Depositar cartas, notas y poesías se ha convertido en una romántica costumbre de las personas que siguen rindiendo tributo a Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), de modo que en la tumba del poeta español en Sevilla (sur) siempre hay folios de gente que, de forma anónima, los deposita sobre la lápida.

Son notas de todo tipo, escritas a mano o en un ordenador, pero todas destilan la pasión por este poeta del Romanticismo por parte de las personas que las escribieron, quienes esperan pacientemente a que se abran las puertas del Panteón de Sevillanos Ilustres.

Allí, en unos silenciosos pasillos bajo la iglesia de la Anunciación hispalense, se abre a los visitantes la zona donde se encuentra la tumba del escritor y su hermano, que se puede visitar de forma particular o contratando una visita concertada.

Hasta ese lugar llega habitualmente la secretaria de la Asociación Cultural Bécquer, Pilar Alcalá, una mujer que tiene entre sus obsesiones preservar el legado del escritor, y hacer, entre otras cosas, que la Venta de los Gatos, que inspiró una de sus obras más conocidas, deje de ser un lugar abandonado y se convierta en un lugar de culto para los amantes de la cultura en la ciudad.

El próximo 22 de diciembre se cumplirán 145 años de la muerte del poeta, que fue enterrado, como recuerda Alcalá, en la Sacramental de San Lorenzo de Madrid, y no fue hasta abril de 1913, que sus restos, junto a los de su hermano Valeriano, fueron trasladados a Sevilla, reposando primero en la cripta de la Anunciación y, desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres.

Ese goteo continúo de admiradores a su tumba hace que Pilar Alcalá comente que Bécquer "se equivocó cuando, en la rima LXXIII, dijo: '¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!', ya que cualquiera que un viernes por la tarde decida abandonar el tumulto de la calles para bajar al panteón comprobará que los sevillanos no olvidan a su paisano, a nuestro poeta más universal".

Para la defensora del legado de Bécquer, las cartas que se siguen dejando en su tumba demuestran que "el poeta sigue haciendo latir acelerados los corazones de todos aquellos que se acercan a su tumba, con las manos temblorosas, y un pálpito en el alma, y es venerado como ningún otro de sus compañeros de panteón".

Y es que no solo es una tumba ante la que siempre hay cartas o poesías, sino que "es la única ante la que siempre hay flores, secas y frescas", algo que, según entiende, se explica en que "Gustavo sigue siendo ese poeta al que conocemos en la adolescencia y se queda con nosotros como el mejor amigo".

Bécquer solo publicó doce poemas en vida y en su lecho de muerte pidió a su amigo Augusto Ferrán que intentase que se publicasen sus versos: "tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo", le dijo.

Aunque ya en vida alcanzó cierta fama, fue tras su muerte y tras la publicación del conjunto de sus escritos alcanzó el prestigio que se le reconoce al autor de "Rimas y Leyendas", su obra más célebre y cuyo análisis figura en el estudio de la literatura hispana.

Muchos consideran a Bécquer como una figura precursora de lo que fue la lírica en español en el siglo XX, entre ellos los también poetas Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rubén Darío, Luis Cernuda o Manuel Machado.

Una veneración que perdura en el tiempo y que no solo se ve ahora en la tumba del poeta, sino también en la glorieta de Bécquer, un conjunto escultórico inaugurado en 1911 en el Parque de María Luisa de Sevilla en el que muchas personas dejan flores en homenaje al amor e incluso cenizas mortuorias.

rad

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