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ana.pinon@eluniversal.com.mx
El bailarín mexicano de danza clásica Braulio Álvarez es el primer extranjero en formar parte del Ballet de Tokio, al que accedió gracias a su amplia experiencia en el Ballet de Hamburgo, al dominio del idioma japonés y a que la compañía por primera vez en su historia, accedió a abrir sus puertas al talento de otras nacionalidades.
La carrera de Braulio, nacido en la Ciudad de México, lo ha convertido en uno de los intérpretes más relevantes de su generación. Su formación inicial comenzó a lado de su madre, Irasema de la Parra. A los 15 años fue a estudiar a la Academia Idyllwild Artes, de California, luego concluyó sus estudios en el Ballet de Hamburgo y durante ocho años formó parte de esta prestigiosa compañía dirigida por un icono de la danza mundial: John Neumeier.
Desde agosto pasado es integrante del Ballet de Tokio, dirigido por Yukari Saito, en donde inició como segundo solista y recientemente fue ascendido a solista. Además, es maestro de la escuela oficial de la compañía. Y en muy poco tiempo consiguió implementar un proyecto que permite a los bailarines crear sus propias coreografías y llevarlas a escena.
La vida en Japón, cuenta en entrevista vía telefónica desde Tokio, no ha sido fácil. No sólo ha tenido que adaptarse a la rigidez de la enseñanza, también a las estructuras sociales y a la disciplina. Sin embargo, el mexicano se ha convertido en una pieza fundamental en la revolución que comienza a gestarse en una de las tres compañías de ballet más importantes de Japón, gracias a su talento y a sus proyectos.
Sus vivencias las comparte en tres idiomas en el blog http://ameblo.jp/tokyodancelife. En donde narra, por ejemplo, de su experiencia a lado de la legendaria estrella del Ballet Bolshoi Vladimir Vassiliev; su vida cotidiana y sus reflexiones sobre el ballet.
¿Por qué dejaste Hamburgo?
No fue una decisión fácil. Llevaba dos años pensándolo. Tenía papeles, bailaba y estaba organizando funciones para que los bailarines presentaran sus propias coreografías , busqué patrocinadores para conseguirlo. Estaba contento pero creo que el director se dio cuenta de que empecé a concentrarme más en el quehacer como coreógrafo y comenzó a no darme cosas nuevas por hacer. Así que me puse a pensar en que no quería llegar a los 35 años pensando en que a mis 20 debí bailar mucho más. La carrera es muy corta y yo quiero seguir bailando. El Ballet de Hamburgo es una compañía grande y famosa, es muy bonita, tiene un gran director al que admiro, pero comprendí que tenía que seguir buscando más espacios para seguir bailando.
¿Cómo fue la búsqueda de una nueva compañía?
Tenía muy claro que debía estar en una compañía con un director que yo admirara y con el que compartiera muchas ideas; también sabía que no deseaba una compañía muy grande porque es más difícil hablar con el director. Fui a la Compañía Nacional de España, pero en ese momento no había audiciones. Así que me fui a Japón, que conocí durante una gira y que me había gustado mucho. Nunca estuvo en mis planes, pero las cosas fluyeron y me mudé a Tokio. A veces las cosas que no se planean son las que mejor salen.
¿Qué es lo que te ha sorprendido de Japón?
En un viaje a Japón descubrí que destacaban dos lados muy diferentes. Hay un gran orden y son muy conservadores, pero también existe una parte loquísima que tiene que ver con la cultura popular y con la juventud. También me di cuenta que predomina la amabilidad y que la comida es deliciosa. Todo me gustó. Así que cuando regresé a Hamburgo, quise aprender japonés, pero no tenía planeado vivir aquí porque siempre supe que la situación para los bailarines es más compleja que en Alemania.
¿Qué has aprendido acerca del ballet, del repertorio, de la técnica y del público asiático?
