Desde que pisara la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) para recibir el Cervantes, no paró de mostrar su ironía y humor: "Soy muy teatrero, me gusta disfrazarme" o "he traído a la familia para que me critique y a los amigos para que me hagan la ola".

Estas frases del autor barcelonés (1943) se unieron a la reivindicación del humor que sobrevoló todo su discurso de agradecimiento del , el galardón más importante de las letras en español, que el año pasado recayó en el mexicano .

Acompañado en la ceremonia por sus hijos Ferrán y Alejandro y por su primera esposa, Anna Soler, Eduardo Mendoza, muy elegante, vestido de chaqué y corbata gris, como su pelo, y algo nervioso, tomó aire y comenzó a leer su discurso.

"No creo equivocarme si digo que la posición que ocupo aquí, en este mismo momento, es envidiable para todo el mundo, excepto para mí", espetó Mendoza, uno de los premios Cervantes más leído.

Y ya algo más tranquilo reivindicó la excelencia del humor en la literatura que practica en sus escritos "con reincidencia", al tiempo que negó que se trate de un género menor, "como a menudo se considera".

En su discurso durante la ceremonia, presidida por los reyes de España en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, Mendoza también se declaró un fiel lector de Cervantes y asiduo del Quijote, a cuyas páginas, confesó, acude con mucha frecuencia, y centró su intervención en cuatro de las relecturas que ha hecho a lo largo de su vida de la obra.

En su intervención desgranó, con muchas pinceladas de humor, lo que estas sucesivas lecturas del Quijote le han aportado a lo largo de su vida, desde la primera obligada en el colegio, donde "casi" contra su voluntad se "rindió a su encanto", hasta la última, que emprendió de nuevo de "un tirón" al saberse ganador del premio que hoy recibió.

De su primer contacto con Cervantes recordó Mendoza que la lectura del Quijote "fue un bálsamo y una revelación" y ello pese a que eran unos años en los que la figura del hidalgo "había sido secuestrada por la retórica oficial para convertirla en el arquetipo de nuestra raza y el adalid de un imperio de fanfarria y cartón piedra".

También rememoró "con cariño" a todas las personas que le han apoyado en su carrera y tuvo unas palabras para dos: el poeta Pere Gimferrer -"me dio la primera oportunidad y es mi editor vitalicio y mi amigo incondicional", dijo- y agente literaria -"cuya ausencia empaña la alegría de este acto", afirmó-.

Por su parte, el rey Felipe, en su discurso, elogió a Eduardo Mendoza como "maestro en el manejo del idioma" y "verdadero biógrafo" de Barcelona, una ciudad que ha propiciado "un extraordinario ecosistema cultural" y donde, como en su obra, la convivencia entre el castellano y el catalán "es algo natural".

El monarca también ensalzó al escritor como un "verdadero artesano del lenguaje", que usa "como una herramienta de precisión" ajustada a los diferentes registros idiomáticos de sus personajes para acercar al lector a diversas realidades, "desde la de los diferentes grupos marginales a la de las clases altas, en diferentes épocas y en diferentes lugares".

El ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, defendió que parte de la grandeza de la prosa de Mendoza está en "ese limbo" que hace imposible tomarse "totalmente en serio" sus novelas, aunque sea todavía "más imprudente" tomárselas "totalmente a broma".

"Es posible que su aportación más notable a las letras del momento sea esa lección: que leer a un autor es un ejercicio entretenido en sí y que nada obliga al lector a catalogar lo que está leyendo según unos parámetros previamente establecidos", ha subrayado.

A la ceremonia del Cervantes, además de los reyes -Letizia, con un abrigo vestido blanco con bordados en negro-, asistieron la vicepresidenta de Gobierno, Soraya Saénz de Santa María, el director de la Real Academia de la Lengua, , y el director del Instituto Cervantes, .

Entre la pequeña representación literaria, los escritores Pere Gimferrer, Soledad Puértolas y Carme Riera.

nrv

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