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ssierra@eluniversal.com.mx
La arquitectura debe “provocar una emoción, romper la rutina de casi enajenados en que estamos en la ciudad, debe abrir una atmósfera, una experiencia sensorial”, afirma el arquitecto Felipe Leal.
En la galería del Seminario de Cultura Mexicana, uno de los espacios que recientemente intervino, Felipe Leal habla del libro que lleva su nombre y que se publicó en Colombia en la colección Somosur de la editorial Escala. Mañana, a las 19:30 horas, el libro será presentado en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), con la presencia de Juan Villoro, Carmen Boullosa, Magali Lara, Carlos Aguirre, Isaac Broid, y Bruno Newman.
Se trata de un libro que recopila parte de la obra de Leal, en diferentes grupos: estudios, vivienda, obra pública cultural y educativa, espacio público y proyectos no realizados.
Es un libro muy importante para él porque es una colección que ha difundido el trabajo de arquitectos latinoamericanos, y además porque han aparecido en ésta, entre otros, los mexicanos Luis Barragán, Teodoro González de León y Francisco Serrano.
“El motor principal de mi arquitectura ha sido acercarme a los usuarios, entender qué pasa en el entorno, qué pasa con la calle, qué pasa con los paseantes y con la naturaleza. Todos los proyectos tienen esa condición de preguntarse con qué se relacionan: con la calle, con un jardín, con el mar, con un árbol, con la perspectiva urbana”, sostiene Leal, quien fue director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.
Los nombres de los que participarán en la presentación tienen una razón de ser muy especial: son parte de las “víctimas” de Felipe Leal; los llama así, porque a ellos, entre otros, les ha hecho sus estudios o casas estudio. En el grupo de “víctimas” también estuvieron Gabriel García Márquez, Néstor García Canclini, Vicente Rojo y Susana Zabaleta, entre muchos otros.
—¿Cuál es la historia de su trabajo en casas estudio?
Hay un antecedente muy importante que es Juan O’Gorman, con los estudios para Frida y Diego en 1932. Este tipo de espacios son herencia del siglo XX; yo me incluí en esa tradición que es la del habitar y el trabajar, la del ocio y el negocio. Trabajo, casi como sastre, como psicoanalista; dialogo mucho con ellos previamente. Vicente Rojo, por ejemplo, me contó que trabaja en las mañanas, no en las tardes; que trabaja en series, no en caballete, sobre los muros y en los pisos; que hace varias obras a la par... Hay que meterse en sus dinámicas y en su temperamento.
—¿Cómo fue con los escritores?
Un escritor trabaja de una forma distinta. Lo que abraza al escritor, son sus libros; pero varían: José María Pérez Gay tenía todos los libros y diarios en la mesa; García Márquez no tenía tantos libros; quería cerca de él su obra, la de tres o cuatro autores, y una colección de vallenatos. Y me pidió algo: “Quiero que sea blanco porque soy prácticamente cartagenero, del Caribe”. Para Alejandro Aura lo importante era un espacio para invitar personas a su casa a comer; no quería una sala.
Es cuestión de conversar y después traducir, como el sastre que toma medidas; luego hay visitas y el proyecto puede tener ajustes. Tienes que orientar, decir: “El corte que le va es así”. Al final, García Márquez me decía: “Soy tu víctima, porque ya no quiero salir de aquí, me siento un presidiario”.
Felipe Leal cuenta que el primer estudio que hizo fue para Pedro Meyer; luego vinieron los de Alejandro Aura y Carmen Boullosa; después Rojo, Alberto Ruy Sánchez, Ángeles Mastretta...
“La mejor recomendación fueron ellos porque iban contándose… A la casa de Pérez Gay llegaron Alejandro Rossi y García Márquez... Y luego fue hacer los de un grupo más cercano, de mi generación: Juan Villoro, Carlos Aguirre, Magali Lara, a quien le he hecho tres en distintos lugares y momentos”.
Espacios para educar. La obra educativa y cultural tiene un capítulo muy importante en la carrera de Leal. Esto se refleja en el libro. Él cuenta que al terminar su gestión en la Facultad de Arquitectura, el ex rector Juan Ramón de la Fuente le pidió desarrollar varios proyectos que se precisaban en la Universidad y que se habían pospuesto.
“Me quedé a hacer bibliotecas, centros culturales, en Juriquilla, en Morelia, laboratorios... La obra educativa es otro género que me gusta mucho”.
El libro presenta ejemplos como la Tienda Puma, la Unidad Académica y Cultural en el campus Morelia, la Estación de Metrobús de CU. y, más allá de la UNAM, su obra en la Academia Mexicana de Ciencias.
Es el espacio público otro de los grandes intereses de la arquitectura de Felipe Leal. Recuerda que Marcelo Ebrard lo invitó para recuperar espacios de la ciudad; en 2010, en el marco de los centenarios, se inició la recuperación del Monumento de la Revolución y Plaza de la República, que impactó en toda la colonia Tabacalera. “Creamos una entidad: la Autoridad del Espacio Público. El proyecto fue mejorar espacios que eran referencia para la ciudad, como Madero y La Alameda. Cuando el público ve que mejora, hay más uso. En Madero, antes caminaban 10 mil personas al día; hoy, diario, son 120 mil, y 200 mil, en los fines de semana. Lo importante de esa Autoridad fue sembrar la semilla para resaltar el valor del espacio público”.
Para el arquitecto Felipe Leal, la mayor satisfacción es lo que hacen los usuarios, tanto los del espacio público, como los de un centro cultural o un estudio: “Cuando veo las calles y fuentes llenas, Madero repleto, los niños en las calles... digo que la arquitectura sí sirve para algo; somos una disciplina artística con una gran responsabilidad social. Hay que entender cada vez más a la sociedad, no me gustan las obras autorreferenciadas, sino lo que se vincula con el entorno, con la calle, con la sociedad”, asegura.
—¿Qué tienen en común sus obras?
Generar una emoción; que la gente se emocione con los espacios, que sienta libertad, satisfacción una relación con los espacios.