El programa Salas de Lectura de la Secretaría de Cultura editó la novela La invención de Morel, obra de Adolfo Bioy Casares donde el protagonista va en busca del sogiego de la desaparición.

Un hombre sin nombre asume la condición de forajido al huir de una injusta condena a prisión perpetua. El lector desconoce el crimen y ve cómo el desconocido se encuentra en el irrefrenable distanciamiento de la sociedad.

Aconsejado por un vendedor de alfombras de Calcuta, llega a una isla abandonada que carga con el estigma de una misteriosa enfermedad o peste por lo cual está deshabitada. En ese sitio el protagonista halla la pérdida de la humanidad, la obsesión, la cordura y el lenguaje.

La vida del personaje se verá marcada con la inesperada llegada del verano y el sonido del fonógrafo, por lo que asustado por la presencia de alguien huye a los territorios más bajos de la ínsula.

Este clásico de la literatura fantástica fue escrito en 1940. En él hay referencias a Thomas Malthus y Cicerón, entre otros. El escritor Jorge Luis Borges escribió que no le parecía "una imprecisión o hipérbole calificarla de perfecta".

El relato de Bioy Casares aborda los temas del eterno retorno y la inmortalidad, resultados a los que se llega suprimiendo las dos dimensiones que cimentan la existencia humana: el tiempo y el espacio.

La desmedida fascinación por las imágenes en que nos hemos ido sumergiendo, es sin duda el gran tema de La invención de Morel, que fija una raíz en la creencia de ciertos pueblos de que capturar la imagen de alguien significa robarle el alma. Hay un consuelo en la copia, pero ésta se encuentra incompleta si no consigue atraparlo todo, pues como apunta el personaje de Morel “congregados los sentidos, surge el alma”.

nrv

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