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ana.pinon@eluniversal.com.mx
Hace unas semanas, en septiembre pasado cuando Plácido Domingo vino a México a dirigir la Messa da Requiem de Giuseppe Verdi en Tlatelolco, en conmemoración por los 30 años del sismo de 1985, la gente lo ovacionó, le aplaudió, lo detuvo en la calle para regalarle una flor, para tomarle un retrato, para gritar a los cuatro vientos su nombre: “¡Plácido, Plácido!” Su rostro, su canto, está en la memoria del mexicano.
Sus apariciones en programas tan populares como Siempre en domingo, así como en la televisión cultural en entrevista con expertos del mundo de la ópera; su voz del otro lado de la radio para pedir ayuda como un mexicano más, un mexicano por solidaridad, por humanidad. Plácido Domingo es mexicano por apropiación, por decreto de la voluntad popular.
En el mundo de la música es “el hombre de hierro de la ópera”, según Joseph Volpe, ex director de la Metropolitan Opera; en el mundo de los asombros es el cantante que fue aplaudido durante 80 minutos en Viena en 1991 por su interpretación de Otelo; es el artista que tiene una estatua en México creada con llaves donadas por la gente; para el mundo de los récords es el cantante con más discos grabados en la historia de la ópera, el que más roles ha interpretado, alrededor de 150; es una leyenda viva, uno de los pocos, muy pocos cantantes más longevos e influyentes en el mundo. Es cantante, director de orquesta, director artístico, promotor, impulsor, padre, esposo, maestro.
El 21 de enero cumplirá 75 años de vida y su lugar en la historia de la música está escrito, desde hace décadas, con letras de oro. El próximo 10 de noviembre a las 20:30 horas festejará en el Auditorio Nacional 55 años de su debut en México. En entrevista exclusiva con EL UNIVERSAL, el cantante habla sobre el significado que ha tenido este país en su vida.
¿Cómo se encuentra de salud?
—Me siento muy bien después de la cirugía que me hicieron. El concierto que vamos a dar en México estaba programado para el 31 de octubre, pero lo tuvimos que reagendar porque no iba a ser posible. Ahora me siento muy ilusionado de volver. Espero que el público y yo la pasemos bien.
Su madre, Pepita Embil, decía que usted inició su carrera en los pasillos del Teatro Degollado, en Guadalajara, cuando corría por ahí al lado de su hermana. ¿Lo sigue viendo así, ahí nació todo?
—Sí, creo que sí. Nos gustaba mucho estar en México, en Guadalajara específicamente. Mis padres eran extraordinarios cantantes de zarzuela, eran maravillosos, a mí me gustaba mucho ir a verlos. Ahí, en efecto, empezaron mis primeras lecciones.
Su mamá cantaba La princesa del dólar cuando una niña cayó del cuarto piso, pero se salvó. Esa anécdota la usó para explicar cómo es que la música es salvación, es fe, es esperanza.
—Sí, fue una cosa tremenda. Ella estaba cantando y fue la primera que vio que la niña se estaba cayendo desde el cuarto piso, llamó la atención y un soldado la pudo recibir, le salvó la vida. Todo el mundo dijo que la voz de mi madre, la voz de Pepita, había salvado a la niña. Es una historia muy especial. La música es esperanza. Y poder cantar es un privilegio, con el canto puedo hacer feliz a la gente, el canto puede conseguir que olviden sus penas, sus problemas. La voz humana es algo muy especial, soy un privilegiado que puede llegar al alma de las personas.
Le gusta una frase de Tosca que canta Cavaradossi, dice: “Nunca he amado más la vida”.
—Es una frase maravillosa. A pesar de las penas, de los problemas, de cosas tan difíciles, sólo en este año perdí a mi amada hermana, ahora mi operación; la vida sigue, la vida es bella, vale la pena vivirla por todos nuestros seres queridos y, en mi caso, por mi maravillosa carrera que me da la posibilidad de hacer feliz a la gente.
¿La pasión es la clave de la continuidad?
—Es lo que me ha hecho continuar. Es muy extraño que en el mundo de la ópera alguien llegue a mi edad, la verdad es que una carrera como ésta termina mucho antes, yo estoy asombrado. A los 70 años pensé en que tal vez me quedan un par de años, ya voy a cumplir 75 y no me pongo metas, sólo quiero tener la voz y encontrar la fuerza para seguir adelante. Quizá me retire antes del mundo de la ópera pero porque es muy difícil, requiere de horas y horas de ensayo todos los días, una producción requiere de varias funciones, es algo muy cansado. Podría retirarme antes de la ópera, pero no del mundo del concierto porque por lo regular sólo requiere de una función, en un lugar grande y te cansas un poco menos, aunque la responsabilidad es mayor porque tú tienes todo el peso.
¿La plenitud de vida está acompañada de libertad absoluta?, ¿por eso la diversidad de facetas que ha adquirido su carrera?
