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Clásica, atemporal, original, vanguardista, intransigentemente literaria, artística y de rompimiento son los adjetivos con los que sus admiradores describen la obra de Salvador Elizondo a 10 años de su muerte. La califican como la obra viva de un escritor que renovó la literatura mexicana y que sigue conquistando a los jóvenes lectores que se vuelcan a leerlo, a estudiarlo y a entenderlo.
¿Qué subyace en la obra de Salvador Elizondo que provoca, que cimbra, que perturba a 10 años de su muerte, ocurrida el 29 de marzo de 2006? La poeta y ensayista Malva Flores asegura que “la obra de Elizondo es intransigentemente literaria, artística. No pactó con los léxicos de moda y por eso es atemporal: es decir, clásica” y afirma que “el entusiasmo que despierta en los tantos muchachos que hoy lo leen me hace abrigar la esperanza de que buena parte de la basura literaria que nos inunda, pronto desparezca”.
Salvador Elizondo fue escritor, dibujante, ensayista, traductor y maestro. “Un hombre universal, leonardesco, un hombre que parecería del Renacimiento porque no se conforma con escribir, él sigue pintando, sigue experimentando, sigue siempre creando. Crea belleza, su novela Elsinore es una maravilla y yo creo que sus últimos años fueron de un amor a la vida tremendo”, afirma la fotógrafa Paulina Lavista, su esposa durante 37 años.
Salvador Elizondo es mucho para muchos. Pablo Soler Frost reconoce que Elizondo fue su gran mentor. “Uno no escribe para sus mayores, ¿qué más puede decirles? Ni para sus contemporáneos, a menos que sean amigos, pero naturalmente están ocupados en sus propias cosas. Y los inmediatos sucesores son como los hijos, ya llegarán, acaso, a contemplar la misma literatura con otros ojos. Uno escribe, y Elizondo lo sabía muy bien, para los que aún no nacen y para los difuntos: el diálogo más profundo es con los que están o estuvieron en otro tiempo”, afirma.
A una década de la muerte del autor de Farabeuf o la crónica de un instante, Elsinore, Camera lúcida, El hipogeo secreto, Narda o el verano, El retrato de Zoe, Cuaderno de escritura y El grafógrafo, Adolfo Castañón asegura que los 3 mil 650días que han pasado de su partida “han arrastrado hacia las arenas movedizas de nuestra actualidad un arrecife paradójico, un enjambre creciente: el de la obra o, más bien diría, la escritura o escrituras de un grafógrafo llamado Salvador Elizondo”.
Castañón reconoce que no es un secreto que Elizondo no es uno sino muchos escritores. “Esa multiplicidad que es también versatilidad está rubricada por un sello tan inconfundible como el de un anfibio mutante, tal, por ejemplo, el Ambystoma trigrinum, el axolotl o ajolote que ha fascinado tanto a Julio Cortázar o a Roger Bartra como a los antiguos mexicanos. Esa marca hace de la palabra de este autor algo leído y legible, no sólo en el lapso de estas 520 semanas, sino más allá de esta cuenta demasiado corta, en cierto modo, una Tabla Periódica de los elementos de la letras hecha espejo”.
¿Qué significados tiene hoy la obra de Salvador Elizondo? ¿es un autor que se adelantó a su tiempo?, ¿hace falta revalorar aún más la obra de este escritor vanguardista? ¿sigue siendo un autor tremendo para los jóvenes? Estas fueron preguntas hechas a cinco lectores y admiradores declarados de la literatura de Salvador Elizondo. Malva Flores, Adolfo Castañón, Pablo Soler Frost, Alejandro Cruz Atienza, José Miguel Barajas García y la propia Paulina Lavista hablan de la importancia de su obra, que califican de original, vanguardista y de rompimiento.
El autor detrás del culto. Paulina Lavista emprendió hace 10 años, tras la muerte de su marido, una tarea que ha sido incansable: “Mi misión como su viuda es difundir su obra, una obra que me asombra por su precisión, su dedicación, la entrega a su trabajo en todos sentidos, en ella hay un amor por la vida, un amor por el trabajo. Creo que tenemos un artista que hay que conocer, investigar y publicar más”.
