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Los colores originales de varios frescos del siglo IV, tesoros de inestimable valor, salieron de nuevo a la luz gracias a una restauración en la Catacumba de Domitila, la más extendida cadena de cementerios subterráneos que datan de la Roma imperial.
La Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada del Vaticano presentó esta semana el resultado de dos años de trabajo meticuloso con sofisticadas técnicas, entre ellas el uso del láser, que permitieron recuperar buena parte del aspecto de las decoraciones funerarias.
Unos 12 kilómetros de galerías subterráneas, excavadas en forma rudimentaria y que se mantienen en pie gracias a la particular composición de la tierra del lugar, forman la Catacumba de Domitila ubicada sobre la Via Ardeatina, al sur de la Roma actual.
Recorriendo esos estrechos y sombríos túneles, pueden intuirse las costumbres de un imperio romano en plena transformación gracias a la imprevista irrupción de los cristianos, un movimiento religioso que se extendió rápidamente hasta ganar adeptos en los niveles más altos de la sociedad del tiempo.
La Catacumba de Domitila demuestra ese lento pero inexorable paso de las costumbres religiosas paganas, manifestadas en las primeras tumbas, al culto cristiano, expresado en las decoraciones de paredes y sarcófagos.
Así, en medio de las galerías rústicas, pueden descubrirse algunas tumbas preciosas como el llamado “arcosolio de Veneranda”, que muestra a la difunta (de ese nombre) mientras es acompañada al paraíso por Petronila, figura considerada entonces como la supuesta “la hija de san Pedro”.
Más adelante, otra tumba fue decorada con un fresco de los apóstoles, uno junto a otro y con Jesús en medio de ellos. Eran decoraciones que, durante siglos, estuvieron escondidas bajo una espesa pátina negra producto de la humedad, de los hongos y del humo producto de las lámparas.
Actualmente, los visitantes pueden admirar los detalles de las catacumbas romanas gracias a una amplia iluminación artificial, pero en su origen, tanto los “fossari” (sepultureros) como los deudos, debían orientarse con antorchas o lámparas de aceite.
Este detalle hace la visita al complejo de Domitila, y la visión de sus pinturas “paleocristianas”, aún más sugestivo.
Las catacumbas romanas eran originalmente paganas, tuvieron su apogeo entre los siglos III y IV de nuestra era, luego fueron abandonadas. Gracias a los cristianos, su uso se extendió por buena parte de la urbe.
Pese a la creencia popular, estas construcciones subterráneas no sirvieron a los cristianos para esconderse durante la persecución romana, en realidad se trató de cementerios bajo tierra donde fueron enterrados muchos mártires y los primeros seguidores de esa religión.
Entonces, se convirtió en un uso común el deseo de ser sepultado cerca de los mártires y los santos, esto acrecentó el trabajo y el poder de los “fossari” (sepultureros), quienes llegaron a ser una categoría social de enorme influencia, incluso sobre la jerarquía eclesiástica de la época.
El modelo fue llevado a otras ciudades de la Península Itálica, tanto que actualmente la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada administra 150 catacumbas en diversas ciudades del país, de las cuales unas 50 se encuentran en Roma.
Fabrizio Bisconti, superintendente de la Comisión, destacó que la restauración de Domitila reveló la importancia de dos cubículos monumentales realizados en plena edad del emperador Constantino, que estaban completamente recubiertos por una pátina negra y de muchos grafitis, incluso modernos.
Gracias al láser, se pudo descubrir que se trataba de una tumba de familia mandada a construir por un alto dignatario de la “Annona”, la institución que se ocupaba del almacenamiento de los bienes alimenticios y, por lo tanto, del trigo y del pan.
“Este cubículo monumental acoge, de un lado, un majestuoso colegio apostólico, un buen pastor y, del otro, el viaje que el trigo, desembarcado en el puerto de Ostia, efectuaba hacia Roma donde era molido para convertirse en pan”, explicó Bisconti.
Exactamente en frente, como un cubículo gemelo y sobre la bóveda, un Cristo sobre el trono es acompañado por los 12 apóstoles, alrededor fueron pintadas otras escenas bíblicas como la multiplicación de los panes, el sacrificio de Isaac y Noe en el arca.
En medio de todo, pintado junto a la tradicional balanza usada para pesar el trigo, el jefe de la familia –de nombre desconocido- fue pintado en señal victoriosa.
Pese a su belleza redescubierta, algunos de estos frescos funerarios todavía no podrán ser admirados por los turistas ya que no forman parte del recorrido abierto al público de la Catacumba de Domitila.
Lo que si podrán admirar los visitantes es un nuevo museo titulado El mito, el tiempo, la vida conformado por trozos de antiguos sarcófagos recuperados del gran yacimiento de mármoles encontrado en el complejo Pretestato, ubicado en la via Appia Pignatelli de Roma.
Allí, entre cabezas labradas de antiguos personajes y figuras mitológicas talladas en el mármol, se podrán descubrir las ocupaciones que marcaban el ritmo de la vida en la Roma antigua, incluido el ocio, come relata un sarcófago que muestra la caza del jabalí y el ciervo, “en un lugar amable”.
nrv