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Juan Carlos y Juan Pablo ofrecieron recientemente un retrato íntimo de su padre, Juan Rulfo. En la tarde del 22 de abril, en el Centro Cultural Universitario y en el marco de la Fiesta del Libro y la Rosa, se sentaron juntos a dialogar con Benito Taibo y dibujaron al escritor en el seno familiar, al Rulfo más allá de Pedro Páramo y El llano en llamas, a un hombre que desayunaba ligero, que trabajaba por las noches y que hablaba poco, muy poco. A 100 años del natalicio del autor jalisciense reproducimos parte de aquella inusual y emotiva conversación.
Benito Taibo (BT): ¿Cómo era él?
Juan Pablo (JP): Trataba de vivir con respeto, con honestidad, con sencillez y con orgullo. Él tenía una personalidad ambivalente entre el aquí y el otro lado. Suena extraño, es muy significativo y no sé cómo explicarlo, pero yo viví eso. Lo miraba físicamente, pero trataba de adivinar en dónde estaba.
BT: Tuve la fortuna de conocer a su padre. Comió muchas veces en mi casa y siempre tuve la sensación de que estaba lejos de las estridencias y que era enormemente pudoroso, dejaba la sensación de que tenía algo que contar pero lo guardaba para sí. ¿Cómo era en la vida cotidiana?, ¿le gustaba la sopa de fideo?
JP: Era muy parco al comer. Comía poco. Desayunaba ligero. Él siempre andaba ligero. Viajaba ligero y vivía con mucha ligereza, con mucha sobriedad. Su vida era una constante de simpleza y sencillez. Era un ser sumamente discreto, delicado al hablar y al aseverar con muchos silencios. Vivíamos rodeados del silencio. Hablábamos en silencio y nos comunicábamos en silencio. La vista marcaba un ritmo y decía cosas. Yo estaba muy pendiente de su mirada para entender qué es lo que yo debía hacer o cómo actuar; era muy respetuoso de esas miradas. Además, era muy importante mantener esa discreción. Él era así y se nos hizo una costumbre vivir así. Sin embargo, no fue muy práctica esta manera de comunicarnos porque cuando uno sale del entorno familiar, pues se vuelve difícil relacionarse en silencio con otras personas. Yo he tenido muchos problemas por quedarme callado y es que pienso que las cosas son obvias, que están ahí y se ven, y no es necesario decirlas.
JC: ¿Piensas y luego existes?
JP: Siento, luego pienso y luego tal vez exista, quién sabe. Sentir era algo muy importante. No creo que haya pensamiento que no esté sustentado en el sentimiento. Sentir, percibir en el estómago y luego construir el pensamiento. Esto me parece que fue una herencia.
BT: ¿Lo vieron escribir?
JC: Yo estaba muy chiquito. Yo llegué mucho tiempo después. Juan Pablo llegó antes que yo, él sí lo veía.
BT: Pero seguro lo viste. ¿Escribía en libretitas, en papeles?
JC: Es que siempre he dicho que Juan Pablo me lleva 10 años y él vivió otras cosas. A mí lo que me pasó es que viví como con cinco papás, así que no sé de quién estamos hablando.
—JP. Yo te cuidaba. Tengo un hijo de 24 años, se llama Matías, a veces le digo Carlos. Y a Carlos le digo Matías.
