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cultura@eluniversal.com.mx
Arturo Pérez Reverte ha sido un hombre de acción. Durante veintiún años –de 1973 a 1994- fue periodista de medios escritos y televisivos, cubriendo para la televisión española toda suerte de conflictos armados, entre ellos los del Líbano, Nicaragua, Libia, Angola, Croacia, Bosnia. Ha sido también un hombre de letras. Publicó 30 libros entre 1988 y 2015, la mayoría novelas. La más reciente se titula Hombres buenos. A este perfil hay que añadirle otra nota: Pérez Reverte es un hombre de reflexión.
Se encuentra en Puerto Rico para tomar parte en el VI Congreso Santillana de Educación, dedicado a "El valor de la lengua en la educación del siglo XXI" en cuyo contexto hablará sobre "Literatura, educación y vida". El jueves ofrecerá en la UPR una charla abierta al público, titulada "La literatura como aventura".
Con El Nuevo Día habló, precisamente, de su vida, su pensamiento y su literatura.
Pregunta: Habría que deslindar un poco las nociones de "educación" e "información", que suelen confundirse, sobre todo por la influencia del Internet.
Respuesta: El Internet es una herramienta extraordinaria y educativa, pero tiene un problema: carece de filtros. Es tal el ruido y la acumulación que no es fácil distinguir la información válida, educativa, de la que no lo es. Hacen falta buenos intermediarios: el maestro, los mecanismos que filtren la información, las personas que hagan digerible esa nube confusa para que los jóvenes sepan distinguir el grano de la paja.
Si no existen personas preparadas para "traducir" y analizar esa lluvia de información, cualquier rumor, cualquier tontería o estupidez se convierte en viral y pasa a la categoría de ley y verdad reconocida. Es más importante ahora que antes tener ‘hombres buenos’ que orienten a la gente. La cultura es el único mecanismo de interpretación.
El ‘hombre bueno’ de nuestro tiempo es el maestro. Los problemas del mundo actual son en su mayoría problemas de falta de educación y de cultura. No habrá victoria frente a la barbarie, el fanatismo y la estupidez que no pase por la educación y la cultura. El maestro es el guerrero, el paladín, el defensor de primera línea en esa batalla tan importante. Habría que ser muy rigurosos al seleccionarlos; forjar para ellos los estándares más altos de exigencia. Y, desde luego, tenerlos bien pagados y cuidados.
P: ¿Por qué fallan los sistemas educativos actuales?
R: Son sistemas que se orientan no a premiar la inteligencia sino a machacarla. Está mal visto -resulta incorrecto- ser de élites. Estamos eliminando desde la escuela misma la posibilidad de que haya élites el día de mañana. Es una ofensiva contra la inteligencia: tanto en Europa como en Estados Unidos se busca igualar por abajo.
Pero las élites son necesarias, tanto las intelectuales y culturales como las educativas y políticas: sin ellas no se funciona. La gente confunde: todo el mundo tiene derecho a tener educación y oportunidades. Una vez dentro del sistema, hay que favorecer a los mejores, como se hace en los deportes. En la cultura no es así.
P: ¿Qué importancia le da a la lengua en el proceso vital y educativo?
R: A mí la palabra patriotismo no me gusta. He visto a mucho hijo de... envolverse y defenderse con esa palabra. Pero hay un patriotismo que no falla, que tenemos quienes hablamos una lengua que hablan 500 millones de personas y que tiene como bandera El Quijote. Somos parte de una comunidad cultural y social hispanohablante, tenemos una memoria cultural común.
Es un nacionalismo que practico sin ningún complejo. Soy nacionalista de la lengua española y no de España, sino atlánticamente. Cuando viajo a Puerto Rico, a México, a Buenos Aires, estoy en mi territorio; no en el extranjero. Lo mismo ustedes cuando viajan a España.
P: ¿Y la controversia que existe en España por el catalán y las otras lenguas peninsulares?
R: No voy a entrar en eso, porque son miserias políticas que contaminan.
P: ¿Tiene el periodismo un papel educativo que cumplir?
R: Cuando yo era muy joven y quería ser periodista, hacía la práctica en un periódico de mi ciudad. En una ocasión un periodista mayor me pidió que entrevistara al alcalde. Le dije: ‘Soy muy joven, tengo miedo’. Y me contestó: ‘Cuando vayas con una libreta y un lápiz, es el alcalde quien te tendrá miedo a ti’. La lección: el periodismo es el único poder al que los poderosos tienen miedo.
Temen que sus vilezas, infamias y latrocinios sean publicados y denunciados. Con todos los defectos y problemas del periodismo, es la única herramienta de control real a los excesos políticos.
Por eso es necesario también un periodismo hecho por hombres buenos y más en estos tiempos en que la gente cree que el Internet basta para la información. Si yo mañana cuelgo un vídeo de un hombre apaleando a otro, necesito que alguien, un periodista cualificado, comente esa imagen, la explique.
No hay religión posible sin el intermediario, sin el sacerdote que oficia ante los feligreses. El periodista es el sacerdote, digamos, que oficia entre el hecho y el público. La mera información no basta; Internet no basta. Hace falta alguien con lucidez, con preparación cultural; por eso el periodismo sigue siendo fundamental.
