Más Información
Diputadas reafirman compromiso en 25N; María Teresa Ealy impulsa la prevención, protección y el empoderamiento
Ejército envía 100 elementos de las Fuerzas Especiales a Sinaloa; realizan labores de vigilancia en la entidad
“No habrá democracia plena mientras persistan desigualdades de género"; Rosa Icela Rodríguez llama a formar parte activa
Noroña se lanza contra Trump; qué aranceles deberíamos poner hasta que dejen de exportar armas y consumir drogas, cuestiona
Magistrada Mónica Soto defiende labor del Tribunal Electoral; sentencias han sido apegadas a la Constitución, afirma
INE analiza propuesta de Taddei para secretaría Ejecutiva; candidata está señalada por malversación de fondos
cultura@eluniversal.com.mx
“Tierra de nadie y un pueblo fantasma, eso era Chacchoben”, dice la mujer de la tienda, quien sin presentarse asegura que antes de que llegara el proyecto Pueblerismo, lo único que se veía por las calles de la localidad eran hombres ebrios, basura, miseria y crimen.
En Quintana Roo, Chacchoben está ubicado en las entrañas de un lugar húmedo y tropical, alejado de las ciudades principales y de la inmediatez de servicios especializados de salud, pero, sobre todo, de la atención de las autoridades estatales. El acceso no es tan complicado, pero llegar a Chacchoben puede tomar dos horas y media desde la capital del estado y la única forma de entrar es por la carretera federal 307, que va de Chetumal a Cancún, autopista que tiene salida a Northern Highway, una de las importantes vías que conectan a México con Centroamérica.
A la altura de la comunidad de Limones, la 307 conserva su número de identidad, pues una vez que se está en el camino de acceso a Chacchoben —y el único pavimentado del pueblo—, las calles y avenidas no tienen nombre. Los mapas impresos y digitales dan referencia de un sitio que es cercano a las ruinas mayas del mismo nombre, pero nada más.
Allí, las casas son sencillas y están construidas sobre la tierra y entre los árboles, algunas apenas tienen suficiente espacio y servicios básicos, mientras otras parecen estar a la espera de que el viento acabe por romperlas dejando sólo escombros y recuerdos.
Los niños caminan descalzos sobre la tierra caliente, a los más afortunados se les ve con huaraches, mientras algunos otros sólo asoman la mirada por la ventana, como si callasen algo.
La comunidad se sustenta principalmente de la actividad chiclera, heredada de los pueblos mayas establecidos en esa región desde la época prehispánica y del turismo de la zona arqueológica de Chacchoben, con la venta de artesanías y objetos hechos por los propios habitantes.
En mayo de 2016, en la Fiesta Patronal de San Isidro Labrador, Elda Victoria Reyes, habitante de Chacchoben, pidió a su amiga, la muralista Carmen Mondragón, pintar “aunque sea” unas mariposas en la fachada de su casa, con la intención de dar un poco de vida a una de todas las viviendas del poblado que conservaban hasta ese entonces el color de la piedra.
“Cuando Elda me pidió eso, enseguida pensé que no podía sólo darle vida a su casa, sino al pueblo entero, pues esta gente vivía en muy malas condiciones. Así que me propuse crear un proyecto para darle color a este lugar a través de las historias de su gente”, expresa la pintora, quien en 2013 creó la Asociación C. M. Cultura. La raíz del proyecto es impulsar la difusión de arte y programas itinerantes como Pueblerismo, que nació con el propósito de renovar la localidad de Chacchoben a través de la realización de murales en cada una de sus viviendas.
Chacchoben —tierra del maíz colorado— es un pueblo original maya que nunca tuvo una población superior a los mil 500 habitantes. La escasa oportunidad de trabajo obligó a la mayoría de familias a desplazarse a zonas como Cancún y Playa del Carmen para emplearse y establecerse definitivamente. A mediados de 2016, la comunidad tenía 560 habitantes, la mitad, niños, y a lo largo de estos meses ha incrementado a 860 gracias al proyecto liderado por Mondragón.
Cuando comenzó Pueblerismo, el hermetismo y la desconfianza de la gente de Chacchoben representó una barrera para la pintora, pues al ser un pueblo de ejidatarios, eran ellos quienes tenían que autorizar la intervención de la artista.
Mondragón cuenta que no fue fácil, ya que para el pueblo, su iniciativa representaba un atrevimiento que no tenía por qué tomarse una “desconocida”. No era sólo cambiar las viviendas, también la mentalidad de los habitantes y sus prácticas cotidianas.
