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En 1833 una epidemia de cólera ocasionó la muerte de 5% de la población en Ciudad de México. Su propagación alcanzó todos los rincones de la metrópoli. En Iztapalapa, la tribulación de esos días obligó a los pobladores a ir en peregrinación hacía un santuario que resguardaba la imagen del Señor de la Cuevita para pedirle que cesara la enfermedad. A cambio, le prometieron hacer una procesión año con año.

184 años después, esa promesa se ve consumada cada Semana Santa, fecha en la que los pobladores de esa delegación dedican sudor y lágrimas para representar la Pasión y Muerte de Jesucristo, tradición que comenzó a realizarse de manera continúa hace 174 años motivada por ese voto y que en la actualidad, más allá de un evento propiamente religioso, se ha convertido en expresión cultural de la comunidad.

Declarada en 2012 como Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México, esta festividad busca ahora colocarse en la lista mundial de patrimonio inmaterial de la UNESCO. La ruta hacia esa declaratoria comenzó con el reconocimiento de 2012, y la semana pasada, el Comité Organizador de Semana Santa en Iztapalapa (COSSIAC) entregó al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) la solicitud para que sea inscrita en el catálogo de patrimonio inmaterial del país. “Ahora buscamos la declaratoria de la UNESCO, pero primero necesitamos tener el reconocimiento a nivel nacional. Pedimos la inscripción al catálogo del INAH”, dice a este diario Miguel Ángel Morales, presidente del COSSIAC.

Después de las festividades de esa semana, dijo, se instalará una mesa de trabajo con investigadores y especialistas para actualizar el expediente que presentaron en 2012 para la declaratoria en la Ciudad de México.

Considerada como uno de los eventos más populares de estas fechas, la representación del viacrucis de Jesucristo tiene sus orígenes en el teatro evangelizador que comenzó en el siglo XVI. “En la época colonial en Iztapalapa se hicieron representaciones de teatro evangelizador, como los episodios de la muerte, crucifixión y resurrección de Cristo. Hay muchas fuentes que así lo mencionan, como mapas que señalan que el usufructo de algunas tierras era para el gasto de la representación de la Pasión. Luego se pierde y se retoma cuando la población hace el ex voto al Señor de la Cuevita”, relata la historiadora Silvia Zugarazo.

Según la también cronista, en esa parte de la ciudad la escenificación de los pasajes bíblicos desapareció por un tiempo hasta que dos siglos después, los pobladores decidieron retomarla para cumplir aquella manda. “De 1843 a la fecha se dice que no ha habido interrupciones, la representación ha sido constante”, sostiene.

En el libro Todos construimos la Pasión, publicado por la delegación Iztapalapa en 2014, la investigadora Rebeca Vergara Rosales refiere que estas “mascaradas de las tres caídas”, como lo describía la prensa de la época, fueron prohibidas por las autoridades eclesiásticas en 1900. No obstante, los periódicos consignan que se siguieron realizando, especialmente en poblados alejados, difíciles de controlar, como Iztapalapa y Azcapotzalco.

En ese momento, la escenificación era protagonizada por una imagen de Cristo que recibía los azotes y era coronado con espinas en el atrio de la Iglesia de San Lucas. Para 1920 los que interpretaban a Jesús y a los otros personajes eran niños, y eran elegidos por tener “mejores condiciones espirituales”. Ese año, según Vergara Rosales, al evento acudieron mil 500 personas.

Una década después, empezó a crecer. Ya eran 10 mil los espectadores; en la organización empezaron a participar más personas y Jesús ya no era un niño, sino un adulto que caminaba entre la multitud y recibía golpes con ramas. “Se decidió que fueran jóvenes más grandes, pero hasta la fecha se mantiene la idea de que tienen que ser solteros”, precisa Morales.

Mujeres nazarenos. En los primeros años de su representación la procesión se desarrollaba entre las calles de los ocho barrios de Iztapalapa y el santuario del Señor de la Cuevita. “Hacia los 50 se empieza a hacer en el Cerro de la Estrella. Antes de que se hiciera la traza de la calzada Ermita Iztapalapa se hacía más abajo, ahora se hace donde están las tres cruces”, explica Zugarazo. Por su importancia ritual desde tiempos prehispánicos, y por el carácter religioso que adquiere en Semana Santa, ese lugar que en estos días se convierte en el Gólgota para muchos es un espacio sagrado, añade la historiadora.

En esos 174 años de historia, además de su dimensión, personajes y escenarios, la representación de la Pasión y Muerte de Jesucristo también ha experimentado cambios en el vestuario, el libreto y, poco a poco, la apertura a lo moderno. “Ahora participan muchos nazarenos, a veces hasta rebasan los lineamientos del Comité. Creo que está bien, es parte de la modernidad, no lo podemos evitar. Incluso hay hasta niñas vestidas de Nazareno, lo que antes no se hacía”, indica Zugarazo. Para la historiadora, la representación de la Pasión se ha mantenido durante 174 años porque “es la expresión misma de esta comunidad. Demuestra que en Iztapalapa hay tradiciones muy arraigadas que los enlazan como comunidad. Es una manera de decir: ‘aquí estamos, estas son nuestras tradiciones y es para que todo mundo lo vea’”.

Hoy, su popularidad se ve reflejada en la cantidad de pobladores y turistas que cada año acuden al jardín Cuitláhuac y al Cerro de la Estrella para ser parte de este viacrucis. El año pasado acudieron dos millones de personas. Esta vez, esperan la misma cantidad de espectadores.

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