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Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia celebraron el éxito del bombardeo selectivo que realizaron en Siria contra el régimen de Bashar Al Assad, precisamente una semana después del presunto ataque químico que tuvo lugar contra la población civil en Duma, ciudad que se encontraba en ese momento en manos de rebeldes.
Luego de cavilar sobre la conveniencia de retirar por completo sus tropas de aquel país, el presidente Donald Trump finalmente calificó la sorpresiva pero anunciada operación, como una “misión cumplida”, mientras que Theresa May la estimó de “limitada, dirigida y efectiva”, todo esto luego de que una serie de informes revelaron la evidencia del posible uso por el gobierno sirio de gas cloro y quizás de gas sarín.
Emmanuel Macron, para justificar la intervención unilateral, alegó que actualmente el “mundo es caótico”, puesto que en él tienen lugar “situaciones inaceptables”, de modo que la coalición tripartita tuvo que actuar de esa forma para defender no sólo sus grandes prioridades, sino también para garantizar la estabilidad en la región.
No obstante, ninguno de los gobiernos de los países que patrocinaron ese fervoroso ataque aéreo, se vio exento de fuertes críticas internas, principalmente por haber actuado sin el mandato expreso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, circunstancia que indudablemente los ubicó al margen del Derecho Internacional.
Lo cierto es que, al menos hasta la intervención militar, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) no había confirmado, como la autoridad encargada de investigar de modo neutral el presunto ataque contra la población, ninguna información concreta sobre el uso de armas químicas por el régimen sirio.
Inmediatamente después de la destrucción de varias instalaciones en Damasco y en la provincia de Homs, los aliados de la república árabe —con Rusia, Irán y China a la cabeza— denunciaron las graves consecuencias para la paz, además de reiterar la obstrucción a la investigación basada en la Convención sobre Armas Químicas.
El resurgimiento de dos polos, integrados por un lado por Estados Unidos y sus aliados, y por el otro por China y Rusia, pone una vez más en evidencia la urgente necesidad de reformar al Consejo de Seguridad, cuya integración autoritaria lo convierte no sólo en una institución esencialmente antidemocrática, sino notoriamente anacrónica, inoperante y disfuncional.
En efecto, ese organismo se integra de manera permanente por Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China y Francia, quienes disponen de un exclusivo derecho de doble veto en asuntos de paz y de seguridad, puesto que ningún asunto se discute o aprueba si no lo quieren de forma unánime, todo ello sin perjuicio de la existencia simbólica de otros diez miembros rotativos o no permanentes.
Además del carácter profundamente antidemocrático e inmovilista de ese órgano, que únicamente representa 2.6% de los 193 países que integran a las Naciones Unidas, se suma la evidente falta de representación en su seno de países y regiones emergentes, sin considerar la extrema dificultad para obligar a las potencias nucleares para que cumplan resoluciones que afectan a sus particulares intereses.
Incluso la Asamblea General de las Naciones Unidas, como órgano supremo de representación en el ámbito internacional y en el que cada país cuenta con un voto igualitario, sigue sometiéndose de forma incomprensible al capricho de decisiones unilaterales de naciones que resultaron vencedoras en la Segunda Guerra Mundial.
De ninguna forma debe continuar un modelo de seguridad global en el cual las Naciones Unidas no puedan oponerse democráticamente a un ataque como el que —de manera justificada o no— realizó de forma excluyente la coalición dirigida por Estados Unidos contra Siria, sin haber esperado siquiera los resultados de la OPAQ.
Cómo y de qué manera puede lograrse un sistema internacional equilibrado, realista y justo, es una cuestión que perfectamente puede ser abordada, discutida y superada por el conjunto de países, en un contexto en el cual deben dejarse atrás los atavismos colonialistas e imperialistas que tuvieron su razón de ser en el pasado.
Mientras ello no suceda, el mundo civilizado no conocerá nunca la verdad de hechos que son trascendentes para la humanidad, o para gran parte de ella, como lo acaecido en el reciente ataque a Siria, donde para embestir a un gobierno soberano con más de una centena de modernos misiles Tomahawk, un puñado de potencias no ofreció al resto del mundo, otro dato o prueba que su sola palabra empeñada.
Consejero de la Judicatura Federal
de 2009 a 2014