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ana.pinon@eluniversal.com.mx
El Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) desde su inauguración, en 1954, se convirtió en piedra fundacional de la vida cultural y académica de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ahí se han presentado figuras como Julio Cortázar, Mario Benedetti, Susan Sontag, José Revueltas, Luis Villoro, José Saramago, Pablo Neruda, Carlos Monsiváis, Pablo González Casanova, Luiz Inacio Lula da Silva, Charles de Gaulle, Adolfo Sánchez Vázquez y Joan Manuel Serrat, entre muchos otros.
Ha sido sede de la Orquesta Sinfónica de la UNAM, hoy OFUNAM, y con frecuencia se le vio dirigir allí al legendario Eduardo Mata. Ha visto conciertos emblemáticos, lo mismo de Amparo Ochoa, que del pianista Joachim Kühn. Ahí se le rindió homenaje a Lázaro Cárdenas a unos días de su muerte en 1970, y fue recibido con aplausos Octavio Paz.
La efervescencia cultural se vivió entre los años 60 y 80, pero con la inauguración de la Sala Nezahualcóyotl en 1976 y del resto de los diez espacios que conforman en el Centro Cultural Universitario, abiertos a finales de los 70, el Auditorio, en los 90, fue convirtiéndose más en espacio para la vida académica de la Facultad, aunque seguía con la tradición de recibir a destacadas personalidades como Susan Sontag.
En 1998 fue remodelado y se acondicionó con una megapantalla y un muro acústico que, según el libro Testimonios de arquitectura y diseño. Conservación y servicios, aislaba el sonido entre la sala y el escenario creando un espacio con “tecnología altamente especializada”. La remodelación pretendía ofrecer un espacio idóneo para el Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la FFyL, y realizar actividades como la Muestra Internacional de Cine.
Previo a la toma en el 2000 por los autodenominados anarquistas, el espacio también fue ocupado por comunistas, zapatistas, frentes populares, brigadas estudiantiles, organizaciones indígenas de la CDMX y área metropolitana y hasta el Frente Popular Francisco Villa Independiente.
Desde 2009 se han registrado al menos nueve hechos violentos en torno a la toma del Auditorio; en 2014, tras una gresca entre estudiantes y anarquistas, EL UNIVERSAL tuvo acceso a una parte del recinto y se constató el estado que guarda. Se apreció que ya no existen butacas, que hay fallas en la iluminación y que el deterioro es generalizado debido a la falta de mantenimiento y a la acumulación de basura.
La época dorada. El Auditorio se encuentra en el Campus Central de Ciudad Universitaria, que es Patrimonio Cultural de la Humanidad; su inscripción a la lista de la UNESCO se llevó a cabo el 2 de julio de 2007.
La doctora Eugenia Revueltas relató en el libro Homenaje a Leopoldo Zea, que cuando el filósofo fue nombrado director de la FFyL en 1966, se inició una campaña “profunda de difusión de la cultura” en la Facultad, “con lo cual cambió el rostro de ésta y también las estrategias de su acción”, y las actividades en el Auditorio fueron parte fundamental para el éxito de ese objetivo.
“Los nombres de los intelectuales más prestigiosos cubrieron en espléndidos carteles, a varias tintas, los muros de la Facultad. Todavía recuerdo aquella ocasión en que vino Octavio Paz a dar una audición de poesía en el Auditorio Justo Sierra. La renuncia del poeta a la embajada de la India por incompatibilidad ideológica con el presidente Díaz Ordaz había convertido al poeta en una figura seductora para los jóvenes. Paz, viejo amigo de Zea, comentó con admiración el entusiasmo de los jóvenes por la poesía. No lo podía creer. Los muchachos pedían una y otra vez poemas”, contó Revueltas. Pero el recital se suspendió porque llegaron noticias del Halconazo.
En el libro Los grandes problemas de México de El Colegio de México, coordinado por Roberto Blancarte, se describió que el Auditorio fue también cuna para los “cinéfilos” universitarios, como los definiría el escritor José de la Colina, porque ahí se formó uno de los cineclubes más importantes de la Universidad. Ahí pudo verse la censurada película La sombra del caudillo de Julio Bracho, muchos años antes de que se levantara su prohibición en 1990.
Fue también fundamental para otras artes, ahí se difundió lo mismo a Stravinsky y a Hindemith que a Varese o Ligeti, y los nuevos compositores mexicanos, como Julio Estrada y Mario Lavista, estrenaron en él varias obras.
Uno de los grandes sucesos lo narró Carlos Monsiváis en Democracia, primera llamada: el movimiento estudiantil de 1968. En agosto de 1968 se convocó al encuentro de la Asamblea de Intelectuales y Artistas, en el Auditorio Justo Sierra, rebautizado Che Guevara y conocido entre los estudiantes “por un dejo de lealtad gremial al autor de La evolución histórica del pueblo mexicano”, como el Che Sierra. “Al acto acuden cerca de 400 personas, y al principio me resulta ominoso: se me designa para conducir el debate. Veo llegar a Elena Garro y Helena Paz, invitadas por mí, y no localizo demasiados escritores o artistas conocidos”, escribe, pero todo se salió de control. “Helena Paz acusa a los intelectuales de ser unos oportunistas, pancistas unos, le tienen miedo a perder la chamba, adoran el huesito” y la poeta Carmen de la Fuente arremetió contra “los de la mafia de Fernando Benítez”.
En 1982, Mario Benedetti dio una conferencia donde dijo a miles estudiantes que lo ovacionaron que la cultura estaba entre dos fuegos: “Por un lado, los grandes promotores y beneficiarios de la explotación, necesitan de la ignorancia popular; por otro lado, cuando pese a todo va naciendo, o creciendo, una cultura nacional, aquellos mismos intereses fraguan su aplastamiento. Por fortuna los pueblos van aprendiendo que la cultura es una aliada de su libertad”, sostuvo.
Piden su liberación. El coordinador del PRD en el Senado, Miguel Barbosa, aseguró ayer en un comunicado que las autoridades de la UNAM y de la Ciudad de México deben recuperar el Auditorio Justo Sierra. “Recuperarlo, no significa represión o violentar la autonomía universitaria, sino aplicar el reglamento, el estatuto de la Máxima Casa de Estudios y las leyes de la Ciudad de México para que haya justicia”.