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Hace algunos años, el enfoque de la educación básica (primaria y secundaria) y media superior en nuestro país se centraba en la adquisición de conocimientos por parte de los estudiantes; hoy, en cambio, se centra básicamente en el desarrollo de competencias.
A partir de esta nueva realidad educativa, Fernando de Jesús Rodríguez Guerra, secretario académico e investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, llevó a cabo, junto con otros colegas, una investigación que tuvo como objetivo descubrir las actitudes y creencias de los profesores del sistema educativo nacional en relación con los métodos de enseñanza que ponen en práctica en las aulas.
“En un primer momento trabajamos con profesores de primaria y secundaria; después, con profesores de secundaria de todas las áreas; y al final, únicamente con profesores de español”, comenta.
En el enfoque educativo anterior, las actitudes y creencias de los profesores no eran demasiado relevantes, en el sentido de que los métodos de enseñanza se sustentaban en la aplicación de exámenes sobre contenidos curriculares, y los alumnos sacaban una determinada calificación en función de qué tanto sabían lo que se les había enseñado en clase.
Sin embargo, en el enfoque educativo centrado en el desarrollo de competencias, el trabajo colaborativo, por equipos, es fundamental. El profesor deja de ser aquel individuo que posee todos los conocimientos y los imparte, y se convierte más bien en un guía para que los alumnos alcancen, mediante un proyecto didáctico basado en las prácticas sociales del lenguaje, un objetivo comunicativo específico.
De acuerdo con el investigador universitario, los profesores conocen muy bien las características del nuevo enfoque educativo, son capaces de explicar perfectamente qué significa trabajar a partir de proyectos y por equipos, y cuáles son las prácticas sociales del lenguaje, pero en el momento de actuar en las aulas, frente a los alumnos, siguen apegados a los métodos tradicionales de enseñanza.
“Cuando les preguntamos qué era lo que más valoraban, nos respondieron que una clase en silencio, en la que ellos puedan dedicarse a dictar cátedra durante la mayor parte de la mañana; es decir, hay una contradicción entre la práctica docente y el funcionamiento de un enfoque educativo centrado en el desarrollo de competencias. Esta contradicción, por lo demás, también se observa en los directores y prefectos.”
Durante mucho tiempo, la tarea de la escuela fue enseñarles a los alumnos saberes acerca de las distintas materias curriculares. En el caso del español, por ejemplo, estos saberes se referían a la lengua y la literatura. Y si los alumnos eran aplicados, podían identificar el complemento directo en una oración y repetir las características específicas del Romanticismo y mencionar dos autores y dos obras de esta corriente literaria… Pero estos saberes, en opinión de Rodríguez Guerra, no sirven para nada en la vida diaria.
“Lo que sirve son las prácticas sociales que permiten el surgimiento del pensamiento crítico, de la reflexión, de la investigación, de las habilidades expositivas.”
Ahora bien, por desgracia abundan los estudiantes con una capacidad razonadora y expresiva muy pobre que les impide relacionarse adecuadamente con su entorno y sus semejantes, y que contribuye al establecimiento y la permanencia de una sociedad poco crítica.
“Por eso, la escuela tendría que favorecer realmente el desarrollo de esas competencias, las cuales están muy asociadas a la participación ciudadana y a una vida democrática plena”, concluye Rodríguez Guerra.