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Desde el 15 de julio, en la Alameda Central se exponen 15 piezas de Rodrigo de la Sierra en torno de su personaje Timo. Como toda la obra de De la Sierra, la muestra Timo entre la gente ha atrapado a miles que se toman selfies entre las piernas de un Timo de cinco metros de alto, o que abrazan o se pegan a alguno de estos objetos. No todos los comentarios son favorables, y lo de menos es que al Timo de De la Sierra se le compare con Ziggy, Michelin o el Dr. Simi. Para críticos como Cuauhtémoc Medina, son “caricaturas de piedra” o “miel artificial” para hacernos “olvidar la pena del momento que vivimos”.
Nacido en la Ciudad de México en 1971 y formado en arquitectura, De la Sierra ha conseguido en los últimos años exponer en edificios de gobiernos federal, estatal y local, de los poderes Ejecutivo y Legislativo, en universidades públicas de los estados de México y Puebla, y espacios públicos donde las exhibiciones son autorizadas por políticos y gobernantes.
En museos se ha presentado en el de la Secretaría de Hacienda (gracias al programa Pago en Especie), el MAM de Toluca y uno en Querétaro; no ha estado en los del INBA e INAH. Su relación es más con políticos que con curadores (los primeros lo coleccionan: han comprado 10 o 12 de sus trabajos, dice el escultor). Entre 2016 y 2017 expuso en la Secretaría de Gobernación, la Cámara de Diputados y el Senado.
Con el Senado y el gobierno de la Ciudad de México está en negociaciones para vender dos piezas de las que expone en la Alameda: El vigilante es la que la Cámara Alta podría adquirir: “La idea es que la pieza forme parte del acervo del Senado, y empezar a hacer un acervo artístico del Senado”, dice Rodrigo de la Sierra. La pieza que el gobierno de la ciudad podría adquirir es Retrato, escultura hecha para que la gente se tome fotos en una banca, un modelo del que ya vendió cinco al Estado de México, propuesto por el gobernador de esa entidad: “Una iniciativa chida del doctor Eruviel que quiere acercar la obra a la gente”, dice.
Cuenta que tras haberse descartado su idea de un gran laberinto de Timos en el Zócalo, el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, le propuso exponer en la Alameda. “El doctor Mancera me dice: ‘Esta es una zona de exposiciones, tenemos oportunidad de presentarlo. Conozco a Timo, conozco al personaje, me gusta, va para el perfil de la gente’. Él sabe que no me importa que la gente toque o se trepe a las esculturas”.
En su página de Facebook, De la Sierra aparece en fotos junto a Miguel Ángel Mancera, quien visitó su estudio tres días antes de la inauguración de sus obras en la Alameda.
Ante la pregunta acerca de la autorización de esta muestra, De la Sierra argumenta que sus obras fueron avaladas por un “Comité de Cultura del DF” que dirige Gabriela Eugenia López. Refiere que las autoridades de la ciudad apoyaron con la instalación, el montaje y las grúas: “Se sintetiza mucho este tipo de exposiciones. Es el mínimo necesario, obviamente no cobro nada por estar en este foro. Quiero que la obra sea vista por la gente.”
Gabriela López, quien es coordinadora de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural en la Secretaría de Cultura, asegura que la propuesta de la exposición de De la Sierra no la decidió ella, que esa propuesta vino de la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México, y que la decisión fue tomada por el Comaep (Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos de la Ciudad de México). La funcionaria detalla que aunque a De la Sierra no se le pagó por sus obras, él costeó el dinero de bases del montaje que es de aproximadamente 180 mil pesos, suma que se le debe. El gobierno de la ciudad está en negociaciones con él para adquirir Retrato, por 175 mil pesos; la decisión dependerá del Comaep.
Venta de obras. A exponer en sedes de gobierno, detalla el propio De la Sierra, fue invitado por las Cámaras y por Gobernación; para la muestra en el Aeropuerto, él buscó a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; así lo cuenta: “Yo toqué la puerta, me escucharon, les dije: ‘Oye, he hecho muchas exposiciones, dame chance’. Me dijeron que sí. Digo, tengo buen marketing. Les hice el montaje y me lo aceptaron”. De la Sierra espera vender una de sus obras para el Aeropuerto.
En un país donde han disminuido cada vez más los recursos para la adquisición de obras de arte en los museos, el Estado de México sí ha hecho posible tal cosa, y la obra de Rodrigo de la Sierra es una de las que con mayor interés ha ido coleccionando.
La Universidad Autónoma del Estado de México compró dos piezas, presentó una exposición suya, le concedió el año pasado el doctorado Honoris Causa, y nombró “Rodrigo de la Sierra” uno de sus espacios en la Facultad de Arquitectura, al que el creador donó una escultura.
