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José Luis Cuevas ideó un mundo y lo plasmó en imágenes pero también en palabras. Si su arte visual cobró forma en su faceta de pintor, dibujante, grabador, escultor e ilustrador, su ingenio quedó plasmado en la letra impresa a través de su “Cuevario”, una columna periodística que durante poco más de seis años publicó semanalmente, todos los lunes, en las páginas culturales de EL UNIVERSAL.

Si en Gato macho (FCE, 1980), su libro autobiográfico, José Luis Cuevas recogió sus obsesiones recurrentes, sus aventuras y desdichas amorosas, el retorno constante a la infancia en busca de experiencias de pronto recordadas y que intentan iluminar su obra pictórica tan inquietante como personal, en la columna “Cuevario” el artista dejó escrita su vida, su obra, su mirada sobre el arte, su pasión por México, su amor por las mujeres y los mil y un temas sobre los que versó su pluma.

Esa pasión por la palabra escrita y la imagen fue uno de los temas recurrentes, en su columna del 8 de febrero de 1999, la tercera colaboración publicada en EL UNIVERSAL, titulada “La autobiografía-río”, José Luis Cuevas escribió:

“Mi escritura ha sido una consecuencia de lo que pinto, grabo o dibujo. Se da una dicotomía entre ambas disciplinas. Mi Autobiografía-río tiene su equivalente gráfico en los autorretratos que hago todos los días, frente a un espejo, para dejar registrados los signos del tiempo. Además es frecuente que en mis dibujos incorpore textos alusivos al tema, como si buscara la mayor compresión de los espectadores. En mi caso, escritura y artes visuales se complementan. Quien no entienda lo que dibujo o pinto, que recurra a mis textos autobiográficos. A lo mejor estos podrán orientarlos para encontrar el verdadero significado de mis imá-genes plásticas, tan auténticas y verdaderas como lo que digo con las palabras”.

Esa relación entre imagen y palabra fue un tema constante en su pensamiento y en su quehacer artístico. Fue una dicotomía insoslayable en su vida, fue una pasión adquirida muy temprano, en sus encuentros intelectuales, en sus relaciones amistosas, en su labor creativa compartida con varios escritores. Incluso varios libros abordaron ese encuentro. Víctor Manuel Mendiola coordinó, por ejemplo, el libro José Luis Cuevas visto por los escritores, editado por El Tucán de Virginia, Ediciones La Giganta y Conaculta. Allí Cuevas es visto por sus otros pares, los escritores.

La última cueva de Cuevas. Aunque su columna “Cuevario” se comenzó a publicar en los años 80 en El Búho de Excélsior, fue en EL UNIVERSAL donde vivió su última época. El 25 de enero de 1999, José Luis Cuevas publicó por vez primera en El Gran Diario de México. Decidió dedicar las dos primeras entregas a hablar de su biblioteca. Luego vinieron muchos temas, incluso los más cotidianos, su colaboración era una columna de columnas. Una suma de varios temas que le interesaban y de los que dejaba constancia.

Lo mismo hablaba de sus hijas y sus viajes, que de su pasión por el arte, de sus deberes, de su amigos, de sus exposiciones próximas, de los estudiosos de su obra, de los libros que aparecían en torno a su trayectoria, de su dolor por la muerte de su esposa Bertha Cuevas, y del nacimiento de su nuevo amor.

Así, lunes a lunes Cuevas plasmó su mundo hasta el 13 de mayo de 2007, cuando publicó el último “Cuevario”. Allí relató cómo fue que empezó a escribir en los años 50, impulsado por Fernando Benítez; recordó que en México en la cultura publicó su primer texto titulado “La cortina del nopal”, que pronto se hizo muy popular y lo marcó.

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