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Hace medio siglo, Juan Rulfo fue traducido al serbio en la entonces Yugoslavia, un año después de Martín Luis Guzmán. En México, Dubravka Sužnjević tradujo hace unos meses la única obra de Ivo Andrić que no estaba en español, en el más reciente capítulo del intercambio literario México-Serbia, dos países que el 24 de mayo pasado conmemoraron 70 años de relaciones, principalmente culturales.
Con Signos junto al camino, conjunto de ensayos, aforismos y reflexiones del premio Nobel de Literatura 1961 que Sexto Piso publicará a finales de año, Sužnjević acapara ya una docena de obras de serbios traducidas al mexicano, desde que hace 15 años Alfaguara editó su debut, Ándjela, de Vladimir Arsenijević, uno de los primeros escritores perseguidos que acogió la Casa Refugio Citlaltépetl desde 1999.
“Como Andrić hay muchos autores de su generación extraordinarios. Es un crimen que la gente en México no los conozca por no estar traducidos. Cuando decidí venirme a México llegué pensando que no era justo que este país, que tanto ha aportado a la literatura, tenga que leer traducciones en un castellano a veces súper chocante por los localismos de España”, dice la especialista, quien inmigró en enero de 1991 y dos meses después su patria, Yugoslavia, se desmembró con otra guerra balcánica más.
Sužnjević pone de ejemplo a escritores como Miloš Crnjanski, Meša Selimović o varios candidateados al Nobel de Literatura, como Milorad Pavić, Danilo Kiš o los poetas Vasko Popa y Miograd Pavlović, traducidos hasta hace poco sólo en España por editoriales como Debate o El acantilado.
La traducción del volumen de más de 500 páginas del autor de Crónica de Travnik, Un puente sobre el Drina y La señorita viene a completar la “misión” de Sužnjević por reparar una injusticia con las letras de su país, donde libros de Guzmán, Octavio Paz, Rulfo, Carlos Fuentes y aun de filósofos como Leopoldo Zea o Pablo González Casanova están en serbio desde los 60, en los años de la Yugoslavia de Tito.
“Desde los 17 años yo leía en serbio a Paz, Rulfo y Fuentes, libros como el Chilam Balam y el Popol Vuh”, dice Sužnjević, quien estudió filología hispánica en Belgrado, “enamorada” como muchos intelectuales de su país del boom latinoamericano y del castellano.
Con Andrić y Arsenijević se suman en la cuenta de Sužnjević a La mano de la buena fortuna (2007), Atlas descrito por el cielo y Diferencias (2008), El cerco de la iglesia de la Santa Salvación (2013) y Bajo el techo que se desmorona (2014), de Goran Petrović (Kraljevo, 1961); Siete Pecados capitales (2003), Segundo Cuerpo (2011) y Pieza única (2015), de Pavić (Belgrado 1929-2009); La boca llena de tierra (2010), de Branimir Šćepanović (Podgorica, 1937), publicados por Sexto Piso, y El cansancio ajeno. Poesía completa de Popa (1922–1991), editado en 2012 por la editorial Vaso Roto.
Felipe Rosete, editor de los serbios en Sexto Piso, reconoce que Petrović, Pavić, Šćepanović y Vladimir Dimitrijević (La vida es un balón redondo, 2010) contribuyeron mucho a consolidar la reputación de esa editorial de que publicaba libros raros, de mucha calidad, que otras casas no se atrevían. Además se volvieron sus best sellers, en especial Petróvić y Pavić, con tirajes de hasta 7 mil ejemplares y múltiples reimpresiones en una década. Atribuye ese éxito a que estos autores “conservan en su literatura la magia, la imaginación y la experimentación más allá de las literaturas occidentales”. Adelanta que también estudian reeditar Diccionario jázaro, de Pavić, con traducción de Sužnjević, y a autores jóvenes, como Andrija Matić, de 37 años, inédito en español.
La historia entre las literaturas de México y Serbia es mejor conocida y está bien documentada en los Balcanes; en México sólo se sabe de una tesis de maestría en la Universidad Veracruzana: Traducción y edición de la literatura serbia en México (2015), de la joven balcánica Jelena Nad.
Dejan Mihailović, filósofo, sociólogo, doctor en Estudios Latinoamericanos y académico del Tec de Monterrey, recuerda una anécdota de realismo mágico en su ciudad natal Novi Sad. “En 1976 o 77, vi Pedro Páramo montado como obra de teatro en un escenario al aire libre, en una puesta en escena totalmente experimental. ¡México, Rulfo y Pedro Páramo ambientados en una fortaleza de los Balcanes!”, relata.
El primer mexicano traducido en Yugoslavia fue Martín Luis Guzmán, Naprijed editó en 1965 El águila y la serpiente. Un año después le siguió Rulfo. Pedro Páramo y cuatro cuentos de El llano en llamas aparecieron por primera vez en serbocroata en 1966, en la colección Metamorfosis, dirigida por Vasko Popa para la editorial Nolit y con traducción de Radoje Tatić (la segunda, al esloveno, unos años después en versión de Alenka Bole Vrabec), según refiere en Pedro Páramo en Yugoslavia el argentino Juan Octavio Prenz, quien antes de Sužnjević, en 1985, había sido el único en traducir para una editorial mexicana, el Fondo de Cultura Económica, a un yugoslavo, el poeta Vasko Popa.
Esa antología de Popa incluía un Imprólogo, de Paz, gran amigo del eslavo desde aquel legendario programa de televisión de los 70, en el que departieron sobre poesía con el ruso Joseph Brodsky, la estadunidense Elizabeth Bishop y el colombiano Álvaro Mutis. De hecho, Sužnjević refiere, con base en versión de la viuda de Popa, que éste fue el único invitado de Paz a la recepción del Nobel en Estocolmo en 1990, pero no asistió, estaba muy enfermo y murió el 5 de enero de 1991.
Según Dalibor Soldatić, traductor del Diccionario jázaro para Anagrama, la enseñanza del español como materia en la Universidad de Belgrado se inició en 1951, pero el estudio sistemático de la lengua y literatura españolas comenzó hasta 197,1 cuando se convirtió en carrera. En Las literaturas hispánicas en Serbia, el investigador fecha la traducción de La muerte de Artemio Cruz, de Fuentes, en 1969. Añade que el boom para la novela hispanoamericana en los Balcanes empezó en 1973 con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, pero el clímax llegó en 1984 cuando editorial Prosveta publicó una colección, que entre obras de Onetti, Cortázar, Sábato, Vargas Llosa, Puig, Roa Bastos y Carpentier, incluía Terra Nostra, que narradores como Petrović consideran su mayor influencia.