Letras

Me considero un filósofo que escribe novelas: Eco

El escritor italiano falleció a los 84 años; esta charla ilustra su curiosidad por el pasado y el presente

Concilió la tradición y la modernidad con su pasión por el pasado, su compromiso con el presente y su interés por la alta cultura y la popular (BOLIGÁN)
20/02/2016 |03:10Sonia Sierra |
Redacción El Universal
Pendiente este autorVer perfil

En 1993, Cartagena acogió al llamado Grupo de Sabios de la UNESCO, entre los que se encontraban el semiólogo y escritor italiano Umberto Eco, los escritores Gabriel García Márquez y Edward Said, y el filósofo e historiador francés Michel Serres. El papel de la UNESCO en el siglo XXI fue el tema del encuentro.

En un recorrido por las calles de Cartagena, Umberto Eco concedió esta entrevista de la que se publicó una versión en El Tiempo de Bogotá.

Nada de lo que dice Umberto Eco suena trivial: siempre hay un libro de por medio, una historia, una cita biográfica, o una anécdota que hace que la suya sea una conversación profundamente interesante e intensamente deliciosa. Aunque no le gusta conversar en español, porque no conoce todas las palabras que quisiera para agotar lo suficiente sus ideas, habla sobre sus libros, las ciudades y el nuevo milenio, y acude, por momentos, al francés, al italiano o al inglés. También habla algo de alemán: “el suficiente para entender cuando mi mujer, que es alemana, y los niños, hablan mal de mí”. Sus niños tienen 30 y 28 años.

Newsletter
Recibe en tu correo las noticias más destacadas para viajar, trabajar y vivir en EU

El maestro, antes que el semiólogo, el escritor o el periodista, es el que comunican sus palabras. Su oficio de maestro lo tenía en París por estos días, desde donde llegó a Cartagena. Y se lo vuelve a llevar a Italia, donde comenzará los nuevos cursos.

Razones de conocimiento, precisamente, lo trajeron a Cartagena, como miembro del Foro de Reflexión de la UNESCO. Tres días en los cuales la ciudad ha sido tacaña con él; y es que la belleza de las murallas y los castillos se reserva a quienes la recorren, y Umberto Eco sólo va del Centro de Convenciones al Hotel Hilton, como ahora, cuando termina una jornada más de trabajo y se decide a conversar.

“Es la primera vez que estoy en Cartagena, y no ha habido tiempo. A Colombia nunca había venido. Para mí, Cartagena es un lugar mágico de mi imaginación. En Italia hubo un gran novelista para la juventud, Emilio Salgari, que escribió un montón de historias de los piratas que se la pasaban entre Maracaibo, La Tortuga y Cartagena; así que cuando llegué y vi las fortalezas con los cañones, volvieron las imágenes de Salgari, y esto fue una gran emoción. Siento que es una ciudad muy sudamericana en su arquitectura... la parte antigua me parece muy hermosa. Pero no he tenido tiempo de ver su gente, sino la gente de la UNESCO. Tres días es poco para conocer un país; uno debería estar tres semanas, pero tal vez estamos obligados a viajar así”.

¿Ha tenido que acostumbrarse a conocer de esta forma las ciudades?

Pero esta no debe ser la manera. Para visitar y comprender una ciudad, necesito estar solo. Salir a la calle y marchar. Puede ser que la ciudad se descubra a través de un museo, a través de la droguería o de una esquina. La manera de conocer una ciudad está definida en ella misma, ante todo en olerla. Hay muchas formas de comprender una ciudad, y tal vez no se necesita ir a los grandes museos o a los centros de ciencia, sino a la pequeña urbe, y ver a la gente.

¿Pero usted también ha descubierto las ciudades a través de la literatura...?

La literatura es importante para descubrir un país de dos maneras: se lee antes de ver el país, como en mi caso con Salgari; la otra manera es después de que uno visita un país, llega y lee sobre él. Es una manera diferente de leer, en la que se establece una relación entre lo que se lee y la experiencia. Por ejemplo, en junio estuve en China, la primera vez, y en julio leí muchos libros sobre ese país. Sí, ciertamente, a través de la literatura se comprende mejor un país que con la experiencia directa. Hay lugares que nunca vi y que creo conocer por la lectura.

¿Cuáles, por ejemplo?

