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ssierra@eluniversal.com.mx
La vida en los pliegues es la obra que Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970) ha creado para la Bienal de Venecia. En ella integra escultura, música, video y cerámica; el artista partió de la abstracción y llegó a la figuración. En entrevista desde Venecia cuenta que el lenguaje complejo del proyecto inicial derivó a una reflexión sobre este momento de México, sobre lo que significa estar en un pabellón nacional.
Como todas las obras participantes en la 57 Bienal de Venecia (que abre al público este sábado), La vida en los pliegues se inscribe en el discurso propuesto por la curadora del evento, Christine Macel: “Viva Arte Viva”. Este 11 de mayo, a las 11:30 horas, se inaugura la obra de Amorales en la Sala de Armas de El Arsenal, sede del Pabellón de México, donde permanecerá hasta el 22 de noviembre.
La vida en los pliegues fue curada por Pablo León de la Barra; el costo de la producción fue de 5 millones 400 mil pesos; esta cifra no incluye los gastos de espacio, museografía, catálogo, publicidad, entre otros. La obra consta de más de mil ocarinas en cerámica que producen música; Amorales trabajó, entre otros, con Enrique Arriaga, Yanet Martínez; Emilia Álvarez, quien hizo el trabajo en 3D, y Emilio Gómez Ruiz, ceramista.
¿De qué va La vida en los pliegues?
Es una instalación hecha de tres piezas. Una serie de instrumentos musicales a partir de unas formas de alfabeto que inventé, de manera que cada letra tuviera un sonido; para poder tocar esos instrumentos de viento, que son unas ocarinas, hice una partitura, que es la segunda pieza. Esto lo articulo en un video, una película de 13 minutos, La aldea maldita. Todo es muy abstracto, pero en la película es figurativo. Narra la historia de una familia de migrantes que llega a un pueblo y ahí los rechazan y los linchan. Está contada como una fábula, una historia muy universal, un fenómeno que está ocurriendo ahorita en México y en el mundo. La situación de los migrantes que ocurre en Europa y en nuestro país, y ese rechazo a los inmigrantes.
Con las formas que inventé hice los personajes del video, el bosque, los animales, todos los elementos; hice una maqueta, como una especie de escenario con títeres. Vemos una especie de titiritero que está moviéndolos, animándolos, y luego ves a los músicos tocar: oyes lobos, grillos, viento, todo está hecho con las ocarinas. Aparecen entonces personas y muñecos. El titiritero da un poco esa sensación que a veces tenemos de si es alguien el que está moviendo las cosas o si las cosas sólo se dan por sí mismas, si somos parte de un caos, o si es alguien, un gobierno o cierta gente, manipulando las cosas para que sucedan.
El gobierno de Trump ¿cómo ha marcado tu reflexión hacia la Bienal de Venecia?
En 2003 tuve oportunidad de estar en la Bienal representando a Holanda, era una exposición de grupo, no sólo invitaron a holandeses sino a artistas de distintos países, migrantes, fue como participar de la voluntad de un país por ser multicultural, de ser abierto a las culturas de los demás. Casi siento que fue como el inicio de una idea de multiculturalidad y globalización, y ahorita que estoy representando a mi país; 15 años después, justo se siente un proceso inverso, donde la gente quiere cerrar fronteras, un nuevo nacionalismo súper fuerte. Fue darme cuenta de este tránsito y que debía reflejarlo. Es una sensación apocalíptica, sientes que se está consolidando un mundo extraño, que nos tenemos que adaptar a él o entender o cambiar. Me pareció interesante entonces utilizar una metáfora de lo más oscurantista en México, estos casos de linchamiento que ocurren muchísimo. Y que más que de linchamiento son los casos donde la gente toma el gobierno por sus manos, que igual y administra la justicia por sí misma. Cuando no hay Estado empiezan a suceder estas cosas que son síntomas de algo que puede volverse muy peligroso.
¿Qué te plantea Viva Arte Viva, tema de la Bienal?
Es una reacción a la bienal anterior, que fue muy politizada y densa en información. Esta está apostando más por ¿qué significa ser artista? ¿qué nos da el hecho artístico?
¿Qué respuestas te das a esos planteamientos?
Siento que como artista uno tiene que hacer su discurso desde lo que hace. Esa fue la apuesta: yo trabajo con formas, figuras e imágenes, y cómo con eso puedo representar lo que pienso, porque vivo en un mundo. Ser artista para mí no es estar abstraído del mundo, de un mundo de fantasía, sino intentar entender el mundo en el que estoy y no tratar de entenderlo como sociólogo, político, antropólogo, sino como artista. Mi apuesta fue eso, puedo trabajar este lenguaje de formas y cómo lo puedo significar para que se pueda volver algo metafóricamente político. Fue no generar un discurso con cosas extrañas al arte, con documentos, por ejemplo, sino a partir de las formas, un proceso de significación, una operación exclusivamente artística.
Siento que como artista uno tiende a la abstracción, algo muy complejo. Fue todo un trabajo decantar hacia algo simple. Es importante porque en el mundo hay tanta información, tan compleja, que es muy difícil posicionarse ante las cosas porque todo se vuelve relativo. Es un momento en que es muy difícil tomar posición, y para tomar posición primero hay que enunciar algo claramente. Fue partir de algo complejo, el lenguaje, para ir a contar algo simple, directo.
¿Era claro para ti que tu proyecto tenía que hacer alusión a México?
Yo tenía claro que más que hacer un statement, un gran gesto, tenía que ser consecuente con cómo trabajo y qué estoy haciendo; más que inventar algo nuevo espectacular, fue pensar en qué estoy, y si era capaz en este tiempo de lograrlo. A partir de ahí lo padre no fue hacer sólo producción sino reflexionar sobre lo que estoy ha ciendo. Y fue pensar qué es estar en un pabellón nacional. No es igual a estar en una galería o un museo.
Ocurrió todo esto de los gasolinazos, la cantidad de periodistas muertos, todo, y sentía que tenía que encontrar una forma de hablar de todo eso. Me di cuenta de que mucho de lo que hay es desgobierno. Me pregunté ¿qué es estar en el pabellón nacional, en una situación donde justamente el gobierno está cada vez más débil, donde hay un desgobierno?, ¿qué hace que ocurran linchamientos, autodefensas, situaciones donde el pueblo decide tomar por sí mismo la responsabilidad de la ley? Me pareció importante sembrar la imagen de desgobierno en el pabellón nacional. Acabé tomando una posición. No es sobre nuestra nacionalidad, idiosincrasia o sobre ser mexicano, quise mostrar un aspecto sobre qué se siente vivir allá.
Formas parte del Consejo Asesor de la Secretaría de Cultura, ¿qué esperas de este consejo?
Me llamaron, y el día en que se iba a presentar yo ya estaba aquí. Tengo la esperanza de que ayude. Pero sí me choquée al ver que soy el “jovencito menor de 50”. Espero tener interlocutores. Siempre es medio los mismos. Ojalá entren otros, no por una cuestión de reivindicar generaciones, sino porque los intereses están cambiando.
Algo positivo en México —me decía un amigo de Egipto: “Yo ya no veo esperanza en Egipto”— es que yo siento que en México todavía creemos. Como cualquier miembro de la sociedad, no tienes que ser artista, pensamos que hay una posibilidad de contribuir. Espero en el Consejo poder contribuir, que no sea una especie de ritual, que de algo sirva.