monterrey.
Con un programa compacto pero sin huecos, la plataforma dio inicio con un cocktail en el Centro Roberto Garza Sada un espacio para la formación, creación y preservación del arte. Cuenta con la Certificación LEED en su nivel “Plata”, otorgada por el U.S. Green Building Council, por lo que se convirtió en la primera de las obras del arquitecto japonés Tadao Ando con este tipo de reconocimiento y, hasta el momento, el único edificio de una institución educativa superior en todo Nuevo León certificado internacionalmente como un espacio que respeta el medio ambiente.
Teniendo como escenario este impresionante edificio, se dio el banderazo de salida del evento con un merecido homenaje al couturier Alejandro Carlín, quien recibió cálidas palabras de reconocimiento a su trayectoria por parte de los organizadores y patrocinadores.
Al día siguiente, Mercedes-Benz Fashion Weekend tomó posesión del Parque Fundidora y su recién inaugurada Nave Lewis. En este sitio, que representa un testimonio vivo de la historia de Monterrey y un importante acervo patrimonial del estado, se presentaron las colecciones Otoño/Invierno 2015-16 de Lorena Saravia, Alejandro Carlín, Pineda Covalín y Ángel Sánchez, integrando así un atractivo panorama estilístico.
Mucha tela de donde cortar
Con un montaje impecable que aprovechó la estructura industrial del lugar, las creaciones de Saravia dieron cuenta de su fidelidad por una estética que, si bien no sería del todo preciso calificar como minimalista, sí se podría perfilar como depurada, limpia y libre de cualquier dejo de superficialidad. Matices profundos, materiales fluidos, uso inteligente de transparencias y juego de proporciones integraron una línea bien editada que, empero, por momentos adoleció de emotividad.
Carlín, por su parte, exhibió una propuesta ubicada en el extremo opuesto (conceptual y estético) de Saravia, pues se decantó por una serie de prendas mucho más complejas en su nivel ornamental, haciendo del verde militar una suerte de hilo conductor que junto con otros elementos –como los materiales con pelo rasurado, el manejo volumétrico y las perforaciones caprichosas con láser– exploró nuevas aristas de sus sofisticados vestidos de noche y cocktail. Un espíritu retro-chic permeó prendas confeccionadas en seda, satén, gamuza, encaje y lana, tiñendo de matices neutros y sólidos una antología que, si bien apostó por el empeño propositivo, se advirtió carente de cohesión.
De su colaboración con la firma Cihua, capitaneada por Vanessa Guckel, el tándem Pineda Covalín generó la que quizá ha sido hasta el momento una de sus colecciones mejor logradas. La sencillez contemporánea que caracteriza a los diseños de Cihua se vio enriquecida con los coloridos, alegres y orgullosamente mexicanos estampados ideados por Cristina Pineda y Ricardo Covalín, dando por resultado una propuesta elegante, ideal para el uso cotidiano y bien pensada.
Y para cerrar con broche de oro, nada mejor que la propuesta del creador de origen venezolano Ángel Sánchez, quien nuevamente dictó cátedra de estilo. Esta vez, el factor sorpresa se tradujo en un sutil aire setentero, impreso en materiales high-tech (como neopreno recubierto con una pátina metalizada), brocados 3D, brillos de última generación y estructuras que dejaron en claro el virtuosismo técnico, los acabados impecables y la sensibilidad que edifica el discurso de este gran creador latinoamericano.
Lo bueno, lo malo y lo raro
Si algo caracteriza a los sucesos de moda es su innegable afinidad con las fiestas, y esta plataforma no fue la excepción. Un apoteósico after party, presentado por Heineken, fue el momento durante el cual todos los invitados dieron rienda suelta a su espíritu dionisiaco.
Sin embargo, algo que resultó cuestionable fue la cantidad de cócteles que hubo: cuatro en total, ¡incluso uno que se efectúo entre los dos primeros y los dos últimos desfiles! ¿Con qué objetivo? Ya bastante alcohol circulaba por el torrente sanguíneo de los asistentes, quienes en un acto de imperdonable falta de respeto por la pasarela, aprovecharon las interrupciones (ocasionadas por los cortes en el suministro de energía eléctrica que provocó una tormenta), para cruzar de un lado a otro del salón, ir al baño, acudir por una bebida, saludar a sus conocidos, tomarse selfies y demás actos inadecuados, sin importarles que se tratara de un suceso en el cual se supone que los asistentes deben guardar una actitud respetuosa ante el trabajo de los diseñadores. Señoras y señores asistentes: asuman que no están asistiendo a una mega fiesta sino presenciando las colecciones de connotados diseñadores mexicanos y extranjeros. Es un acto cultural y, como tal, exige respeto y compostura. ¿O harían lo mismo en una obra de teatro, una función de ópera, un concierto de música clásica o algún performance?
Otro tema a revisión: tal vez sería interesante que, para futuras ediciones, se integrara a este acontecimiento un número más significativo de los principales representantes del movimiento fashion de la ciudad donde se efectúe el evento, pues de esta manera el talento local enriquecería aún más la pluralidad discursiva de Mercedes-Benz Fashion Weekend.
Por último, pero no por ello menos importante, merece un aplauso el casting de las modelos, el trabajo de estilismo y los aspectos de producción (desde la música hasta la iluminación, pasando por el sitting), así como la pasión que los organizadores han sabido imprimir a esta iniciativa que, sin duda, está cumpliendo con un noble cometido: ampliar el rango de acción y los márgenes geográficos de la moda mexicana.