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Harper Lee, la escritora estadounidense que falleció ayer en su casa de Monroeville, Alabama, a los 89 años de edad, será recordada como la mujer que mejor relató la llamada "América profunda” del sur de Estados Unidos y sus conflictos, todavía latentes, con una mirada tan inocente como ingeniosa.
Poco amante de las entrevistas y la exposición pública, se lleva a la tumba el por qué de una segunda parte de su mítica novela Matar a un ruiseñor 50 años después, una secuela fruto de una investigación en el estado de Alabama y que otros aseguran podría ser en realidad el primer borrador de su gran obra maestra. De su muerte se conoce por el momento tan poco como poco de su vida.
Nelle Harper Lee fue la menor de cuatro hermanos e hija de un editor y abogado rural y de un ama de casa. Nunca se casó ni tuvo hijos y retornó hace años a Monroeville a la casa donde nació y que sus respetuosos vecinos nunca identificaban como la de la autora ante los turistas, que todavía a día de hoy quieren ser parte del escenario de la novela visitando el pueblo y la sala de vistas donde transcurre la historia.
Buscó una oportunidad como escritora en Nueva York, donde se ganaba la vida como secretaría de una aerolínea.
Matar a un ruiseñor se convirtió casi desde el primer día en una de las piezas clave de la literatura del sur de Estados Unidos, en la que Lee abordó temas que hoy siguen de rabiosa actualidad como el racismo, la tolerancia y la justicia.
A partir de la inocente mirada de unos niños, la historia está ambientada en un pueblo sureño de Alabama donde la hipocresía de sus habitantes condena a un negro acusado de violar a una adolescente blanca, pese a que todas las evidencias decían lo contrario.
Desde que se publicó por primera vez en 1960 por la editorial J.B.Lippincott se han vendido más de cuarenta millones de copias, es lectura obligada en las escuelas del país y la autora cuenta con una legión de seguidores tanto en Estados Unidos como en el mundo.
La novela, con la que Lee ganó el premio Pulitzer en 1961, se adaptó un año más tarde al cine, en una cinta protagonizada por Gregory Peck y Mary Badham bajo la dirección de Robert Mulligan, que terminó llevándose tres Oscar en la edición de 1963.
“Jamás me imaginé que tendría algún tipo de éxito con Matar a un ruiseñor“, llegó a admitir la escritora en 1964 en una de las pocas entrevistas que concedió entonces a una emisora de radio local, según recuerdó ayer The New York Times.
La autora había sufrido una apoplejía en 2007 y desde entonces atravesaba graves problemas de salud.
Pese a ello, el pasado mes de julio su editorial Harper Collins, coincidiendo con sus acuciantes pérdidas, se sacó de la manga una segunda parte de la historia del abogado Atticus Finch, Ve y pon un centinela.
El hecho que la salud de Lee ya estuviera apagándose en los últimos años, incluidas pérdidas de visión y oído, ha llevado a muchos a especular sobre su verdadera voluntad de publicar la obra.
Otra teoría surgida tras el polémico lanzamiento es que en realidad no era una secuela sino el borrador original que Lee trató de publicar en 1957 y que terminó convirtiéndose en Matar a un ruiseñor con las correcciones sugeridas por su editor.
En Ve y pon un centinela, Lee recupera al íntegro abogado Atticus Finch veintiséis años después y le pone ante una situación incómoda en la que toma una decisión que tanto la crítica como los seguidores de la primera novela consideraron poco fiel al personaje.
Uno de sus mejores amigos en la infancia, cuando todos la consideraban una “marimacho”, fue otro testigo privilegiado de la vida rural estadounidense, Truman Capote, que consiguió el éxito poco después, en 1966, con A sangre fría, cuya génesis fue un artículo para la revista Newyorker para el que contó con la ayuda de Lee.
Su última aparición pública fue en 2010, cuando recibió de manos del presidente de Estdos Unidos Barack Obama, la Medalla Nacional de las Artes.
kal