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"Un hombre llamado Cervantes", que acaba de publicar la editorial Almuzara, aparece para conmemorar que este año (22 de abril de 1616) se cumple el aniversario 400 de la muerte del escritor más universal de las letras españolas.
Frank escribió la novela poco después de abandonar la Alemania en la que se cocinaba a fuego lento la pesadilla del nazismo. El escritor se refugió en Cervantes y en los infortunios del héroe que busca justicia, mientras en su país crecía la sombra gigantesca de Hitler. Pero no había salvación. Bruno Frank, de orígenes judíos, tuvo que huir de su país después de ver cómo ardían el Reichstag y los libros condenados por los nazis en la plaza de la Ópera de Berlín el 10 de mayo de 1933. Ya no había vuelta atrás.
Publicada en 1934, la novela arranca cuando el autor de Don Quijote comienza a dar lecciones de castellano al cardenal italiano Acquaviva con el que viaja a Italia. Allí comienzan sus aventuras como soldado, los pasajes amorosos, el dolor de la guerra, la gloria de Lepanto, los amargos años del cautiverio en Argel, los quebrantos como comisario real de abastos y la estancia en la Cárcel de Sevilla, donde toda amargura tenía su asiento.
Bruno Frank consiguió crear un rotundo y humano retrato de Cervantes, un personaje que vaga de fracaso en fracaso y que por eso mismo nutrió de verdad el cruel tratado de la vida que será su Don Quijote. En la Cárcel de Sevilla imagina así a su héroe: "Un viejo bonachón y frágil, un poco delirante a causa de la propia vida. ¿No sería magnífico hacer salir a semejante personaje por los caminos, creyendo que todavía perduraba el tiempo de los caballeros andantes?". La fabulosa creación va surgiendo mientras suenan los gritos de los habitantes de aquel infierno sevillano. "La casa toda vibraba ligeramente con la cantinela a dos mil voces de los marginados. Pero él ya no la oía. Tomó su pluma". Literatura dentro de la literatura.
También triunfaba el ruido mientras Bruno Frank escribía la vida novelada de Cervantes. El ruido de su tiempo era atroz y perturbaba toda posibilidad de creación. Pero, como hicieron muchos autores de su tiempo, Frank se sirve del pasado para hablar del presente, optando por la novela histórica como lucha política. La suya no fue una novela histórica de exótica ambientación en el pasado, sino una forma encubierta para leer la aridez del presente.
Bruno Frank describe al rey Felipe II, pero en realidad está mostrando a Hitler, porque la novela fue una herramienta para hablar de los tiranos y plantear ciertos paralelismos entre la España imperial y el Tercer Reich. A Cervantes lo describe como un héroe glorioso, pero un héroe del fracaso, un vencido por la vida, un hombre en busca de justicia y paz. Lo mismo que buscaba Bruno Frank en el atroz campo de batalla de su tiempo. Pasea a Cervantes por Madrid, "ese nido de barro desde el que se gobernaban España, Borgoña, Lorena, Brabante, Flandes y los fantásticos reinos dorados de ultramar"; por la bella Italia de amores y desamores y por la épica de Lepanto.
Frank escribió "Un hombre llamado Cervantes", su particular ejemplo de exilio alemán, y vagó por los caminos del destierro en Austria, Suiza e Inglaterra junto a su esposa Liesl, la hija de la famosa diva de la opereta Fritzi Massary. Así llegó a Estados Unidos, donde se reencontró con viejos amigos como Thomas Mann. Se establecerá en California dedicándose a la industria del cine con la escritura de guiones, siguiendo el camino de otros huidos del régimen nazi como Josef von Sternberg o Fritz Lang, esa Europa estremecida que se reinventó en los estudios de Hollywood.
Bruno Frank apenas pudo gozar del paisaje de una Europa en paz. Murió poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras su querida Alemania era un desolador escenario de ruinas que ni siquiera servía ya para confundir a los viejos espectros de los caballeros andantes.
ctp