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Luis González de Alba se suicidó con un arma calibre .22 el pasado 2 de octubre, fecha en que se conmemoró el 48 aniversario de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Escritores han fallecido por causas naturales, problemas de salud y adicciones; sin embargo, son contados aquellos que toman la decisión del suicidio.
El Premio Nobel de Literatura 1954, Ernest Hemingway, se suicidó con la que se presume era su escopeta preferida, una Boss calibre 12. El escritor tomó la elección el 2 de julio de 1961, aunque antes ya había tenido un intento de suicidio, pero en esa ocasión lo llevaron al hospital Sun Valley, y de allí fue devuelto a la Clínica Mayo. En sus últimos años padeció una hemocromatosis, enfermedad que impide metabolizar el hierro y culmina en un deterioro físico y mental.
El escritor uruguayo Horacio Quiroga también eligió el suicidio. Su vida estuvo marcada por la muerte: primero el accidente que tuvo su padre; el suicidio de su padrastro y el de su esposa. Influido por Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, su obra también tuvo como constante el fin de la vida. En la última recta de su vida, Quiroga padeció cáncer de próstata. El diagnóstico lo impulsó a tomar una decisión: bebió un vaso de cianuro con el que terminó con su vida.
El escritor italiano Cesare Pavese murió a los 42 años, en 1950. El autor es reconocido como uno de los más influyentes de su país en el siglo XX. Fue su malestar existencial, y el desengaño amoroso que sufrió tras la ruptura de su relación con la actriz Constance Dowling, lo que lo motivó a suicidarse.
No sólo escritores masculinos tomaron esta elección, sino también mujeres, como la poeta Sylvia Plath, quien vivía la separación de su entonces marido Ted Hughes. El también vate ya no vivía con Plath ni sus hijos, pero la mañana del 11 de febrero de 1963 sonó su teléfono. Era la voz de un médico, quien le dijo que la poeta metió la cabeza en un horno y estaba muerta.
La novelista inglesa Virgina Woolf también decidió terminar con sus días a los 59 años, durante la II Guerra Mundial. La escritora se aventó al río Ouse, en Sussex, con los bolsillos del abrigo llenos de piedras para no salir a flote.
nrv