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Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de sociología en la Universidad Carlos III de Madrid, ha puesto patas arriba el debate cultural en España con su estudio La desfachatez intelectual: escritores e intelectuales ante la política (Catarata). Arturo Pérez-Reverte, Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, Javier Marías y Fernando Savater son, en su faceta de opinadores, algunos de los blancos de las críticas de Sánchez-Cuenca.
No se pone en duda su calidad literaria ni su inteligencia, sino la vigencia que mantienen en la conversación pública mediante intervenciones poco profundas y sustentadas en su prestigio en otros campos. El libro lleva seis ediciones y ha conectado con un amplio público que exige voces nuevas y más formadas.
¿Por qué los opinadores de referencia en España son literatos y no científicos sociales?
Históricamente hay una explicación pedestre: la necesidad del escritor español de lograr ingresos con colaboraciones en prensa. Se explica también por la tradición del intelectual latino. En mi libro me baso en una clasificación del sociólogo italiano Diego Gambetta, que diferencia entre la cultura intelectual analítica de los anglosajones y la holística de los latinos. En la analítica es central la construcción del argumento, que es un esfuerzo colectivo que requiere rigor. La holística se caracteriza por la existencia de figuras con un carácter propio, los grandes intelectuales que saben de todo, cada uno como una torre con opiniones sobre cualquier cuestión relevante, y a los que los ciudadanos miran para saber qué decir.
En el mundo anglosajón también hay especialistas en hablar de todo.
Sí, pero son más bien periodistas obligados a informarse sobre cada asunto. En España se valora más a los escritores por el gran prestigio de la novela y el ensayo frente a otras disciplinas. No niego la calidad literaria de esos autores, pero en el mundo anglosajón también los hay muy buenos y no entran a hablar con esa suficiencia sobre temas que desconocen. ¿Qué aporta al debate una columna de Pérez-Reverte sobre la corrupción insultando a los políticos? Hace 40 años, cuando no había estudiosos sobre el tema y el debate público era de peor calidad, podía ser una expresión de indignación legítima, pero hoy prefiero que se use ese espacio para arrojar luz sobre las causas del problema. Hay mucha gente que tiene cosas interesantes que decir y les están vetados esos espacios.
¿Cuándo cree que se solventará esa anomalía?
El público comienza a pedir intervenciones de más calidad. Los diarios tradicionales tiene su “escudería literaria” en la que se apoyan a cambio de prestigio pero, con la fragmentación de los medios y la llegada de Internet, ese papel referencial desaparece. Esas figuras pierden relevancia porque lectores críticos y jóvenes encuentran opiniones más formadas en otros sitios. En la esfera pública ha dejado de interesar la actitud decimonónica de intelectual de casino que espera que se publiquen todas sus opiniones por ser quien es.
Sin embargo, ahí está el éxito de Todo lo que era sólido, el libro sobre la crisis de Antonio Muñoz Molina que usted tanto critica.
Así es. Estamos al principio de la pérdida de influencia de estos escritores-opinadores; será un proceso largo. Arrastrado por la presión ambiental, leí ese libro y me irritó mucho la arbitrariedad de su tesis, que achaca la crisis económica a vicios hispánicos y no a un contexto políticoeconómico nacional e internacional muy complejo. El nivel de los lectores ha subido y no es justificable que los autores sigan entregando esos textos tan poco autoexigentes. Creo que incluso han bajado lo que se piden a sí mismos, porque están aupados en su popularidad.
A pesar de esa falta de “rigor” que denuncia, muchos de esos intelectuales son figuras académicas.
Muñoz Molina, Savater o Félix Azúa son incluso catedráticos. Pero no es suficiente dar una asignatura en la universidad para hablar de todo. Lo básico a la hora de emitir un juicio es aplicarse los principios de quien hace investigación: confrontar, revisar. Ésa es una experiencia que estos autores no tienen. Se han especializado en disciplinas como el ensayo o la novela, en lo que pueden ser geniales, pero tiene otra lógica, quizá no tan apropiada para adaptarse a los mecanismos de un debate.
¿Cuáles son las críticas que más le han dolido tras su libro?
Las reacciones furibundas han confirmado mi tesis. Los citados se han centrado en atacarme personalmente sin debatir mis argumentos. Savater me llama “entrañable enemigo”; yo no soy su enemigo: admiro su obra filosófica y aspectos de su lucha cívica, pero creo que opina de política sin exigirse la seriedad que impuso en su obra. Esas figuras no aceptan la contraposición de ideas, y eso produce un ambiente viciado. Yo he intentado no entrar en ataques que vayan más allá de las opiniones políticas. Sólo usé un poco de ironía más dura con Arturo Pérez-Reverte, el académico de la Lengua condenado por plagiar una obra.