Más Información
Diputadas celebran a emprendedoras; reconocen a la doctora Araceli Alonso, incluida en las 100 mujeres líderes
Yasmín Esquivel defiende la reforma judicial en Con los de Casa; alejado de la realidad pensar que es una venganza política, afirma
Elección judicial: Aspirantes a cargos comparten carta de motivos y hasta currículum; “Justicia no debe ser inaccesible”, afirman
Niño de 3 años toca “la campana de la victoria” por vencer al cáncer; recibió quimioterapias en el IMSS
Tres de cada 10 estudiantes es víctima de violencia en planteles; exigen reforzar medidas de seguridad
Querer Llegar a la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas era aceptar ser arrastrada por hordas de jóvenes y no tan jóvenes, más bien cuarentones que pisan los 50, que querían ver y escuchar y “slamear” con la música de Cuca, la banda que tuvo a cargo el penúltimo espectáculo del Festival Internacional Cervantino en ese recinto histórico para conciertos masivos.
Querer estar allí, era sentir la energía de quienes vivían la fiesta entre el alcohol y los atados de marihuana, era estar en la cercanía de cuerpos, en los saltitos discretos o de plano alocados; era aceptar que ha pasado el tiempo, que han pasado 25 años desde que empezaste a escuchar y a bailar con las rolas desaforadas de una banda de jalisquillos que lo mismo le hacía canciones a la Tortibuena, que titulaba sus temas como “La invasión de los blátidos”, “Tu cuca madre ataca de nuevo”, “La racha” o “El cuarto de Cuca”.
Quienes pudieron entrar llegaron a hacer fila desde la mañana, a quienes les cayó la tarde, tuvieron que conformarse con ver a lo lejos a la banda de rock que complació a sus fans con canciones legendarias como “La balada”, “Cara de pizza” y “El son del dolor”, esa rola salida del corazón: “Tu sabes que yo me muero/ por ti mi vida yo me/ muero por ti mi amor/ Que necesito respiración de boca a boca/ porque en tu boca nació mi dolor/ Yo quiero que me mates con un beso y otro beso/ para resucitar/ Yo quiero que me des otro abrazo y/ en tus brazos yo quiero reventar”.
(Foto: Berenice Fregoso/El Universal)
La banda formada en 1989 y liderada por José Fors arribó al Cervantino para seguir con el festejo de sus 25 años de trabajo, de encuentros y desencuentros, de idas y regresos, de una historia escrita en seis discos y en conciertos masivos, pero quizás únicos como el del Cervantino, donde cientos de almas brincaron y levantaron los brazos e hicieron con la mano la señal de la “Cuca”.
Ese espectáculo de la banda que, dicho por el propio José Fors “es una banda que ha venido defendiendo el rock and roll y el léxico que todos usamos en casa”, demostró porque sus canciones son únicas, por qué están llenas de mucho humor y son producto de la fusión de la música latina y el rock and tan propio de la Cuca.
La agrupación mexicana llenó la Alhóndiga de su música frenética, pero también de su buena vibra, de sus letras irreverentes y escatológicas, de sus bailes sensuales, de sus tatuajes y ojos delineados, de sus greñas locas, sueltas y canosas, de su vitalidad, de su vida y sus deseos de ir más allá, de seguir manteniendo la locura y la libertad.
Sobre el escenario Alex Otaola, Nacho “El implacable” González, Carlos Avilez y José Fors, se dieron, si acaso algo les faltó fueron más sostenes para colgarlos del micrófono. Porque si algo cambió de su música pedían los Cucos eran esas lindas prendas de mujer.
cvtp