—JC. ¡Imagínense los traumas que tengo! Lo que me pasó tiene que ver con la arquitectura de la casa. La puerta delantera estaba al principio del departamento, que era como chorisesco, al final del chorizo estaba la puerta del baño y la recámara de mi papá. Mi cuarto estaba junto al de Pablo y al de mi otro hermano. Cuando Pablo tenía 20, yo tenía 11, así que el reventón le tocaba a él. Cuando crecí y llegaba tarde a la casa, pasaba por su recámara para ir al baño y al salir me decía: “Hijo, ven, te quiero platicar algo”. Yo nunca lo vi escribir, pero sí lo recuerdo en su escritorio, lleno de papeles, escuchando música medieval o rancheras que grababa del radio. Me acuerdo muy bien que acababa de llegar la primera casetera a la casa, eran los años 70 y a mi papá le encantaba grabar música de Radio Universidad. Me acuerdo mucho de la voz del locutor, de unas campanitas que sonaban, de los conciertos para tal o cual instrumento. Así que él te decía cosas como: “Mira, ya conseguí la versión integral de ‘Carmina Burana’ que está incluída en siete discos”. Entonces se echaba toda una letanía acerca de las cosas que se encontraba. Cerraba los ojos, se rascaba, continuaba hablando, se seguía rascando. Yo estaba parado, escuchándolo, me cansaba de estar en esa posición y ni modo, llegaba un momento en el que le tenía que decir que ya me tenía que dormir. Pablo conoce mejor estas historias porque él llegaba más tarde que yo.
—JP: No, yo trabajaba. Tenía que estar a las 7:30 de la mañana en una imprenta. Y es verdad que mi papá tenía un horario muy peculiar. Estaba despierto toda la noche, amanecía y se apagaba su luz. En la noche escuchaba música, leía o escribía. Cada vez que entraba a su cuarto estaba escribiendo y al verme tapaba el cuadernito, así que yo no sabía qué hacía o qué escribía. Escuchaba música tradicional, folclórica, canciones que le gustaban y editaba algunas frases, las grababa en la casetera; compraba muchos discos de música clásica, barroca, medieval. Se la pasaba escuchando su discoteca. Una vez me comentó que si le preguntaran qué profesión le gustaría tener, habría respondido que la de lector. También se la pasaba leyendo. Yo me tenía que levantar para ir a trabajar y, efectivamente, era un riesgo pasar por la puerta de su cuarto porque siempre quería platicar. Era muy bonito pero a esas horas uno siempre estaba cansado. Yo necesitaba dormir mucho porque mi trabajo era muy duro. Él me decía “viejo” y yo le decía “jóven”. Cuando platicábamos era sobre discos, sobre si una versión de tal concierto era mejor que otra, me pedía mi opinión; mi papá podía extender la conversación y yo intentaba que no fuera así. Es una pena que no haya tenido esas oportunidades para quedarme a conversar toda la noche. Así era la vida y no se podía. Él hacía todas esas cosas de noche, dormía un par de horas y se levantaba para irse a trabajar al Instituto Nacional Indigenista, regresaba, comía y reposaba un poco, después se volvía a levantar y se dedicaba a copiar discos. Era un melómano muy intenso, un hombre con muchas actividades e intereses.
BT: Un lector como él, ¿qué libros puso en las manos de sus hijos?
JC: Yo no puedo hablar de una relación literaria. Recuerdo más la música. Yo tenía 22 años cuando mi papá murió, así que su muerte me llegó en la edad de la punzada. Conocí el rock por Pink Floyd y por un primo, entonces mi papá empezaba a ir a las tiendas de música. Él acababa de ir a Venezuela y traía muchos casets. Los domingos eran hot cakes con Chico Buarque. Yo sentía muy raro porque mis amigos que iban a la casa me decían que no nos entendían, que nadie hablaba y sin embargo todo seguía ocurriendo. Yo sé que hablo más fuerte que Pablo, pero Juan Francisco, mi otro hermano, está peor porque de plano no habla nada.
BT: ¿Era un monasterio?
JC. Es que no era necesario hablar. Nos dimos cuenta de que la comunicación se da de muchas formas, aunque sí hablábamos. Pero estoy recordando una cosa: Iba en la primaria y teníamos que decir a qué se dedicaban nuestros papás, yo dije que el mío era escritor y me sentí muy orgulloso. Tiempo después, tenía que leer Pedro Páramo y yo tenía que ser el más inteligente. Me sabía de memoria “Luvina”. Me encantaba mi maestra y yo se la recitaba...