Con fortuna, el gobierno mexicano ha sabido salvaguardar los intereses nacionales, al interpretar de forma correcta los difíciles tiempos políticos que se viven en su vecino país, cuyo Poder Ejecutivo visualiza la fuerza e imposición como principales armas para renegociar el nuevo acuerdo comercial para la región norteamericana.

El complejo dilema entre truncar el futuro comercio bilateral y tomar ventaja del nuevo contexto condujo al gobierno mexicano a llegar a un arreglo ponderado, avalado in extremis por su áspero homónimo de EU, quien por cierto ya informó a su Congreso General la intención de celebrarlo en un plazo de 90 días.

No obstante, la eventual inclusión de Canadá dentro de ese periodo continúa pendiente, asunto sobre el cual Trump ya se pronunció en las redes sociales, al señalar que “no existe una necesidad política de conservar” a ese país en el nuevo acuerdo”, de manera que quedará fuera si no hay un “arreglo justo”.

La principal diferencia que persiste entre Estados Unidos y Canadá reside en la demanda de un mecanismo de carácter independiente para resolver disputas comerciales, a lo cual Trump ha sido siempre reacio, a pesar de que el país anglo francófono es una de las grandes economías con las que tiene balanza favorable.

El primer ministro Justin Trudeau indicó que Canadá está dispuesto a modernizar el TLCAN, pero que ello sólo sucederá si es benéfico para su economía, en especial para la clase media, por lo que también se declaró —pese a avances en sector automotriz— contrario a abrir la oferta de lácteos, en apoyo a sus productores.

Lógicamente, las declaraciones de Trump con relación a la posible exclusión de Canadá sólo constituyen parte de su estrategia de conducir el asunto a un contexto de todo o nada, donde las partes interesadas en realidad tienen mucho que perder, puesto que ello conduciría a dejar maltrecho al mayor mercado regional del mundo.

En efecto, la primera, décima y decimoquinta economías globales, representan un PIB nominal de casi 23 billones 500 mil millones de dólares, de conformidad con datos a 2018 del Fondo Monetario Internacional, lo cual supera en 16% a la Unión Europea y en 6% a las mayores economías asiáticas de China, Japón, Corea del Sur y Singapur.

La región de Norteamérica, con más de 500 millones de personas, representa 6.5% de la población mundial, misma que se ubica en los países con los lugares 2º Canadá, 4º Estados Unidos y 14º México, con la mayor extensión territorial; esto sin considerar mares territoriales, plataforma continental y zona económica exclusiva.

En este sentido, lo que se decida sobre el acuerdo trilateral, aún y cuando se constriña de modo preferente al tema comercial, tendrá graves implicaciones no sólo en las libertades de movimiento de capitales, bienes y servicios, sino también en seguridad exterior, energía, medio ambiente y migración.

Ciertamente la actual membresía de los países norteamericanos en la Organización Mundial del Comercio, cuyo objetivo es potenciar el sistema multilateral de comercio —sin perjuicio de las arengas de Trump de abandonarla—, refuerza una serie de reglas mínimas de racionalidad, equidad y eficiencia que en todo caso deberán respetarse.

A partir de ahí, la esperada renovación del mercado comercial trilateral en el hemisferio norte, como excepción permitida por la citada organización, de modo inobjetable constituirá una situación que favorecerá la continuidad de un régimen que brindará a sus socios importantes preferencias arancelarias y no arancelarias.

Un tratado regional de esas características, de igual forma ayudará a consolidar la meritoria vocación aperturista e integradora de México, cuya posición geográfica privilegiada, sumada a una importante población joven y bien preparada, lo seguirá apuntalando como una de las economías emergentes con mayor dinamismo.

Nuestro país, en mi consideración, también deberá saber aprovechar las recientes manifestaciones democráticas de los electores mexicanos, canadienses y estadounidenses, que han votado por opciones de gobierno que entienden que el libre comercio y la globalización —con sus diferentes matices y motivaciones— no deben olvidar que su única y verdadera utilidad reside en servir al desarrollo de todas las personas, de manera justa y equilibrada, y sin ninguna discriminación.

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