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Valladolid. —Una noche de junio de 1605, Gaspar de Ezpeleta, caballero de la Orden de Santiago, fue apuñalado en un lance galante en la calle del Rastro de los Carneros de Valladolid. Los habitantes de la casa de enfrente salieron y lo arrastraron sangrando para curarlo en el interior. Pero el caballero murió y los vecinos fueron detenidos como sospechosos. Uno pasó dos días en la cárcel. Se llamaba Miguel de Cervantes.
En España existe toda una ciencia dedicada a rastrear los pasos del escurridizo autor de El Quijote. En este año, consagrado al cuarto centenario de su muerte (1547-1616), la cervantología disfruta presumiendo de sus logros. A la espera de que se encuentre un día su tumba —el premio gordo de la disciplina—, las viviendas por las que pasó el escritor funcionan como la recompensa de consolación. Y no es poco, teniendo en cuenta que su azarosa vida lo arrastró por media España, sin contar con las aventuras en Italia y los cinco años en el presidio de Argel. Los papeles del proceso de Ezpeleta, encontrados en 1866, sirvieron para ubicar la casa de Cervantes en Valladolid. Allí vivió entre 1601 y 1605 siguiendo a la Corte del rey Felipe III, igual que otros escritores como Góngora y Quevedo. Allí escribió tres de sus Novelas ejemplares, y allí residía mientras se publicó en 1605 la primera edición de Don Quijote de la Mancha.
De todas las casas que habitó Cervantes, la de Valladolid ha cobrado vigencia en este centenario por ser la que mejor se conserva. Un noble local, el marqués de la Vega Inclán se ocupó a partir del siglo XIX de salvarla del destino que siguieron otras moradas del escritor. Notablemente, la de nacimiento en Alcalá de Henares fue olvidada durante 400 años, derribada, redescubierta por un historiador y reconstruida en 1956 como el Museo Casa Natal de Cervantes.
El interior de la casa de Valladolid se ha amueblado valiéndose, una vez más, de la documentación variopinta de la que vive la cervantología. Se sabe qué muebles había en la original gracias a Isabel de Saavedra: muchas ruecas y útiles de costura. El escritor vivía rodeado de mujeres: además de Isabel, sus dos hermanas, una sobrina y una criada. Paz Altés, historiadora de la ciudad de Valladolid, explica: “Su mujer (Ana Franca de Rojas) no vino con él. Hacía tiempo que se había quedado en un convento en Madrid. Estaba ya cansada de las idas y venidas”.
Cervantes lo intentó, pero nunca logró librarse de las apreturas económicas. Sus hermanas trabajaban de costureras, y varias facturas prueban que completaban su sueldo de recaudador de impuestos. La casa era de alquiler y compartían el patio con tres familias. Los aposentos eran pequeños y versátiles, y tras usarlos para coser (o escribir), extendían los colchones para dormir.
La zona tampoco era muy atractiva. Era el barrio de los Carneros, junto al matadero y sus olores. En su aposento, Cervantes probablemente escribía de cara al hediondo río Esgueva.
Pero la trayectoria de Cervantes apuntaba a errante y tempestuosa desde su niñez. Su padre, un sacamuelas, pasó la vida endeudándose y huyendo de los acreedores. En la casa en la que nació, en Alcalá, duraron cuatro años. De esa bella parcela, con bodega y jardín, la familia salió arruinada y se instaló una primera vez en Valladolid. Se cree que fue allí donde el pequeño Cervantes aprendió a leer y escribir. Pero a los dos años, tras pasar por la cárcel, su padre volvió a las andadas.
Hasta 1566 se pierde el rastro del escritor, que por entonces era sólo un soldado en busca de fortuna. Reaparece en Madrid, y a partir de ahí salta a Roma, la batalla de Lepanto, Mesina, Cerdeña, Nápoles. Argel... Y el regreso a Valencia tras su liberación. Madrid, Orán y Lisboa... Un periplo eterno del que se conserva otra casa en el pueblo de Esquivias. Ésta pertenecía a la familia de su mujer, y allí vivieron un tiempo en 1584. Se dice que también se inspiró en varios de sus vecinos para personajes de El Quijote.
Tras probar fortuna en cada rincón de la cruel España de la época, Cervantes se adhirió a la Corte y, siguiendo su estela, se mudó de Madrid a Valladolid y de Valladolid a Madrid. En su última etapa en la capital alquiló al menos tres casas, y en la última de ellas murió el 22 de abril de 1616 por las complicaciones de una diabetes. Como casi toda la piedra que tocó Cervantes en su vida, el edificio fue derribado en el siglo XIX. En la puerta del que lo sustituyó, una placa lo recuerda.