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A la muerte de una gran personalidad -y tras el duelo, claro- le siguen los mitos, que muchas veces se amplifican a medida que pasan los años. Gabriel García Márquez y su realismo mágico no son la excepción: durante este primer año transcurrido desde su fallecimiento, las versiones tienden a echar raíces e inmiscuirse en la historia como hechos reales.
Gloria Rodrigué, testigo privilegiada de la relación entre el premio Nobel de Literatura y Argentina, escuchó durante años repetir afirmaciones falsas y verdaderas por igual, que en diálogo con LA NACIÓN separó, como paja del trigo. Ella tenía 18 años cuando conoció a García Márquez, durante la única visita que el escritor hizo a Buenos Aires, en 1967. Por entonces, el colombiano, cuyo nombre y rostro aún eran desconocidos para el público masivo, cumplía su sueño de ver publicada en Buenos Aires la novela que quiso escribir durante una década y media y que tantas satisfacciones le trajo: Cien años de soledad.
Hacía dos años que Rodrigué trabajaba en la editorial Sudamericana, que conducía su abuelo, Antonio López Llausás. Allí escuchó a Paco Porrúa contar la novela con un entusiasmo: "Esto va a funcionar, don Antonio", aseguraba el reconocido editor. Y durante un almuerzo en la quinta familiar, en Bella Vista, escuchó en la voz de García Márquez algunas anécdotas que después leyó en sus ficciones.
Con los años le tocó conducir a ella la editorial y tratar directamente con Gabo y su agente literaria, la española Carmen Balcells.
A poco de cumplirse medio siglo de la publicación de la novela que dio fama mundial a aquel colombiano que le gustaba usar sacos a cuadros, grandes y pequeños, Rodrigué se animó a corregir versiones que se repiten como verdades y a confirmar otras. Para eso no cuenta sólo con los recuerdos, sino con los hechos. La correspondencia entre García Márquez y Porrúa que ella encontró en 1997 (una carta datada en octubre de 1965) desmiente uno de los mayores mitos: que cuando Sudamericana decidió publicar Cien años de soledad, otros editores ya la habían rechazado.
Desde su despacho en la presidencia de editorial Edhasa, dice con cariño de amiga: "Quizás algunos mitos se mantuvieron tanto tiempo porque al mismo García Márquez le gustaban...".
Es verdadero que
Después de su esplendorosa visita de 1967, Gabo nunca regresó a Buenos Aires por supersticioso
"A pesar de las numerosas invitaciones, no volvió a Buenos Aires porque temía romper esa cosa mágica que tuvo con esta ciudad. Creía ciegamente en todo tipo de supersticiones. Fue acá donde se lanzó al mundo en un momento en el que estaba muerto de hambre y tuvo muchísimo éxito: lo reconocían por las calles y vendió un montón de libros".
Cada vez que salía un libro de García Márquez, la Argentina devaluaba su moneda
"Cuando se publicó por primera vez El otoño del patriarca sobrevino el Rodrigazo, y 150 mil ejemplares ya impresos tardaron una década en venderse. Después, cada vez que salía un título suyo había una devaluación, coincidencia que obligó a Sudamericana a hacer seguros de cambio para no fracasar económicamente. Cuando se anunciaba la publicación de un nuevo García Márquez, los libreros se agarraban la cabeza".
La primera tapa de Cien años de soledad no era la que le gustaba al escritor
"Él se puso de acuerdo con un ilustrador mexicano (Vicente Rojo) para que hiciera la portada, pero el libro tenía que entrar a imprenta y esa tapa no llegaba. La editorial hizo entonces otra (con un barquito en la selva) que fue la de la primera edición. Para la segunda, ya se puso la del ilustrador mexicano, que es la de las estampillitas que él quería".
Es falso que
Carlos Barral y Gonzalo Losada leyeron el manuscrito de Cien años de soledad y lo rechazaron
"En la carta que envió a Paco Porrúa en octubre de 1965, García Márquez dice que está trabajando en la novela y que le mandaría el primer capítulo. Es decir que no tenía terminado el libro, por lo que nadie lo podría haber leído ya. Además, tenía una conducta: nunca hacía un contrato antes de tener lista la obra".
El editor Paco Porrúa le ofreció más dinero que otros editores
"No fue una cuestión de dinero. Sudamericana le pagó 500 dólares. Él tenía la ilusión de publicar con esa editorial, de la que había leído libros que le gustaron mucho. Paco Porrúa le escribió para pedirle La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, que ya habían salido en México, y preguntarle si tenía algo inédito. Y él respondió que estaba escribiendo Cien años de soledad, que lo tenía comprometido verbalmente con una editorial uruguaya, pero que trataría de deshacer ese compromiso".
Como Macondo, las historias y personajes de sus libros son fruto de la imaginación
"Le gustaba inventar, pero muchas de las historias que escribió son vivencias suyas de sus años en Aracataca. Dos anécdotas que valen como ejemplos: como su Rebeca de Cien años de soledad, una tía suya comía la cal de las paredes; y Remedios, la Bella, esperó tanto a su amado como el propio autor a Mercedes, su mujer".
rqm