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La restauración de la escultura ecuestre de El Caballito cabalga, ahora sí, a todo galope. Desde que a finales de junio el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) hizo oficial que se encargaría de recuperar el esplendor de la obra de Manuel Tolsá, un grupo de 20 a 25 personas, entre especialistas y trabajadores, laboran todos los días desde las 8 de la mañana y hasta las 5 de la tarde en el diagnóstico de la piel de la escultura que hace tres años fue bañada con ácido nítrico.

A un mes de iniciado el diagnóstico, con los estudios de metalografía, colorimetrías, Rayos X y levantamientos fotográficos que han hecho hasta ahora, los especialistas tienen claro que recuperar la superficie de la pieza no será fácil: “El tratamiento de restauración que se le haga no será general porque tenemos comportamientos diferentes en toda la pieza”, señala a EL UNIVERSAL Liliana Giorguli, directora de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, durante una visita al sitio.

Y es que, como parte del proceso de mapeo intensivo y riguroso de todo los materiales y deterioros que han realizado hasta hoy, han podido ver que las manchas de escurrimiento, corrosión y suciedad están por todas partes, algunas más marcadas que otras. Y cada una de esas áreas necesitará de una intervención particular.

Sobre la capa que porta Carlos IV y las diversas partes del cuerpo del caballo, los restauradores han marcado pequeños cuadros y enumeraciones para clasificar los distintos daños. “A partir de esto, las diversas partes específicas serán tratadas de diferente manera para homogeneizar la escultura”, añade Giorguli, quien encabeza al equipo multidisciplinario que recuperará la escultura.

A simple vista se alcanza a ver el color verduzco que provocó el ácido nítrico, especialmente en la parte superior y frontal de la escultura; en otras áreas, como la base, hay manchas rojizas, evidencia de las salpicaduras de corrosión que el ácido provocó al hacer contacto con el andamio que Marina Restauración de Monumentos utilizó al intervenir la pieza. “Esa mancha roja es marca de los tubos de los andamios utilizados”, señala la restauradora Ingrid Jiménez, al pie de la obra.

En la parte trasera del caballo se ven incluso las cicatrices que dejó una cinta gaffer que los trabajadores contratados por el gobierno de la Ciudad de México utilizaron y arrancaron de manera inadecuada, provocándole heridas en la superficie. “Tenemos una diferencia de colores muy drástica, todo es evidencia de las alteraciones... Hay una superposición de capas que justamente estamos identificando para poder hacer un análisis de su ubicación, su extensión, incluso el grosor de cada una de ellas para luego poder llegar una conclusión de cómo tratarlas”, explica Jiménez, quien forma parte del equipo encargado del estudio de metalografía.

En ese proceso de identificación también han encontrado las huellas de ceras y materiales utilizados en intervenciones anteriores y, hasta este miércoles, la escultura todavía conservaba la capa de polvo que había acumulado en los últimos tres años. Con agua destilada y detergente especial fue sometida a un lavado superficial. Esa capa de mugre no fue retirada hasta no tener un registro previo para no perder información y porque algunas de las manchas son solubles con el agua, precisa la restaurada. Después de esa limpieza, “se secó cuidadosamente para que los residuos de agua no provocaran mayor corrosión”, añade.

Rodeado de un andamiaje que da accesibilidad y movilidad a todas las áreas, El Caballito permanece en terapia intensiva, en monitoreo constante de especialistas en diversas disciplinas, desde restauradores y químicos, hasta geólogos y petrógrafos que atienden el pedestal que soporta sus más de 9 toneladas de peso. Además de investigadores de la UNAM y la UAM, en el proyecto colaboran expertos de instituciones extranjeras.

Con lentes de aumento, luz especial, pequeñas espátulas y bisturí, el profesor e investigador de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, Javier Vázquez Negrete, ha tomado unas 20 muestras en las diferentes secciones de la escultura. “Prácticamente ya lo tenemos todo observado, nos tomó unas dos semanas estar revisando parte por parte, sección por sección”, describe el químico, mientras enseña las milimétricas muestras que ha tomado y que lleva al laboratorio de la escuela de restauración del INAH para su estudio.

“Estas muestras nos van a indicar cómo está la estratigrafía. La próxima semana ya tendremos un registro más claro, que nos dirá bien a qué nos estamos enfrentando”, explica.

Evalúan protección definitiva. A nivel de calle, al pie de la escultura, personal de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del instituto, en colaboración con especialistas de la UNAM, busca la mejor manera para atender los deterioros, grietas y suciedad acumulada en el pedestal.

Guiado por procedimientos que ya han sido utilizados para atender esculturas como la Estatua de la Libertad en Nueva York, el equipo ha comenzado a evaluar si el pedestal debería continuar accesible al público o protegerlo con una valla. “Ciertas normas dicen que no podemos alejar a los monumentos de la gente, que no podemos poner vallas porque entonces los haces ajenos, pero el problema es que no sólo los tocan... Todo esto será una discusión que haremos posteriormente con arquitectos, urbanistas y antropólogos para ver si esto amerita una valla porque no podemos estar restaurándolo constantemente”, comenta el restaurador Juan Manuel Rocha.

Como el resto del equipo que trabaja en la escultura, los encargados del pedestal también han procedido a tomar muestras para conocer el tipo de piedra, la cantera de donde se extrajo y los diversos daños que presenta, desde grafitis y huellas de grasa al estar en contacto con la gente, hasta fragmentos desprendidos y filtración de agua. “Es un daño muy notorio y esto puede ser susceptible a filtraciones de humedad, que es lo más dañino que puede haber para la piedra, pero afortunadamente todo tiene solución. Estructuralmente está bastante bien”, precisa.

Por ahora, explica, están en espera de resultados de los estudios estructurales que realizan arquitectos e ingenieros. Ellos “harán un dictamen de cómo está el pedestal, si es capaz o no de cargar la escultura. Una vez que esté solucionado, intervendremos la superficie”.

Para esta primera etapa, el gobierno capitalino ha destinado 2 millones de pesos. Una vez concluido el diagnóstico, en septiembre, procederán a la restauración de esta obra escultórica que, destaca Giorguli, posee “una magnitud estética e histórica absoluta”. Por la naturaleza de los daños, su recuperación será todo un reto, pero afortunadamente hay el equipo especializado y necesario para tratarla, añade la restauradora.

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