El escritor mexicano Xavier Velasco conoce bien a los pícaros, de los que se rodea en su nuevo libro ambientado en los ochenta, Los años sabandijas, aunque quizá el mayor de todos sea él, ya que asegura que "escribir novela es fechoría".

"Y espero salirme con la mía y que no me caigan en la mentira", continúa con una rima improvisada, en una entrevista. El autor, culpable de delitos como "saquear la música" y de raptar a los lectores para "iniciar el juego" de vivir en una década que, para él, duró doce años, siendo los últimos 2015 y 2016.

En la novela de Velasco (Ciudad de México, 1964), el walkman de Sting es objeto de robo, la chica de moda es Olivia Newton-John, el apodo de uno de los protagonistas viene de una canción de The Police y el lema vital de otro nace de las letras de The Clash.

A simple vista parece un libro sobre los ochenta, pero en principio la intención no era tal, sino simplemente escribir "desde los ochenta", una década "ambiciosa y metalizada" donde "formar parte de la clase media es un heroísmo cotidiano".

"Perfectamente escondido" debajo de una enredadera del jardín de su casa, Velasco se burla del calendario y se sumerge en el siglo pasado, porque él no quiere echar mano de la nostalgia, sino "construir una máquina del tiempo".

Con el ritmo que iba marcando su escritura a mano, el autor pasó meses escuchando sus listas de reproducción de música "muy energética que me pudieran meter a esa fiesta sin fin que eran los años 80"; canciones a las que pudiera "expoliar" y sacar todo el jugo.

El resultado es un revoltijo de personajes situados en unos tiempos y una ciudad -la capital mexicana- "enormemente permisivos".

Por este motivo, en el momento de "negociar" con sus personajes, encontró que "a la hora de la verdad baila por ahí un billete y cambia la óptica de las cosas, como que se evaporan los principios", afirma.

"Yo creo que México es una muy buena sede para la novela picaresca", reconoce el autor de Diablo guardián (Premio Alfaguara 2003), quien dice tener un "enorme afecto por los pícaros".

En sus tiempos en la escuela, que odiaba "profundamente", su gran respiro fue encontrar novelas como El Lazarillo de Tormes o La vida del Buscón de Quevedo: "Eran novelas que me permitían descubrir que los malandrines se metían hasta ahí, hasta en el habla escolar, y aprendí todo lo que pude".

El mexicano asevera que el proceso de creación no se lo toma de forma muy mística, sino que trata de pensar que él es un plomero y que está tratando de arreglar una fuga de agua.

Sin embargo, en sus reflexiones también llega a asemejar la escritura con el amor.

"Cuando uno se enamora, aparte de que vive en un tiempo encantado, también vive una gran zozobra, ni siquiera sabe si es amado de vuelta, yo no sé si la novela me ama de vuelta, si está funcionando, tengo toda esa tensión tremenda", argumenta.

Y también como el amor, "llega un momento en el que se acaba y es muy triste": "Termino la novela y al día siguiente me pongo la lista que escuchaba en Spotify y ya está hueca, completamente vacía, porque ya le saqué todo lo que pude".

Es el mismo caso, continúa, que cuando "te encuentras con una persona que fue muy cercana a ti, una ex", años después de acabar con ella, y dices "pues qué linda, qué simpática, pero qué le veía yo, no sé".

Su incertidumbre de si es o no correspondido se resuelve en sus encuentros con los lectores, como los que está manteniendo estos días en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara (oeste de México).

"Aprendes mucho de lo que escribiste a partir de los lectores, yo casi te diría que vengo a entrevistar a mis lectores", bromea el escritor.

Y aunque su público sea de lo que "se alimenta", defiende que no piensa en "complacerlos": "Los escritores a los que más aprecio es a los que nunca intentaron complacerme, y por eso lo lograron", concluye Velasco.

sc

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