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ana.pinon@eluniversal.com.mx
El pianista mexicano Armando Merino rescata la obra del compositor duranguense Ricardo Castro, a quien define como el mejor compositor del siglo XIX, con el disco La Belle Époque: El México de Ricardo Castro, que será presentado el 30 de noviembre a las 19:00 en el Palacio de Bellas Artes.
De acuerdo con el músico, La Belle Époque, editado por Merino Records, ofrece un repertorio muy valioso y poco conocido del compositor: Ocho improvisaciones op. 29; Dos impromptus op. 28, Dos Estudios de Concierto op. 20, Mazurca en si menor op. póstumo y Melodie op. 35 para violín y piano, interpretada aquí por el violinista Luis Felipe Merino; además el disco incluye la primera grabación mundial de Seis preludios op. 15, Dos Nocturnos op. 48 y 49, y Romanza en sol mayor op. 31.
Dentro de su labor discográfica, Armando Merino —quien actualmente desarrolla un amplio trabajo como profesor de tiempo completo en la Facultad de Música de la UNAM y como miembro del grupo de Concertistas de Bellas Artes— ha sido un arduo investigador e intérprete de la obra de Ricardo Castro.
En entrevista, Armando Merino, graduado de la maestría en Artes Musicales en la Manhattan School of Music de Nueva York, no sólo habla sobre las virtudes de Ricardo Castro, también de la complejidad para hacer discos.
¿Cómo inicia este proyecto?
Es el segundo disco que dedico a este compositor. Al morir dejó de editarse su música y quedó fuera del alcance de los intérpretes. Por otro lado, después del Porfiriato se pensó que toda la música que se había hecho no tenía valor y era sentimentaloide y banal. Se quiso enterrar a la música del siglo XIX. Sin embargo considero que Ricardo Castro es el mejor compositor del siglo XIX, su música es muy sofisticada, requiere de un gran virtuosismo para poder abordarla. Tiene un gran catálogo que se conoce hasta hace poco, por fortuna la publicó completa, pero cuando murió su obra se dejó de imprimir. Su música, como la de muchos otros, quedó en el olvido. Hasta hace pocos años al menos dos colegas, como Rodolfo Ritter, y yo estamos intentando hacer un rescate, pero somos muy poquitos los que estamos interesados.
¿Fue un problema conseguir las partituras?
Sí, pero en el primer disco Capricho, los valses completos de Ricardo Castro, primera grabación mundial de la integral de esta colección, que aportó además el rescate de 16 de los 22 valses, pero después entré en contacto con el catálogo que se extendió. Hubo algunas que me causaron mucha curiosidad. Algunas partituras están en archivos de reserva de varias bibliotecas, pero un sobrino nieto de Ricardo Castro tiene primeras ediciones de toda la obra. Así que para este segundo disco tuve la suerte de acceder a esas ediciones. Me interesaban los Nocturnos, que son de su etapa temprana. Un problema es que debido a que no hay muchos estudios sobre el compositor, se ignoran datos sobre cómo y cuándo escribió sus obras. Hay otras cosas que me interesaban, como los Preludios y la Romanza.
¿Es un panorama del músico?
Sí. Hizo lo que quiso. Tuvo diferentes lenguajes. Su música tenía una influencia europea muy grande, pero a pesar de eso conservó su mexicanidad. Yo sé que si escuchamos a Ricardo Castro, podemos saber que es un autor mexicano. En muchos sentidos fue un compositor autodidacta, llegó a los 13 años a la Ciudad de México y se inscribió al conservatorio de su época y tuvo como maestro a Melesio Morales. Fue un músico muy lúcido, muy hábil. Aprendió a escribir Nocturnos, tocando los de sus compañeros y músicos de su época. Su tradición sí es una europea con influencia de Liszt, pero insisto en que tiene un sabor inconfundiblemente nacional.
¿Merino Records es su disquera?
Le tuve que poner una marca al disco porque soy el productor, los otros discos salieron con otra compañía con la que ya no quise seguir. Este disco lo iba a sacar con otros, pero me ofrecieron un intercambio muy abusivo, pero no acepté sus condiciones porque eran indignas, prácticamente querían darme una miseria y quedarse con todo mi trabajo. Así que decidí pagarme mi disco, es lo que debía hacer.
¿Y la distribución?
Con la ayuda de mi hermano tuvimos que aprender este laberinto. Por ejemplo, no sabíamos cómo era el camino para venderlo en línea y descubrimo que es una situación con la que quedamos muy vulnerables. Los discos no están desapareciendo, pero los lugares para venderlos se están reduciendo, ya ni las librerías quieren vender discos. Me he dado cuenta de que hay puntos de venta como ferias, pero la realidad es que la distribución se está haciendo en línea. Es una pena porque los discos físicos tienen toda una intención, todas las notas son mías. Es una producción hermosa que se pierde en la venta en línea.
¿Es un gran desafío grabar música en México?
Sí y todo ese trabajo se lo quería quedar la distribuidora. Me dijo: ‘Te doy 500 discos y con eso te pago’. ¿Qué hacía yo con eso? Lo que quería es que ellos los distribuyeran. No es un tema de dinero, la inversión no se recupera totalmente. La motivación para hacer este tipo de materiales no es el dinero, sino el vínculo que he tenido con la música de Castro, pero tampoco se pueden aceptar tratos tan indignos.