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ssierra@eluniversal.com.mx
Uno de los recuerdos de infancia que a la pintora Irma Palacios le gusta evocar está muy vinculado con la creación de arte abstracto que caracteriza su obra: “Recuerdo mucho, mucho, que había en frente de unos vecinos nuestros una huerta de plátanos, entonces era muy chica y no jugaba con los niños, yo me acostaba abajo de los plátanos, para ver cómo la luz se metía y hacía formas. Eso para mí era increíble”.
Palacios, quien nació en Iguala, Guerrero en 1943, pero que ha vivido más de la mitad de su vida en la Ciudad de México, en Tlalpan, pertenece a una generación que marcó distancia con el arte figurativo, que abrió caminos desde la abstracción. Su taller está lleno de obras en múltiples formatos, cuadros donde el dorado ha ido ganando terreno, donde apenas se adivina un elemento natural como origen de una pintura. Junto a los grandes lienzos, hay carrizos, calabazas, herramientas, telas, sellos, pequeños objetos; algunos vienen de la naturaleza, otros de tiendas de telas y tlapalerías que recorre como si buscara que la materia le abriera otras vertientes a sus pinturas.
La prolífica artista, ganadora en 1982 de la primera Bienal de Pintura Rufino Tamayo, en 1986 de una Beca Guggenheim, y miembro del Sistema Nacional de Creadores del Arte, que fue amiga de Rufino Tamayo, que comparte su vida con el también pintor Francisco Castro Leñero, que es abstracta, romántica y poeta en sus pinturas, es una de las cinco mujeres que este jueves protagonizarán Confabulario TV, producción de EL UNIVERSAL y Canal 22 que se transmitirá a las 20 horas. El programa ofrecerá también entrevistas con la arqueóloga Linda Manzanilla, la coreógrafa Gladiola Orozco y la investigadora Lucía Melgar, quien hablará de Elena Garro; como invitada en el estudio estará Ana García Bergua.
Los otros pintores. Irma Palacios, quien periódicamente expone en la galería Juan Martín, resiente que en la actualidad la generación de pintores de la que forma parte tenga escasos espacios en los museos y galerías de México:
“En la historia de la pintura en México no existimos como generación, eso se me hace tremendo, porque la realidad es la realidad —dice Palacios—. Yo veo que hay los Boris Viskin, los Castro Leñero, los Gabriel Macotela, Ilse (Gradwohl), yo, y no aparecemos en ningún lado. Eso está extraño, se me hace raro, a mí me gustaría aclarar eso. Chicos que fueron a estudiar fuera y que piensan que aquí es como Europa, pues no, aunque está la globalización, aquí es otro rollo, tenemos otra cultura muy diferente. Y uno, la verdad, es resultado de esa educación, de esa cultura, de este país. Yo soy producto 100% de México, nacida aquí, formada aquí. Me siento muy contenta de haber hecho una súper investigación sobre la pintura y los objetos”.
En su taller, donde traslada grandes lienzos que hace meses están allí puestos, asegura: “Mi obra, sin ser vista como está aquí, no tiene sentido ni valor; la mirada del observador concluye mi obra. Esta obra está coja porque le falta esa mirada, esa mirada que va a terminar el sentido por el que fue hecha”.
Una constante de la manera de trabajar de Palacios es la de investigar los materiales; acude a tiendas del Centro Histórico, a bosques; las texturas, los colores, los objetos del campo, las semillas, las cortezas son al mismo tiempo detonantes de obra que lienzos.
“Mis materiales son pinceles, colores, los colores tienen un lenguaje también. Hago como una propuesta o una insinuación de algo, entonces puedo tomar de ese algo un pedacito para hacer un cuadro abstracto. Es tomar algo de la naturaleza para jugar con ella. Los colores y las formas que usas son realmente lo que eres tú, te identificas con eso porque la única persona que avala un cuadro es la que lo hizo”.
Hoy, Irma Palacios investiga, por ejemplo, con telas que pinta: “Es parte de Penélope que se pasaba tejiendo y destejiendo; pues eso hago para pasarme la vida”.
Comenzó a dibujar cuando siendo una niña estaba internada en la Ciudad de México, y el dibujo fue un medio para paliar la soledad: “Ya después de que hacía las tareas, para no estar triste me ponía a dibujar, copiaba las imágenes del diccionario Larousse, los dibujos que venían chiquitos los hacía grandes, era un reto. No era una pretensión, sólo el hecho de estar haciendo algo”.
De joven quería diseñar ropa —una variación en el oficio de bordadora que tenía su madre— y entonces se metió a estudiar dibujo. A los 30 años, al tiempo que trabajaba en un banco, entró a estudiar a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado de La Esmeralda. Ahí conoció a Francisco Castro Leñero y a sus hermanos pintores (Alberto, José y Miguel). El mayor reto en La Esmeralda fue aprender a dejar atrás la figuración: “Me dio tanto trabajo aprender a dibujar como a desdibujar. Es tan difícil porque tienes en la figuración algo que no es problema. Yo te estoy diciendo ‘esto es una palmera con un árbol’. Y aquí no. ¡Qué chiste es hacer unos jarrones, unos alcatraces como los muralistas! Eso no era lo que yo quería. A través del arte puedes buscar y ser tú tratando de aportar algo diferente, eso es lo difícil”.
Sin ser escritora o poeta, ha llevado la poesía y la reflexión a su obra. De ahí sus libros pintados, otra de las obras que ha producido recientemente.
Palacios no entiende que todavía haya quienes quieran buscar entender una obra abstracta como si fuera figurativa: “La abstracción es como un juego, un juego de posibilidades que tienen que surgir de la naturaleza. En la naturaleza siempre he encontrado cuadros abstractos, fotos que son como si fueran mis cuadros; los encuentro en la naturaleza y no trato de copiarlos. En México dicen: ‘Es que el arte abstracto no lo entiendo’. Pues más que entender me gusta que sientan y que yo sienta esa mirada fresca del que va pasando y que ellos me digan qué es eso. El arte tiene esa magia; los cuadros de Rothko, en la capilla en Houston, sin que seas religioso te conmueven; puedes ver a través de sus negros la infinidad del color, encuentras muchos colores que han llegado al negro”.