El Estado de México, a través de la Dirección General de Recursos Materiales, compró a De la Sierra seis esculturas por la cantidad de 3 millones 187 mil pesos, de acuerdo con una solicitud de información de EL UNIVERSAL.
El desglose en el contrato de adquisición de bienes, con el número CB/2/2017, refiere que son cinco esculturas de la pieza Retrato para Ecatepec, Malinalco, Tepotzotlán y El Oro. La otra que compró el Estado de México mide 4.7 metros y pretende ser “una obra escultórica de gran formato causando un impacto positivo y que pueda ser un punto de referencia en el sitio, logrando que la gente se fotografíe con ésta”, según el contrato.
Trayectoria. De la Sierra cuenta que su carrera como escultor comenzó hace aproximadamente 14 años; en 2005 nació Timo, del que tiene alrededor de 40 tipos de registro ante instancias como IMPI e Indautor.
Sobre su personaje, De la Sierra dice: “Apunta a la ironía de la vida, su decir es el sarcasmos, nace como un observador ante la sociedad. Es actitud. Lo que quiero es narrar una historia, es la parte sutil”. En torno de los cuestionamientos y críticas a su obra, responde: “Cada quien tiene su visión y cada quien tiene su limitación. El arte no es para todos. Que me hacen comparación con Ziggy... es dejar de ver mucho de la obra, del uno al 100 ven el cinco. La pieza tiene mucho concepto. Ahora, que lo comparan, bueno cada quien ve lo que es, lo que le proyecta”.
Acerca de la obra. Mientras que la maestra en escultura en La Esmeralda, Carmen Hernández, destaca el lenguaje universal de De la Sierra, que es accesible a la gente, que “sus piezas están muy bien logradas”, que los volúmenes y detalles están bien modelados, que no porque sea un personaje de caricatura está mal hecho y que maneja distintas técnicas, otros cuestionan a fondo su trabajo.
Pedro Reyes, escultor, asegura: “Lo que hemos visto en las últimas dos décadas ha sido que un grupo de muy malos artistas se ha aprovechado de la ignorancia de los servidores públicos para promover su obra con fondos del erario. Esto lo inició Sebastian; a partir de la escultura del Caballito, hace 20 años, empezó a hacer obra de cada vez peor calidad y mayor escala, y dejó de preocuparle el resto de su gremio y del público sirviendo solamente a sus intereses económicos. A partir de ahí, otros se han aprovechado de esa misma situación, como Javier Marín, Fernando Andriacci o el cantante de La Cuca, en Guadalajara (a José Fors, el gobierno de la capital jalisciense le pagará 4.5 millones de pesos por una escultura). Esto es muy triste. En México hay muy buenos artistas. Pero los malos escultores, como no tienen el apoyo de los museos, buscan construir una carrera con los políticos. A artistas, curadores y críticos nos corresponde asegurarnos de que las inversiones públicas que se hacen en arte sean valiosas y tengan calidad; no estos estafadores que se hacen llamar artistas”.
Para Cuauhtémoc Medina, crítico de arte y curador en jefe del MUAC, el caso de De la Sierra es un ridículo de gusto debilitado para una clase política que “ha llevado la demagogia al punto de transformarla en piedra”.
Medina sostiene que el caso de De la Sierra es extremo, que muestra un personaje copia de modelos de caricatura comercial antiguos que en piedra son “una experiencia equivalente a una ilusión de arte.
“El dato que es muy interesante es que la clase política ha venido cayendo presa o siendo cómplice de modelos de escultura decadente, que tienen como característica fundamental reproducir la afectación en el espacio público. Si uno pensaba que el anacronismo patetista de Jorge y Javier Marín eran como el momento máximo de esa exhibición de miseria visual, hemos dado un paso más al usar el espacio público como medio para hacer olvidar a los ciudadanos las penas que les produce la gestión pública. Es una distracción que utiliza el lugar que existía para el culto civil —algo que no necesariamente acepto— para volverse el sitio de un infantilismo exagerado”.
Medina señala que esto muestra un autorretrato de la clase dirigente, que ante un momento de violencia y desastre social echa miel artificial, y que por otra parte hay una completa abolición de criterios profesionales de política cultural.
“Desde hace varias décadas, el gobierno de la Ciudad de México ha traicionado la promesa que en su momento Cuauhtémoc Cárdenas hizo de regular el espacio público. Uno de los síntomas más claros del deterioro de la izquierda mexicana en el gobierno ha sido, precisamente, cómo sistemáticamente ha abusado del espacio público. Esta clase de objetos creo que son el testimonio histórico, a nivel plástico, de un momento de autoengaño. En estas piezas hay esa función sustitutiva: generar un domingo, que se promueva la idea de que las dificultades y los errores son solamente la caída de una resbaladilla; ese es el significado de la obra de este personaje. La lectura de esto es: ‘Somos idiotas, el mundo es idiota y no hay nada que hacer al respecto’”.