Más Información
Renuncia Jorge Mario Pardo Rebolledo, ministro de la Suprema Corte; “rechazo injurias e insultos de los que he sido objeto”
Declinan 412 jueces, magistrados y un ministro de la SCJN; prevén ola de renuncias en 2 días por elección judicial
Presentan documental “Nuevas Voces del Poder Judicial”; justicia debe reformarse, asegura ministra Yasmín Esquivel, protagoniza primera capítulo
Piden no desaparecer Mejoredu; no duplica funciones, es delimitado y no debería incluirse en reforma: académicos
abida.ventura@eluniversal.com.mx mail
Hace casi un siglo existió alguien que comprobó que el consumo de la marihuana no era tan peligroso como se pensaba y abogó incluso por su legalización. Se llamaba Leopoldo Salazar Viniegra, un médico y psiquiatra que tuvo a su cargo la dirección de Toxicomanías del Departamento de Salubridad y el Hospital de Toxicómanos del Manicomio General de La Castañeda, instituciones desde donde emprendió experimentos con sus pacientes, alumnos, colegas, niños, mujeres y hasta perros para demostrar que el consumo de la hierba no provocaba psicosis o comportamiento violento, razón por la que sus consumidores no debían ser considerados “enfermos mentales”, mucho menos recluirlos en una institución como La Castañeda.
También conocido como el Dr. Verde, Salazar Viniegra forma parte de la primera generación de psiquiatras en México, cuyo trabajo (entre 1920 y 1950), sentó las bases de las instituciones psiquiátricas en el país e impulsó investigaciones para prevenir los transtornos mentales.
La historia de personajes como éste y sus aportes a la pisquiatría es poco conocida, pero una investigación del antropólogo Andrés Ríos Molina la rescata en su libro Cómo prevenir la locura. Psiquiatría e Higiene Mental en México, 1934-1950 (Siglo XXI Editores).
El investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM expone en esta investigación algunos de los proyectos de los pioneros de la psiquiatría en México, personajes que, más allá de la leyenda negra que suele haber alrededor de ellos por la brutalidad con la que tratan a sus pacientes, salieron a las calles, se acercaron a la gente, discutieron y promovieron propuestas para prevenir la locura y buscaron soluciones para trabajar en torno a comportamientos entonces considerados “anormales”, término que incluía a drogadictos, alcohólicos, prostitutas, homosexuales, personas en situación de calle...
Ríos Molina, quien se ha especializado en la historia de la psiquiatría en América Latina y ha publicado libros sobre el tema, como La locura durante la Revolución Mexicana. Los primeros años del Manicomio General La Castañeda, 1910–1920 y Memorias de un loco anormal. El caso de Goyo Cárdenas, comenta que se sintió atraído por estos personajes porque “han sido olvidados por la historia y porque no eran tan malos como la leyenda negra los quiere pintar”. Es decir, “no eran aquellos psiquiatras que dan electrochoques, brutales en el trato, que encierran a la gente, y para quienes cualquier cosa que parezca anormal ya es locura”.
Desde La Castañeda u otras instituciones correccionales y sanitarias, psiquiatras como Samuel Ramírez Moreno, Leopoldo Salazar Viniegra, Manuel Guevara Oropeza, Mathilde Rodríguez Cabo, Alfonso Millán Mandonado, Edmundo Buentello y Raúl González Enríquez fueron realmente los primeros profesionales en esta disciplina y que se preocuparon “por los factores sociales y culturales que podían convertirse en generadores de enfermedades mentales”. “Fue una generación de psiquiatras que se interesó por las poblaciones vulnerables, los niños migrantes, obreros que vivían en condiciones de miseria en la Ciudad de México, para diseñar políticas institucionales en aras de mejorar su calidad de vida y evitar que desarrollaran factores en detrimento de su salud mental”, señala el historiador.
De acuerdo con Ríos Molina, fueron estos personajes quienes comenzaron a profesionalizar la psiquiatría en el país, entre 1930 y 1950. En las dos primeras décadas del siglo XX, apunta, quienes atendían a los pacientes en La Castañeda, uno de los proyectos de modernización del porfiriato, en realidad eran médicos generales que se formaron con la práctica, que publicaron e investigaron poco sobre el tema. “Uno pensaría que La Castañeda, inaugurada en 1910, fue el resultado de la presión ejercida por los psiquiatras al Estado pidiendo una institución moderna, pero no fue así. Fue un proyecto impulsado por el Estado, por la élite porfiriana que veía un manicomio como una manifestación de la modernización de la sociedad, pues entonces se consideraba que entre más moderna era una sociedad más locos tendría”.
Inaugurado en el marco de los festejos del Centenario de la Independencia, el manicomio de La Castañeda ha quedado en el imaginario de los mexicanos como un sitio que fue escenario de historias de dolor, negligencia médica, tortura y hacinamiento, pero desde esa institución también hubo personajes que después de la Revolución Mexicana buscaron darle un giro a la manera de cómo tratar a los pacientes, insistieron en regular quién en realidad debía estar en el manicomio y, sobre todo, impulsaron el tema de la prevención de las enfermedades mentales, las cuales, consideraban, eran generadas por diversos factores sociales que debían ser atendidos.
Entre otras propuestas de esa generación de psiquiatras, comenta Ríos Molina, está la creación de la carrera de Trabajo Social, cuyo fin era formar a profesionistas que trataran con las familias de los pacientes para concientizarlos sobre el problema y los tratos hacia sus enfermos. Estos personajes también se dedicaron a la investigación, crearon la Liga Mexicana de la Higiene Mental y, los más osados, emprendieron experimentos para refutar la criminalización de los migrantes, prostitutas, alcohólicos y cualquier “inadaptado social” atrapado en las razzias y recluido en La Castañeda o en otras instituciones correccionales.
Los experimentos del Dr. Verde. Una de las propuestas más destacadas, y poco reconocida en los siguientes años, fue la del llamado Dr. Verde, cuyos experimentos en La Castañeda intentaron demostrar que no había por qué temerle ni estigmatizar como “enfermo mental” a un fumador de marihuana. “Él estuvo en contra de la criminalización del uso de la marihuana y decía que eso no enloquecía a nadie”, señala Ríos Molina.
Además de sus experimentos con sus estudiantes, sus sobrinos, pacientes del manicomio y perros que habitaban en ese lugar, Salazar Viniegra llegó a comprobarlo con sus propios colegas en una reunión de la Sociedad de Neurología y Psiquiatría, donde, sin avisarles de su intención, ofreció cigarros con un poco de marihuana a los participantes, incluidos a algunos que la criminalizaban. “Al final no se mataron entre ellos, sobrevivieron, lo único fue que les dio mucha sed, tenían los ojos rojos y mucha hambre”.
Y aunque en su momento lo demostró con pruebas empíricas, su postura frente al tema fue muy criticada, principalmente en el contexto de las políticas internacionales y nacionales que comenzaron a reglamentar la producción y distribución de las sustancias toxicómanas, así como a criminalizar a sus consumidores. Salazar Viniegra, agrega el historiador, estaba convencido de que lo que tenía que hacer el Estado era “producir la droga y dársela a los adictos, porque eran enfermos, no criminales”. “En su momento fue cuestionado, satanizado, pero recientemente se ha vuelto famoso porque vemos que su propuesta es actual, después de tanto tiempo”, dice.