La pianista francesa Hélène Grimaud, reconocida defensora de los lobos, acaba de publicar Water (Agua), su primera creación musical ecologista, "continuación lógica de todo lo hecho hasta ahora", según dijo en una entrevista.
"Es una invitación artística y musical a tomar conciencia de la amenaza creciente que pesa sobre el agua", recurso vital para el planeta y el ser humano, destaca esta artista precoz e insumisa, nacida en 1969 en Aix-en-Provence (sureste), que trabajó para este álbum con obras de nueve compositores de diferentes épocas.
El agua "es la crisis humanitaria más urgente", además de ser un elemento que interesó desde siempre a muchos artistas, y su escasez es "un problema que solo puede crecer, con el aumento de la población mundial y el desarrollo de las industrias pesadas", subraya.
Water reúne sus dos pasiones vitales: la música, que a los 8 años le ayudó a superar los efectos no siempre positivos de su genialidad; y la naturaleza, que en los 90 le llevó a fundar un centro de protección de lobos, en el estado de Nueva York, y a compartir su existencia con ellos.
"La aventura del 'Wolf Conservation Center' fue a través de un individuo, animal, no humano, pero poco importa", comenta con total naturalidad esta artista que durante años alternó su vida cotidiana entre sus peludos amigos con sus viajes por el mundo como solista de grandes orquestas y directores internacionales.
El individuo particular al que se refiere la intérprete es Alawa, la loba con la que se compenetró hasta el punto que de su profunda amistad nació el deseo de defender el amenazado universo de sus congéneres y, con él, el del ser humano y del planeta.
Estrella internacional, que además de pianista es también escritora, Grimaud sigue ocupándose de sus amados lobos neoyorquinos, aunque hace más de una década fijó también residencia en Suiza, junto a su compañero, el fotógrafo Mat Hennek, y sus dos hijos adoptados.
Con Water, "al principio fue el repertorio, muy abundante, el que me hizo trabajar la idea de crear este proyecto, la consciencia de que el agua es el regalo de la naturaleza más precioso que tenemos", explica.
"Sin él no hay vida", recuerda Grimaud, vestida con un polo negro, pantalón blanco y cazadora de chándal blanca, mientras toma un café con leche de soja en una habitación del lujoso "Palace" parisino donde recibe a la prensa con ocasión del lanzamiento mundial del disco.
"Lo sabemos todos, pero en el día a día a veces es difícil actuar en consecuencia. Tenemos la suerte de vivir en una sociedad donde el agua sale del grifo y no nos planteamos la cuestión, olvidando lo difícil que es para millones de personas abastecerse de agua potable y los millones de personas que mueren cada año debido a ello", subraya.
Grimaud no ha saltado de los lobos al agua: "Todo está conectado. No se puede trabajar sobre una parte de la ecología sin ser consciente de los problemas globales y la cuestión del agua siempre me interesó".
Su batalla medioambiental del momento se concentra en la edición de este conjunto de ocho piezas, como Wasserklavier de Luciano Berio (1925-2003), Almería de Isaac Albéniz (1860-1909) y Rain Tree Sketch II de Toru Takemitsu (1930-1996), enlazadas por siete intervalos compuestos por el londinense Nitin Sawhney (1964).
Barcarolle de Gabriel Fauré (1845-1924), Jeux d'eau de Maurice Ravel (1875-1937), Les jeux d'eau à la Villa d'Este de Franz Liszt (1811-1886), In The Mists de Leos Janácek (1854-1928) y La cathédrale engloutie de Claude Debussy (1862-1918), completan su selección, en la que tuvo que ser "implacable".
"Hay mucho material y quería que hubiese el máximo numero posible de compositores", el criterio, muy subjetivo, fue la abstracción, "por lo que excluí las piezas más narrativas y programáticas, como por ejemplo Ondine, de Ravel", añade Grimaud.
sc