—Todo ese conjunto de cosas maravillosas como cantar, dirigir, estar con jóvenes cantantes, tener el concurso de Operalia de donde han salido extraordinarios cantantes como María Katzarava, es para mí extraordinario. Todo eso me hace un hombre maduro, pero sobre todo me hace ser un hombre con juventud acumulada, por eso tengo el espíritu joven, me hace ilusión ver a tantos jóvenes, siento como si estuviera con ellos en la carrera de los 400 metros y en cualquier momento les pasaré la estafeta a los jóvenes extraordinarios que han sido triunfadores en mi concurso. Hay trabajos muy duros en la vida, la ópera también es durísima, pero da satisfacciones extraordinarias. Ya veremos si puedo seguir varios años más con esta juventud acumulada.
En septiembre pasado, por si alguna duda le quedara de cuánto es querido en México, el público le expresó en Tlatelolco un profundo amor y respeto.
—México está en un lugar muy especial de mi corazón por haber crecido ahí. Mis padres pasaron el resto de sus vidas ahí, conocí a mi mujer en México y llevamos 53 años de matrimonio, mi familia está dividida entre México y España, así que mi corazón también está dividido, pero en México sufrimos una inmensa tragedia en 1985. Sí, es cierto, recibo un inmenso cariño de todas las personas que se acuerdan de aquel momento, un amor extraordinario pero que quisiera no haber recibido nunca, hubiera deseado que eso jamás hubiera sucedido, que México no hubiera sufrido y que nosotros no hubiéramos perdido a cuatro familiares. Todo eso nos hizo pensar en que tantas personas lo perdieron todo, sus familias, sus casas, todos en desgracia. Por eso hicimos mucho trabajo, por eso mis colegas me ayudaron a hacer conciertos para poder ayudar. Ayudamos todo cuanto pudimos. El huracán Paulina en Acapulco también fue trágico. Han sido fechas determinantes en mi vida que yo hubiera querido no vivir. Sé que en México sienten cariño y gratitud por mí, pero sinceramente ojalá nunca lo hubieran sentido, de veras. Soy español, nací en España, pero crecí en México y esa combinación es estupenda, ha resultado un español de hueso colorado que entendió la vida en México y que inició ahí su carrera.
¿Estar frente a la muerte lo obligó a desear vivir, más que nunca?
—Sí, entendí que la muerte llega en un segundo, en un instante todo se acaba, no queda nada. Lo que nos mantiene es la fe y pensamos en que no es posible que todo termine con la muerte, pensamos en que tiene que haber algo más después de la muerte, creemos que quizás un día volveremos a ver a todos nuestros seres queridos. Hay una tremenda duda en qué pasa después, por eso existe la fe. Cuando se apaga la luz es algo tan impresionante, sólo sabemos que todos vamos hacia un camino y que antes o después daremos el último paso. La muerte, es cierto, es impresionante, pero te enseña a tratar de vivir mejor, a querer dar más, a aprovechar el tiempo, a saber que por mucho que tengas nunca es suficiente.
Acaba de salir a la venta su más reciente disco My Christmas y lo acompañan, entre otros grandes cantantes, su hijo Plácido Domingo Junior.
—¡Exactamente! Placi, como le decimos, canta maravillosamente, no canta ópera pero canta canciones con un sentimiento, con un bello timbre de voz. Me acompañará en el concierto en México, junto con María Katzarava.
¿Qué le gustaría que viviera su hijo para que comprenda mejor lo que es una carrera como cantante?
—Él empezó a cantar no hace mucho. Siempre ha tenido una bella voz, pero no tuvo la pasión por estudiar canto, no pensó en esto, tiene tres hijas y les dedicó todo su tiempo; después, cuando crecieron las nenas le dio por querer cantar y la verdad es que lo está haciendo muy bien, está teniendo mucho éxito. Así que lo que debe de saber ya lo está viviendo. Es una gran emoción, un gozo, me lleno de orgullo cuando lo escucho cantar y me ilusiona mucho compartir el escenario con él.
¿Cómo está conformado el concierto que ofrecerá en México?
—Mis conciertos son muy variados, me gusta tratar de darle gusto a todo el público en general, me gusta darles algo de ópera, de zarzuela, de comedia musical, de opereta, canciones. El Auditorio es un lugar muy grande, pero deseo que con la variedad que ofreceremos se sientan como si estuvieran en la sala de sus casas. Estos conciertos son muy entrañables para mí, si me siento bien, si mi voz está bien, son momentos que me resultan extraordinarios porque los disfruto mucho. No veo la hora de estar en México.
¿Es posible que Operalia se lleve a cabo en México?
—Sí, pronto haremos el anuncio, ahora estamos preparando todo para que así sea. Esto también me da una gran alegría, parece ser que lo haremos en Guadalajara, debemos organizar muchas cosas para que así sea.
Hay mexicanos que han pasado por Operalia, Arturo Chacón, María Katzarava, Rolando Villazón.
—Sí, también David Lomelí, muchos mexicanos con voces extraordinarias y me da mucha alegría. Pero en México hay muchas voces, recordemos a Francisco Araiza, Ramón Vargas, Javier Camarena que canta como los ángeles, él es un milagro de voz; y hay tantos más que lamento mucho no recordar ahora pero que sí sé que están en Europa. La tierra de México, el mariachi, el chile, el tequila, ha producido tenores extraordinarios.
¿Será que el tequila también influyó en usted?
—Sí, creo que sí, haber crecido en México me ayudó.