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abida.ventura@eluniversal.com.mx
En 1964, debajo de lo que hoy es la Librería Porrúa, en la esquina de Argentina y Justo Sierra, arqueólogos localizaron un pequeño pero singular adoratorio que aún conservaba una pintura mural en la que se apreciaba la imagen del dios Tláloc. Desde entonces hasta la fecha el Proyecto Templo Mayor, fundado por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma en marzo de 1978, ha registrado en el recinto sagrado de Tenochtitlán muchos otros espacios que todavía conservan pintura mural, así como esculturas y objetos con restos de su policromía original.
Sobre el análisis, registro y conservación de estos casos se habla en el coloquio sobre el cromatismo en el arte grecorromano y mexica que comenzó ayer en El Colegio Nacional, a las 10 horas. En el encuentro participan arqueólogos e investigadores del Proyecto Templo Mayor, así como los arqueólogos alemanes Vinzenz Brinkmann y Ulrike Koch-Brinkmann, quienes por décadas se han dedicado al estudio de la policromía en la escultura antigua. Hasta el miércoles 18 de enero, los participantes de este coloquio presentan ponencias en los que se dan a conocer diversos estudios recientes sobre el color en el arte antiguo y mexica.
“Hemos encontrado muchas manifestaciones de cómo las grandes esculturas, inclusive las de tamaño mediano y las pequeñas estaban totalmente policromadas... En toda Mesoamérica los edificios estaban pintados, al igual que el interior de las habitaciones; las grandes esculturas, como la Piedra del Sol o la Coatlicue, también estuvieron policromadas”, señala en entrevista el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma.
En la actualidad, señala el investigador del INAH, estamos acostumbrados a ver las esculturas y los edificios antiguos en un tono gris, pero en realidad es una imagen falsa: “A las esculturas de mármol de los griegos y los romanos ahora las vemos con ese color blanco, que es impresionante, pero nunca se vieron así más que en el taller del artista, cuando salían estaban pintadas. La policromía de muchas de las piezas nos hablan de ese concepto estético que ellos tenían; ahora sabemos cómo los colores tenían simbolismos específicos, que tenían un contenido especial en cuanto a su relación con los rumbos del universo o con otros aspectos, por ejemplo”.
Por eso, añade, hay que aprender a ver de manera diferente estos materiales, ya que “no fueron creados solo con los tonos de la piedra, con la materia prima original, sino que se les pintaba”.
En el caso de la antigua Tenochtitlán, explica, los mexicas utilizaron una paleta de colores que incluía el blanco, negro, rojo, amarillo y azul. Vestigios de esos pigmentos se han encontrado en murales, esculturas como la Tlaltecuhtli o la Piedra del Sol, así como en artefactos que los arqueólogos han recuperado a lo largo de 40 años de trabajos de excavación en el recinto sagrado de la antigua capital mexica.
“La Piedra del Sol estaba principalmente con tonos ígneos, por ejemplo amarillos, rojos, ya que se trata de una representacion solar”, refiere el arqueólogo, quien participará hoy en El Colegio Nacional con una ponencia sobre los primeros pasos en el estudio de la pintura mural mexica.
El acceso al encuentro será libre. En Donceles 104, Centro Histórico.