La aventura de unos eruditos
P: Hombres buenos es una novela de aventuras. Cuenta cómo dos académicos de la lengua trajeron a España en 1780 los 28 tomos de la primera edición de la Enciclopedia francesa a pesar de que estaban prohibidos en la península y de que muchos se oponían. El tema no parecía prestarse para una novela de acción.
R: Ese era el desafío: buscar la acción en una peripecia erudita o académica. Finalmente la novela incorporó incluso algo de sexo, o por lo menos de erotismo.
P: Usted se inserta en la novela para explicar sus métodos de investigación.
R: Cuando empecé a escribir, me di cuenta de que el viaje de los académicos tendría momentos tediosos, como los viajes largos de aquella época. ‘¿Cómo rompo eso?’, me pregunté. Introduje mi propio personaje para ir resumiendo, dando saltos temporales y explicando cosas que no podía explicar de otra manera. Fue una técnica en el tratamiento estructural de la novela.
P: Se documentó minuciosamente.
R: La documentación es necesaria. Si se va a falsificar un dólar hay que estudiar bien cómo es ese dólar. Si se va a falsificar la realidad en una novela, hay que conocer muy bien esa realidad; leer mucho. Esa es la fase divertida de una novela en preparación: se leen libros, se conocen cosas, se viaja. Es un entretenimiento personal muy útil que me transforma. Cada vez que escribo una novela no soy el mismo: he aprendido cosas nuevas, la novela me ha obligado a hacer cosas que no hubiera hecho de otra forma.
P: En Hombres buenos se describe una polarización entre las actitudes extremas de quienes eran progresistas en su pensamiento y los tradicionalistas. ¿Hay algún reflejo actual de tales actitudes en la Real Academia de la Lengua Española, de la que usted es miembro?
R: Ahora ya no. Pero ha habido casos interesantísimos, como lo que sucedió tras la Guerra Civil, cuando Franco les ordenó a las academias -de la lengua, de la historia, de las ciencias- que les quitaran las sillas a los académicos que habían huido o estaban exiliados y las llenaran con académicos fieles al régimen. Todas lo hicieron menos la RAE. Y eso que la dirigía un franquista, Pemán. La Academia mantuvo las sillas vacías hasta que fueron volviendo los académicos o se murieron. Fue una muestra de dignidad.
P: La polarización ha sido una constante en la historia española. ¿Lo es hoy?
R: Es algo que tiene que ver con la historia, con la presencia de la religión, con los moros y los cristianos, que marcaron dos bandos de inicio, algo que se acentuó con un siglo XIX turbulento y con la Guerra Civil del siglo veinte. El franquismo, además, en vez de dar por terminado el conflicto tras la guerra, mantuvo la persecución de los vencidos durante cuarenta años. Eso impidió la reconciliación; ocasionó rencores vivos aún hoy. La gente lúcida sabe que esa dualidad es peligrosa, pero el discurso de derechas es muy fuerte todavía.
P: Ha sido periodista y escritor. ¿Le han servido sus experiencias en conflictos armados para sus novelas?
R: Yo he hecho un viaje de ida y vuelta. Siempre fui lector. Tengo una casa con una biblioteca grande. Cuando hice la Primera Comunión, mi madre les pidió a todos que me regalaran libros. Desde entonces tengo una biblioteca personal que entonces contaba con los libros de Julio Verne, Salgari, Dumas, etc.
Cuando me hago reportero llevo ya una preparación como lector. Llego a Beirut y, cuando veo aquello, estoy viendo a Troya, estoy pensando en la Anabasis. Los libros me dieron mecanismos para interpretar el mundo violento en el que trabajé durante 21 años. Entonces, una vez llena la mochila de cosas personales, vuelvo otra vez a la biblioteca, pero con mis propias experiencias. Ya no son solo lecturas. Con los libros leídos y con la vida vivida hago mis novelas. Las escribo con esa mirada que la vida me dejó.
P: Me interesa la figura del héroe en El pintor de batallas, por ejemplo, o en la serie sobre el Capitán Alatriste.
R: El pintor de batallas es mi libro más autobiográfico; es complejo. Me preocupa el tema del héroe en mis novelas. Siempre hablo de héroes, pero no se trata de los que van a la guerra; el héroe puede estar en todas partes. Asume su suerte con entereza y dignidad, asume las reglas duras de la vida con sangre fría, es consecuente consigo mismo, como Alatriste. Sabe que no hay victoria, pero que hay que luchar porque son las reglas. Para ganar o perder hay que pelear. Ese es el héroe que me interesa.
P: Le interesan también los mundos que dependen de códigos particulares: la esgrima, la pintura, la religión, el narcotráfico, la guerra.... Muchos conflictos surgen cuando esos mundos entran en contacto con otros que no obedecen ni entienden los códigos.
R: Me interesa todo aquello que tiene reglas que, efectivamente, entran en conflicto con mundos diferentes. Como sucede en El Quijote.
sc