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Hay un hecho irrefutable tras la muerte ocurrida ayer, a los 91 años, del gran novelista francés Michel Tournier: el escritor, ensayista y germanista emérito pasará a la historia de la literatura universal por haber escrito, a su manera, la historia de varios mitos y leyendas para reescribirlas a la luz de las problemáticas del hombre contemporáneo.
Ensayista de rara agudeza y autor de una obra novelesca relativamente breve pero fulgurante, como señalaron algunos estudiosos al dar cuenta de su muerte, Michel Tournier es uno de los autores más importantes de Francia, un autor que logró renombre internacional con su obra El rey de los alisos, una pieza ambientada en Prusia oriental durante el nazismo, que le valió el codiciado Premio Goncourt en 1970.
Tournier, también autor de Viernes o la Vida Salvaje, de 1971, y Gaspar, Melchor y Baltazar, de 1980, en las que retomó leyendas fundacionales para reescribirlas a la luz de los problemas del hombre contemporáneo, murió ayer a las siete de la noche, en Choisel, una pequeña localidad de 600 habitantes, donde residía desde hace medio siglo, en un antiguo presbiterio. Deja con su muerte la estela luminosa de un narrador magistral.
Al conocer la noticia, el periodista y crítico literario francés Bernard Pivot escribió en su cuenta de Twitter:
“Michel Tournier se ha reunido esta noche con los grandes nombres de la historia de los mitos, de quienes fue un genial novelista”.
Nadie podrá negar esa verdad contundente. El primer ministro francés, Manuel Valls, también en su cuenta de Twitter, elogió a Tournier y lo definió como un “narrador excepcional” y dijo que “su obra perdurará”.
Tournier, para quien leer era más importante que escribir, fue uno de los escritores más importantes de Francia.
Él mismo señaló con su característico estilo: “Escribir es como una artesanía. Yo soy un artesano de la literatura. No es una necesidad interna. Para nada. Podría dejarlo sin problemas”.
Así hablaba el escritor conocido por sus provocaciones. Un escritor y pensador que será también recordado porque reclamó la pena de muerte para mujeres que hubieran abortado, lloró la caída de Alemania oriental y predijo su muerte para 2000.
En ese entonces, el autor de Gaspar, Melchor y Baltazar tenía 76 años y como su padre y su abuelo habían muerto a esa edad, él creía que debía seguirlos. “76 años es una edad excelente para morir. ¿Para qué seguir más tiempo en este mundo?”, señaló en una entrevista.
Con su predilección por los elementos míticos y la lengua alemana, el hijo de un matrimonio de germanistas se convirtió en un automarginado de la literatura francesa. En su obra autobiográfica El viento paráclito, Michel Tournier habla de la ocupación de la casa de sus padres por los alemanes.
Pensador del siglo XX. Michel Tournier nació en el distrito nueve de París, dentro de una familia acomodada. Cursó estudios superiores de filosofía en la Sorbona, donde obtuvo la licenciatura, fue alumno de Gaston Bachelard y de Claude Lévi-Strauss, con quien cursó algunas clases en el Museo del Hombre en París que fueron decisivas en su obra.
Michel Tournier reflexionaba también sobre el mundo de la imagen a través de la obra de numerosos fotógrafos, pintores y escultores.
Entre otras de sus obras figuran Gilles y Juana, publicada en 1983, sobre el asesino de niños Gilles de Relais y la heroína nacional francesa Juana de Orleans, que durante una época fueron compañeros de lucha.
También es autor de otros textos como El urogallo, Medianoche de amor y Los meteoros.
“Hay mucha gente que me odia por mi obra, porque soy un clásico y al mismo tiempo escribo cosas inauditas. Eso no pega. Pertenezco a la Académie Goncourt. Eso es como si fuera un mueble en el museo de la literatura. Pero escribo cosas que hacen que a las personas se les paren los pelos de punta cuando las leen. Y no entienden cómo se puede ser las dos cosas: un clásico y un alborotador”, afirmó el reconocido autor en otra entrevista.
Como no podía escribir en sociedad, Tournier se trasladó a Choisel, un pueblo de pocos habitantes al sudoeste de París, donde vivía en una casa parroquial. Allí murió a los 91 años.
Con información de agencias