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“Soy primeramente, absolutamente, un escritor caribeño”, aseguró en 1985 a The Paris Review el escritor Derek Walcott, quien falleció ayer en su casa en esta ciudad, tras una prolongada enfermedad. Nacido en 1930, había cumplido 87 años el 23 de enero.

“La lengua inglesa no es propiedad especial de nadie. Es propiedad de la imaginación: es propiedad del lenguaje mismo. Nunca me he sentido inhibido para tratar de escribir tan bien como los más grandes poetas ingleses”, dijo entonces Walcott, quien en 1992 fue premiado con el Nobel de Literatura por “la gran luminosidad de sus escritos incluyendo Omeros (1990)”, una épica caribeña de 64 capítulos que la Academia Sueca elogió como “majestuosa”, escrita por un autor en quien “la cultura antillana ha encontrado a su gran poeta”. Parte del dinero del premio lo destinó a un centro artístico cerca de San Lucía.

Walcott, descendiente de esclavos y con ascendencia africana, holandesa e inglesa, decía que sus escritos reflejaban la “muy rica y complicada experiencia de la vida en el Caribe”.

Pintor y maestro de teatro, Walcott fue elogiado por su uso profundo y audaz de la metáfora y por su mezcla de sensualidad y destreza técnica. Comparaba sus sentimientos por la poesía con un pasatiempo religioso.

En su ensayo autobiográfico What the Twilight Says, escribió: “Tanto el dialecto de la calle como el lenguaje del salón de clases esconden la euforia del descubrimiento. Si no hubiera nada, habría todo por hacerse. Con esta prodigiosa ambición uno empezó”.

Walcott decía que en su infancia vivía entre “dos mundos”: “Los coloniales comenzamos con esta enervación malárica: que nada podría nunca construirse entre estas chozas putrefactas, patios descalzos y tejas caídas; que como pobres, ya teníamos el teatro de nuestras vidas. En esa simple niñez esquizofrénica uno podía llevar dos vidas: la vida interior de la poesía, y la exterior de la acción y el dialecto”.

Al principio, el escritor forcejeó con interrogantes sobre su raza y su pasión por la poesía británica, que describía como una “lucha contradictoria de ser blanco de mente y negro de cuerpo, como si la piel fuera un carbón del cual el alma, cual humo atormentado, se retuerce para escapar”.

Superó esa lucha interna y escribió: “Una vez que perdemos nuestro deseo de ser blancos, desarrollamos el anhelo de volvernos negros”.

Su obra. Walcott era hijo de una maestra de escuela metodista y de un funcionario público y aspirante a artista que murió cuando el poeta y su hermano mellizo, Roderick, eran bebés. Su madre, Alix, les inculcó el amor por las letras, recitando a menudo a Shakespeare y leyendo en voz alta otros clásicos de la literatura inglesa.

A los 14 años publicó su primera obra en un diario local: un poema de 44 líneas titulado 1944. Años después, aún adolescente, autopublicó una colección de 25 poemas. A los 20, su obra teatral Henri Christophe fue producida por un sindicato de artistas que cofundó. Dejó Santa Lucía para sumergirse en la literatura en la Universidad de las Antillas en Jamaica.

En 1953, en Trinidad trabajó en el teatro, impartió clases y ejerció la crítica de arte hasta que obtuvo una beca de la Fundación Rockefeller para estudiar en Nueva York; seis años después, a su regreso a Trinidad, fundó su propio grupo de teatro, el Trinidad Theatre Workship, donde representó sus primeras obras teatrales.

Su descubrimiento vino con la colección de poemas In a Green Night (En una noche verde, 1962).

Después de ejercer como profesor en distintas universidades del Caribe, a principios de los 80, fijó su residencia en Estados Unidos y en 1984 comenzó a enseñar arte dramático y literatura en la Universidad de Boston. Entonces, dividió gran parte de su tiempo entre Estados Unidos y el Caribe; el exilio de millones de ciudadanos caribeños que dejaron la región en busca de una vida mejor también fue un tema frecuente en sus escritos.

Walcott fue un autor fructífero, con más de 20 poemarios y más de 30 piezas de teatro publicados en inglés. En su obra siempre está presente el Caribe. El mar es un motivo recurrente y también los mitos y la lengua de su isla natal invaden sus más de 20 libros de poesía. Al mismo tiempo, sus epopeyas encajan en la literatura occidental.

Recuerdan su legado. “Los lectores del inmenso poeta santalucí lamentamos sinceramente su muerte. Era un espíritu de dimensiones cósmicas, un poeta para las edades, un hombre simpatiquísimo. Lo extrañamos ya, lo extrañaremos siempre”, dijo el poeta David Huerta; agregó que la obra de Walcott siempre tendrá un vínculo con México gracias a las “magníficas versiones que de sus poemas hizo otro poeta mayor, el veracruzano José Luis Rivas, y al trabajo de Jeannette Lozano, poeta, editora de Vaso Roto y traductora, amiga personal de Walcott y de su esposa Sigrid Nama; varios libros de Walcott fueron publicados en Vaso Roto”.

El escritor Homero Aridjis lo recordó como un amigo cuya obra enriqueció la lírica del Caribe, una tradición que ha tenido entre sus mejores exponentes a Saint-John Perse, Aimé Césaire y a Walcott. “Se va con él la voz del Caribe, la voz de los vientos y de los mares. Con él se va el autor de muchos poemas que representaban la lírica del Caribe”.

Para el también poeta Víctor Mendiola, la poesía y trabajo de Walcott son magníficos: “Algo que destaco de su poesía es que tenía gran maestría para reasumir la narrativa en el poema largo. Recuerdo su obra Omeros, una Ilíada u Odisea moderna, con una excelente traducción de José Luis Rivas”.

El escritor Sergio Ramírez expresó: “Despedimos a Derek Walcott, nuestro ‘Homero del Mar Caribe’”. Con información de agencias

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