La muralista propuso a los pobladores pintar en las fachadas de las viviendas sus historias mediante imágenes que los representaran, de esta manera, en la casa de Bridgit, una niña que vende pulseras y collares en la zona arqueológica, quedó plasmado un árbol de manzanas amarillas con la figura de la pequeña tomando un fruto de él; las hermanas Ramos, Jessica, Andrea y Emma, fueron pintadas junto a una bandada de mariposas que brota de sus manos; doña Celia y su esposo, que dormían en hamacas separadas, ahora lo hacen juntos sobre una enorme sandía; y la banca frente a la cancha de beisbol, donde antes se reunían los jóvenes para beber, ahora es un sitio de cuentacuentos para niños.
“Estas personas tienen historias muy tristes, han pasado por situaciones muy difíciles. Bridgit me decía: ‘pintorera, siempre he querido tener un árbol de manzanas amarillas, pínteme uno’”, recuerda la artista.
En octubre del año pasado arrancó oficialmente Pueblerismo a través de la Asociación C. M. Cultura y la Secretaría de Cultura federal. Carmen y un equipo de 15 personas comenzaron los primeros trazos sobre las viviendas en las que se les permitió, pues no todos los habitantes estaban convencidos de que el proyecto tuviera buenos resultados, ya que anteriormente los programas de mejoras públicas destinados al lugar no se concretaron por causas climáticas o actos violentos, y los habitantes atribuyeron los acontecimientos a una maldición.
“Esta gente tenía miedo. No creían ser capaces de embellecer sus hogares, estaban muy acostumbrados a vivir entre la basura que acumulaban. Fue muy difícil para ellos desprenderse de eso que ya no servía. Hay personas con las que se tuvo que hablar para tirar la silla rota, los cartones, lo que ya no servía y que acumulaban en las partes traseras de sus casas”, menciona Carmen mientras camina por las calles de Chacchoben bajo un sol inclemente que tomó más fuerza después de que se registrara algo de lluvia.
Con el pasar de los meses, los trazos sobre las paredes se convirtieron en rostros definidos de colores vivos cuando llegaron los miles de litros de pintura para las casas de piedra porosa. Fueron necesarias más de 10 manos de pintura para borrar un pasado que se aferraba a permanecer. Los niños descalzos daban colores a los dibujos de frutas y animales sin ni siquiera conocer el nombre de aquel objeto con el que pintaban, pues nunca habían tenido un pincel en sus pequeñas manos, y es que las pocas escuelas primarias y secundarias del lugar no incluyen la educación artística entre los temas de educación básica.
Carmen y su equipo ahora tenían el permiso y apoyo del pueblo entero, pero las dificultades persistían.
La prensa local ha dado testimonio de la existencia de grupos criminales en el municipio de Bacalar, situación que durante años ha hecho de la comunidad un lugar vulnerable.
El anonimato y la cercanía a una de las principales vías de acceso a la frontera sur del país contribuyeron a que Chacchoben se convirtiera en un sitio de paso para estos grupos que dominan la región sur, situación que representó riesgo para el equipo de C. M. Cultura, pues el proyecto muralista no sólo embellecía la ciudad, también la perfilaba a convertirse en un sitio turístico que rompería con la indiferencia de las autoridades.
Durante una de las jornadas de trabajo que comenzaban en el amanecer y terminaban de madrugada, uno de los hombres que apoyaba en la labor fue mordido por una serpiente. El incidente sólo evidenció las precarias condiciones del único Centro de Salud que hay en la comunidad. “Hice dos horas hasta Mahahual con él para que lo atendieran, ya que aquí no tienen lo necesario para tratar este tipo de casos. En el traslado sólo pensaba en que él, como cualquier otro poblador, podía morir al no recibir atención oportuna”, expresa Mondragón.
Un día antes de la 55 Fiesta de San Isidro Labrador, el 11 de mayo, la comunidad de Chacchoben, que se preparaba con sus trajes típicos para la vaquería, fue amenazada por un incendio forestal, sin embargo, la maldición se rompió, el incendio quedó controlado y Pueblerismo fue entregado por Carmen Mondragón y el equipo de C. M. Cultura al presidente municipal de Bacalar, Alexander Zetina Aguiluz y a la delegada municipal, Lirio de Lucero González, con la promesa de preservar el trabajo de la artista a través de los años y darle a la región el despunte turístico que merece.
Entre las actividades para dar continuidad al proyecto en Chacchoben se planea dar nombre a las calles, crear una ruta turística desde Chetumal y otras regiones del estado, mejorar los servicios de alumbrado público y poner en marcha un programa de lectura en sitios que antes fueron puntos rojos de alcoholismo y drogadicción en la comunidad.