Son más estrictos en la técnica que en Europa, pero no se enfocan mucho en la parte artística, que por fortuna desarrollé en Hamburgo. En Japón es muy importante cuánto giras y qué tanto brincas, así que he tenido que trabajar mucho, tengo ensayos muy largos y mi maestra se la pasa pidiéndome que repita las cosas. Me ha encantado que cuentan con danza contemporánea y aquí he podido bailar obras de coreógrafos que en Hamburgo no hubiera podido, como Maurice Béjart. También vamos a bailar piezas de Jiri Kylian, Roland Petit. Eso me tiene muy contento. Y el público es muy diferente. Aquí hay tres compañías grandes, la nueva compañía nacional, el Tokio Ballet y el K-Ballet; cada una tiene su público, el nuestro es, quizá, más educado en el sentido de que le gusta un repertorio internacional. En esta compañía se invita a bailarines del Ballet de Stuttgart, en el verano vendrá Isaac Hernández con el English National Ballet; yo vine con el Ballet de Hamburgo.
¿Cómo has vivido ser el primer extranjero?, ¿cómo crees que enriquece la diversidad cultural?
Espero que haya un gran enriquecimiento. Los japoneses tienen un sistema jerárquico muy poderoso y me parece que dificulta que los jóvenes puedan aportar cosas nuevas. Yo llegué de Europa con otro sistema y para mí es más natural decir lo que pienso, expresar mis ideas. Los bailarines se han dado cuenta de lo que hago y están empezando a expresarse un poco más, no por rebeldía, sino porque tienen cosas qué decir. Los bailarines están acostumbrados a bailar como les indican sus maestros y creen que si se mantienen en línea podrán ser buenos; pero yo creo que un intérprete debe aportar su personalidad y sus emociones. Un bailarín que sólo hace pasos perfectos no es interesante. Las cosas están empezando a cambiar poco a poco. Cuando llegué propuse el proyecto para que los bailarines crearan coreografías y me lo aceptaron, pensé que iba a ser más difícil que me escucharan, pero me apoyaron. Seis bailarines presentamos ya una función con nuestras obras. Espero que alguna sea del interés de la dirección y pueda llegar a ser parte del repertorio de la compañía.
¿Esa concepción tan rígida de lo que implica ser bailarín no te ha obligado a dar un paso hacia atrás?
La compañía está empezando a cambiar, su actual directora ha traído nuevas ideas, no le ha dado tanto importancia a las cosas muy conservadoras; creo que se ha ido aflojando un poco esa idea tan estricta sobre los rangos. Por ejemplo, los nuevos integrantes que inician desde la categoría más baja deben hacer la limpieza de los salones y los baños, ellos son los que cuelgan los vestuarios, no hablan con nadie, deben darle el paso a bailarines de rangos más altos. Son reglas que a la directora ya no le parecen tan necesarias.
¿Esa rigidez y perfección te han retado?
Muchísimo, por eso creo que he logrado papeles. Recientemente bailé el personaje Espada del ballet de Don Quijote que tiene muchos solos y lo ensayé con Vladímir Vasíliev, bailarín que fue una leyenda en los 60, jamás me imaginé que podría trabajar con él. En las competencias vemos cómo los japoneses siempre se imponen con su técnica, ahora sé por qué, son unos espartanos, ensayan una y otra vez, si sale mal lo repiten incansablemente. Aquí todavía se usa que un maestro te grite que lo repitas hasta que lo hagas bien. En Estados Unidos, por ejemplo, ya no ocurre y si un maestro grita como en Japón, lo demandan.
¿Cómo ha sido la vida cotidiana?
Al principio fue muy difícil, pese a que sabía a lo que me iba a enfrentar. La puntualidad es increíble, siempre, todas las veces, están a la hora. Tuve que obligarme a no ser el mexicano y extranjero que llega tarde. Las reglas se hicieron para cumplirse y no hay forma de que cedan. Cuando me mudé contraté un servicio de mudanza y las personas me dijeron que mi cama no entraría por la puerta, que podrían dañar el marco; insistí, sugerí mi ayuda, maneras de meterla, pero no la aceptaron. Tuve que meterla solo. Claro, no todo es rigidez. Estoy contento, la gente es muy calurosa, no puedo quejarme de las amistades que he creado, de cómo me han tratado en la compañía. El trabajo es muy intenso; me siento muy bien.
¿Considerarías volver a México?
Siento la obligación de aportar algo a México. Siempre que tengo oportunidad voy a dar clases y a bailar; pero por ahora tengo que concentrarse en lo que estoy haciendo aquí. Esperaré a que llegue el momento para volver, quizá no de manera definitiva, pero ir para aportar algo.