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Huberto Batis recuerda su llegada al suplemento Sábado del diario Unomáuno, la manera en cómo plasmaron en esas páginas ese extraño periodismo; Lorenzo Meyer plantea la disyuntiva en la que trabaja, considerarse académico o intelectual público y dice “Me gustaría haber sido muy inteligente y tener mucho tiempo para absorber ideas. Me gustan las ideas”; y Juan Ramón de la Fuente explica: “El rol del rector es el rol de quien tiene que estar al frente de una institución y de una comunidad plural, disímbola, muy crítica y diversa”.

Estos tres mexicanos notables son parte del grupo de 14 personajes entrevistados por los historiadores Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez para conformar con sus historias y experiencias el libro El intelectual mexicano: una especie en extinción, cuya finalidad es hacer una radiografía de la figura del intelectual público en estos tiempos modernos; al mismo tiempo, esos pensadores a la vieja usanza, delinean un autorretrato de sí mismos.

“Lo que Luciano y yo sostenemos no es que haya dejado de haber ideas ni que haya dejado de haber hombres y mujeres que piensan, sino que la creación de ideas en algunos momentos se ha desvinculado de la realidad, que más bien se ha restringido a otros espacios y ya no se trata de crear un conocimiento abarcador, generalizado, con múltiples referentes y que tenga visos de teoría, ni nada de eso, sino que ajuste, resuelva y sea útil”, señala Rodríguez.

El libro publicado por Taurus, aprovecha la ausencia de estudios sobre la cultura intelectual de la segunda mitad del siglo XX. “Hicimos entrevistas con la finalidad de construir fuentes para investigaciones posteriores. Pero también así nos acercamos a estos hombres y mujeres desde las preocupaciones de hoy”, afirma Luciano Concheiro.

El historiador y sociólogo nacido en 1992, asegura que “se han terminado por diluir estas grandes figuras solares, el caso más terminado en México es el de Octavio Paz, difícil tener otro Octavio Paz en términos de su poder, de lo que él podía construir de sus relaciones con el exterior. Funcionó como un puente entre toda la producción intelectual o como un traductor de todo lo que sucedía en el mundo y hoy en día tenemos la red, no necesitamos esos intermediarios que mastiquen la información para nosotros”.

Algo central del libro es que los 14 intelectuales reunidos, entre los que también están Juan Villoro, Roger Bartra, José Woldenberg, Jorge G. Castañeda, Vicente Leñero, Elena Poniatowska y Emmanuel Carballo, es que ellos mismos ven que el México de hoy es diametralmente radical al que ellos vivieron.

Lo que Ana Sofia y Luciano explican es lo que ellos llaman “la desaparición de los intelectuales” pero que en realidad es la sustitución del intelectual. Las cuatro razones de la extinción se deben a el establecimiento de la democracia liberal como el modelo hegemónico; el establecimiento de la academia como un espacio que cristaliza la torre de marfil; la explosión de los medios de comunicación que priorizan el comentario sobre la noticia del día; y el establecimiento de la economía de mercado como una fuerza, que dicen, ha logrado hacer incluso de las ideas, mercancías.

Luciano Concheiro asegura que “lo que se ha ido disolviendo por la lógica de la academia que propicia y que privilegia la especialización es la desaparición de estas miradas totales de gran alcance. Uno de los rasgos que destacamos del intelectual público es que era generalista, hablaba de todo, podía establecer grandes modelos, y hoy en día ha surgido otra especie que es la de los tecnócratas o especialistas que comentan desde lo particular”.

Lo que estos dos escritores proponen como conclusión de las entrevistas realizadas a 14 intelectuales no es que deban desaparecer los especialistas para que sólo existan los intelectuales, sino que los dos son valiosos y necesarios. “El problema es que cada vez hay menos intelectuales, cada vez hay menos discursos globales y abarcadores que permitan una explicación cabal”, señala Luciano Concheiro.

Incluso reconocen que el combate de este libro es contra el discurso de los columnistas en los periódicos. “No está mal, pero también es necesario el pensamiento pausado, el pensamiento reflexivo, el pensamiento de largo aliento. Hacen falta libros pensados en otro tono que no se ciñan a la coyuntura”, afirman los historiadores que también juntos son autores del blog La rotativa.

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