Uno de los grandes libros de mi vida es “Silvia”, de Gérard de Nerval, y hay tanto sobre los lugares de “Silvia”, que no quiero irlos a ver. Quiero conservar mi idea de ellos, me resulta más interesante. Lo mismo ocurre con los escritores. Yo no quiero encontrar a los que amo. Si es necesario, pues bien. Pero nunca he intentado conocerlos. Una noche, en Nueva York, había una conferencia con Borges, que es un escritor que amo muchísimo; después de la conferencia los amigos me invitaron a una comida con él. Dije que no. Lo que significa hablar tres minutos con Borges puede ser abrumador: prefiero conservar la imagen del autor a través del libro.

A un poeta que es Eugenio Montale, al que considero el mejor poeta italiano desde siempre, me lo encontré y no sabía qué hablar con él, a pesar de que podría escribir páginas y páginas sobre su obra. Lo que importa son los libros y la imagen que uno tiene, y no la persona, que puede ser muy normal. Hay una diferencia grandísima entre lo que uno escribe y lo que aparenta, y con los países y las ciudades es la misma cosa. Yo soy un viajador, quiero ver los lugares; la tentación es visitarlos. Pero hay casos en los que prefiero mantener esa distancia entre el lugar de mi fantasía, el lugar real y el lugar del libro.

¿Cómo es esa dualidad del viajero y el lector?

La imagen de la China a través de años y años de lectura es más rica que la imagen que capture en un mes de viaje. Aquí (en Cartagena), en cambio, el espíritu del siglo XVI es muy fuerte. A lo mejor mi experiencia de Cartagena sea más rica que la experiencia dada por Salgari.

¿Qué está leyendo ahora?

Esta noche, una novela de terror, una novela popular; en el avión leeré un nuevo libro de semiótica que me interesa. Entre julio y agosto releí a Dostoievski y Robinson Crusoe. Pero no hay una regla. La regla está en mi obligación de leer las disertaciones de los estudiantes o ciertos libros que pertenecen directamente a mi trabajo. Pero hay libertad. Tengo una edad en la cual me siento libre de decidir mis lecturas sin justificación.

¿En el mundo de la lectura, cómo llegó al medioevo?

Es una historia muy fácil: Mi tesis de licenciatura, en el 54, fue sobre el medioevo. Siempre estuve interesado en ese tema. Así, 30 años después, con la idea de escribir una novela, me pareció muy natural poner la historia y el universo del medioevo. Escribía en las Reflexiones sobre “El nombre de la rosa” que iba al medioevo porque conozco el tiempo presente sólo a través de la televisión y, en cambio, sí tenía una conciencia directa del medioevo.

¿Cómo se volvió tema literario el medioevo?

Escribí dos novelas, tengo una experiencia pequeña, no como Gabriel (García Márquez), que ha escrito muchas. En mi pequeña experiencia, las dos veces, el punto de partida fue una imagen. En “El nombre de la rosa” hubo la imagen de un monasterio, el de Subiaco, a donde fui en 1951. Había allí una biblioteca, y no sé por qué surgió la imagen de un monje que tenía un libro y algo sucedía. De esta imagen hay un desarrollo. La segunda vez, en “El péndulo de Focault”, yo lo vi en los años 50. Cuando escribí “El nombre de la rosa”, me pregunté qué escribiría después, y apareció el péndulo.

¿Hay una tercera imagen? ¿otra novela?

Sí. Pero soy muy serio: hasta que no terminó algo no hablo de eso porque quiero ser libre de tomarlo todo mañana y botarlo. Estoy en un momento en que creo que el objeto está más o menos definido. Se necesita probablemente un año para trabajarlo, pero puede ser el año en que la bote. No estoy obligado a producir novelas. Entre la primera y la segunda hubo ocho años. Me considero un filósofo que tal vez escribe novelas; ante todo un filósofo y después un novelista libre... un free lancer.

¿Qué hay de esos lazos comunes entre el medioevo y el mundo contemporáneo, en los que antes ha insistido?