Ha dedicado sus esfuerzos a lograr que la obra de Elizondo llegue a nuevos lectores. Ha publicado Pasado anterior, un libro que reunió los artículos que Elizondo escribió para Unomásuno; salió una edición de Elsinore para conmemorar el Día Nacional del Libro; publicó Contubernio de espejos, un “libro discreto de poesía”; luego vino Mar de iguanas, en Atalanta; y La escritura obsesiva, con prólogo e investigación de Daniel Sada; hace unos meses aparecieron dos bellas ediciones: Diarios 1945-1985 (FCE) y Farabeuf, edición conmemorativa de El Colegio Nacional a 50 años de su publicación.
A la par, Lavista ha impulsado tres exposiciones: en el Palacio de Bellas Artes en torno a la génesis de Farabeuf; la de su arte de grafógrafo, que actualmente se exhibe en el Centro Cultural Rosario Castellanos del FCE; y una más que se inaugurará el 6 de abril en El Colegio Nacional, titulada Los caminos de Elizondo, que se complementará con montajes y diálogos a lo largo de varios meses. Además realizó el documental Farabeuf o la crónica de un instante.
Es Paulina quien asegura que hay mucha gente investigando la obra de Elizondo, que está traduciendo El hipogeo secreto al inglés, y volverán a editar algunas de sus obras en Francia, para ejemplo de la importancia que la obra de Salvador Elizondo tiene entre los lectores de hoy.
El editor Alejandro Cruz Atienza cita los múltiples estudios que hay en torno a su obra y que la edición conmemorativa de Farabeuf de El Colegio Nacional, publicada en noviembre, haya agotado su edición de 2 mil ejemplares.
“La de Salvador Elizondo es una escritura de vanguardia, muy de ruptura, una escritura muy atípica, por eso mismo es un poco anacrónica, no es de un tiempo concreto. Tu lees el Farabeuf y es igual lo que produjo hace 50 años, a lo que te produce hoy, porque los referentes son universales, porque es una escritura muy poética, muy fuera de un tiempo y de un lugar y creo que sí coloca a Elizondo fuera de los márgenes temporales; sabes que trasciende y va brincando generaciones y sigue despertando ese deseo y esa sorpresa y ese asombro. Eso es algo muy importante en su literatura”, dice Cruz Atienza.
Uno de sus estudiosos más jóvenes de Elizondo es José Miguel Barajas García, profesor en la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana. “Es un escritor que desafía permanentemente la atención de su lector. A casi medio siglo de Farabeuf o El Hipogeo secreto, su obra no sólo permanece en el interés del público, sino que es celebrada a 10 años de su muerte con grandes libros póstumos”.
Barajas García reconoce que la escritura de Elizondo mereció a tiempo el reconocimiento de sus pares con el Premio Xavier Villaurrutia y que “las nuevas generaciones ven en Salvador Elizondo a un maestro pero también a uno de los suyos, prueba de ello es el número reciente de la revista Tierra Adentro o el compendio de ensayos Cámara nocturna, del Fondo Editorial Tierra Adentro. Pasa el tiempo pero el reto sigue ahí, intacto, pues el rigor con el que sometió a su escritura permite que sus libros perduren”.
Pablo Soler Frost lo confirma. “El diálogo más profundo es con los que están o estuvieron en otro tiempo. Ésta es una de las muchas cosas que me enseñó mi maestro, don Salvador Elizondo; sus libros son prueba fehaciente de ello. Hoy, Farabeuf o Elsinore o Camera Lucida parecen más brillantes y más profundos que en el momento de su publicación. A 50 años de haber aparecido Farabeuf en nuestra conciencia, aún no hemos terminado de asimilar, ni literaria ni vitalmente, este manual operatorio”.
Malva Flores mira complacida el reconocimiento a Elizondo, distinto al que tenía su maestro en la Facultad de Filosofía y Letras: “Uno convierte a sus escritores predilectos en miembros de una casa imaginaria y sufre afrentas por su suerte: yo no podía comprender y me ofendía que Elizondo no tuviera el éxito que otros narradores de su generación, inexplicablemente, tenían”.
El reconocimiento general le ha llegado al escritor que partió el 29 de marzo de 2006. “Murió a las 8 de la noche, no hubo estertores, murió aparentemente inconsciente en su cama de niñez, le puse el Réquiem de Fauré, le dije: ‘Te puse el Réquiem de Fauré porque ya vas a irte a tu viaje’. Se le dibujó una sonrisa y murió en brazos de su hija Mariana, plácidamente, en sus sueños”, cuenta Paulina Lavista.