Se puede escribir un gran ensayo sobre la analogía entre nuestro tiempo y el renacimiento, la Grecia antigua, el antiguo Egipto... siempre es posible hallar analogías entre el pasado y hoy. Veinte años atrás escribí sobre el símil entre el medievo y el presente: el medioevo fue una época de transición, entre la civilización antigua y el mundo moderno; la de ahora es también de transición. Escribí un artículo hace dos semanas en el que me suponía, tres años atrás, mostrando lo que pasa hoy. Todo el mundo diría que estoy loco, que se trata de una ficción; nadie habría creído que hoy ocurriría lo de Somalia, la paz en Israel, la guerra en Yugoslavia. Estamos en una gran transición. Vamos a una vuelta extraordinaria.

¿Se atrevería a decir hacia dónde vamos?

Yo creo que una persona seria, en todo momento de su vida y de la historia, debe hacerse esa pregunta... es un interrogante científico. Hay una vieja maldición china que dice yo deseo para ti vivir en una época interesante . Esta es terriblemente interesante. Debe haber un chino que me lanzó esta maldición.

En la historia de la humanidad ha habido épocas para los artistas, los filósofos, los dramaturgos. En este momento, ¿quiénes son las figuras?

Ahora, la figura preponderante es el idiota que se muestra en la pantalla de la televisión diciendo estoy loco . Pero no creo que la época sea solo de unos. Por la necesidad de simplificar las cosas, decimos eso, pero no es así. OK, el siglo XIX fue de los científicos, pero también lo fue de Balzac y de Flaubert. La época de los grandes trágicos griegos fue también la de los filósofos. No creo que haya una especialidad. Es más mediático cada vez.

¿Hoy en día ese poder viene de los medios?

En el pasado la gente miraba a los seres excepcionales, a los dioses o a los héroes; ellos eran el modelo de vida. Hoy el riesgo es que el modelo de vida es el loco que aparece en la pantalla, el hombre absolutamente medio. En la televisión italiana cada día hay entrevistas con personas que son el lugar común, gente de la calle a la que le dan unas moneditas para que cuente historias locas. El riesgo es que, como aparece en la pantalla, se vuelve modelo para imitar, y todos los niños y las niñas reclaman su autógrafo.

¿Cómo resolvió la UNESCO, en este foro, poner al servicio de la humanidad una red de aprendizaje a través de los medios de comunicación?

En este momento, el gran objetivo de la UNESCO debe ser la educación de los jóvenes, que no es tan trivial y banal. La UNESCO se interesó en el patrimonio artístico, pero en este momento de vuelta general de todo, no podemos educar a los adultos, es demasiado tarde. Pueden ir a Yugoslavia a educar al hombre que hace tiroteos, pero eso está perdido. Debemos empezar a dar una educación diferente a los niños de hoy; educación sobre el racismo, la ecología, el respeto de la diferencia, la pluralidad de lenguas... con los niños, porque los adultos están muertos y no van a cambiar. Entonces, como en materia de educación los adultos están eliminados, hay que empezar con los niños. Con la tecnología de la comunicación que hoy existe, la UNESCO puede transformarse en una gran agencia internacional de distribución de la comunicación educativa.

En estos días, y en enero en París, la discusión se desarrolló sobre las posibilidades técnicas, ideológicas y filosóficas de lo que significa ser una nueva red de comunicaciones. No se trata de que haya una autoridad central, conocedora de la verdad, que sea la que comunique. Lo que se necesita es descubrir en cada país, en cada comunidad, las exigencias locales con la gente que es capaz de interpretar esas necesidades. El problema está en producir una nueva energía comunicativa en cada país y en cada comunidad y ver si es posible ponerlas en contacto. La UNESCO debe intervenir para facilitar esto. Y puede ser que un modelo diseñado en la India sirva para Nueva York. Así se produciría la circulación mundial de las experiencias. Puede ser una utopía... nuestro foro está cargado de utopías.

¿Qué piensa del hombre ante el tercer milenio?

No pienso. Es un deber filosófico no pensar en esas cosas. Uno de los grandes problemas del tercer milenio será el mestizaje. Va a ser un gran capuchino, café y leche, una mezcla increíble de las culturas. En 100 años Europa será un continente colorado; no hay que olvidar que San Agustín era negro, nacido en Túnez, y toda la civilización occidental se basa en su pensamiento. No soy un profeta y no sé qué va a pasar. A comienzos del tercer milienio voy a tener 68 años, y no sé cuál será el mejor lugar para estar: puede ser Nueva York, mi casa en las colinas o Cartagena.