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ssierra@eluniversal.com.mx
Hay quienes todavía recuerdan lo que era ver los Los danzantes de Carlos Mérida en el cine Manacar.
El telón, con geométricas figuras de bailarines en vivos tonos naranja, verde y blanco, siempre lucía desplegado delante de la pantalla y, cuando iba a empezar la función, los 12 paneles de más de 11 metros de alto se abrían desde el centro, y quedaban a ambos lados en un sistema que permitía que uno se ubicara sobre otro. “Como una baraja”, cuentan que era. Así se le vio hasta mediados de los años 90.
Aunque muchos dijeron que se perdió la pista de pintura, la verdad es que en 1999 fue donada al FONCA (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes ) y, tras años de estar guardada, ahora es restaurada por especialistas del Cencropam (Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble) del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). La entrega de la pintura al FONCA se realizó con base en su marco jurídico que entonces le permitía recibir donaciones.
En 2017, Los danzantes regresarán, en calidad de comodato, al Manacar, ahora Torre Manacar, diseñada por el arquitecto Teodoro González de León. La obra se exhibirá como una pintura, ya no como telón; ocupará un espacio a la entrada del nuevo edificio y podrá ser vista por el público.
Carlos Mérida la creó en 1964 para ese cine que abrió sus puertas a comienzos de 1965. El del Manacar fue un telón muy especial en toda su obra; era único en el tipo de estructura y tenía como motivo la danza, tema que siempre atrajo al artista guatemalteco, quien fue en los años 30 director de la Escuela de Danza. La pintura tiene una clara alusión a la cultura maya.
La restauración representa una inversión de un millón 169 mil pesos, suma que es pagada por la desarrolladora de la torre, Pulso Inmobiliario. La idea de llevarlo allí ha sido impulsada por el propio arquitecto González de León.
La obra de Los danzantes posee 12 paneles que miden 11.4 metros de alto por 2.56 metros de ancho cada uno; el conjunto suma 294 metros cuadrados. Es uno de los “murales” creados para salas de cine al igual que el de Manuel Felguérez que estuvo en el Diana y el del cine Ermita, de Xavier Guerrero (que espera por ser restaurado).
En busca de un muro. Durante más de ocho años el telón permaneció en una bodega del INBA en Ticomán; en 2008 fue llevado a los talleres del Cencropam, en la calle de Héroes, donde hoy un equipo de restauradores está por concluir los trabajos.
No fue fácil dar con un lugar para esta obra por sus grandes dimensiones. Hace muchos años, González de León buscó que estuviera en el Auditorio Nacional, pero la altura de la pieza impidió que se quedara allí, relata Paula Álvarez, subdirectora técnica del Cencropam. José Luis Ortiz, restaurador del Taller de Pintura de Caballete del Cencropam, detalla que la intervención, que está por concluir, ha implicado sobre todo un trabajo de limpieza y corrección de detalles de la pintura y de los bastidores.
“La técnica de la pintura es acrílico con brocha —explica Ortiz—. Es un diseño muy simple. Estas figuras son un tema recurrente en la obra de Mérida. Dentro de su producción artística es un momento en que tiene ya un estilo muy definido, geométrico, con una paleta de colores delimitada, y siempre con un trabajo de experimentación. En éste hace referencia a la danza, pero también a la pintura maya, a Bonampak y a Palenque”.
Los especialistas han ido trabajando sobre dos o tres de los paneles al mismo tiempo. no han podido ver la obra completa porque su tamaño requiere una gran área para que se despliegue toda. “Para las dimensiones de la pieza, se encuentra en muy buen estado. Suponemos que se quitó del Manacar en buen estado y así se mantuvo. Lo que tiene es mugre acumulada. Es una acumulación natural en toda pintura”.
El restaurador describe que el trabajo se ha realizado primero sobre las telas y luego en cada bastidor (fue retirada cada tela): “Lo primero fue eliminar el polvo con una aspiradora, con un cepillo de cerdas suaves a una distancia medida; se aspiró por el frente y por el reverso, después fue una limpieza húmeda por el lado de la pintura, con agua destilada, con humedad controlada y con eso, prácticamente, se recuperó el color original”.
En algunos bastidores se han corregido los problemas de corrosión; en pequeñas áreas de las telas se han puesto parches de algodón. “No ha habido pérdida de pintura. Han sido mínimas, en los bordes, puntos blancos, milimétricos, causados quizás por el traslado. En algunos casos hubo que hacer ligeras correcciones en diagonales, en curvas de la propia pintura”, precisa Ortiz.
De las piezas móviles que el Cencropam ha restaurado, ésta es la más grande. Los trabajos son obra del Taller de Pintura de Caballete que encabeza Silvia Hernández: “Hemos trabajado formatos muy grandes, como el Rufino Tamayo de la ONU. Cualquier pieza grande es un reto, pero hay piezas chiquitas que también lo son. Cada pieza ofrece un reto muy distinto”.
Los danzantes, que siguen en propiedad del FONCA, estarán en comodato en el Manacar. Los recursos de la restauración fueron depositados al FONCA y éste, a su vez, los transfirió para cubrir los costos de restauración que implicaron los materiales y la contratación de nueve restauradores.
Para su preservación, “a la constructora se le pidió mantener rangos de temperatura específicos, por eso pusieron un sistema doble de aire acondicionado, arriba y abajo de donde estará la obra, en el lobby de acceso a la torre, totalmente visible. Va a ser un espacio muy alto. La pintura no va al piso, queda como en el equivalente a un segundo nivel. Los cristales de la fachada tienen rayos UV. Se acordó que Cencropam mantendrá el monitoreo; dos veces al año habrá mantenimiento porque es un sitio con mucho tránsito de personas”, refiere Paula Álvarez.
El plan de restauración de Los danzantes estaba delineado desde 2008, hubo varios proyectos pero no se concretaron. Muchas obras que llegan al Cencropam siguen a la espera de que se puedan restaurar para un sitio específico y que se pueda pagar por ese trabajo de restauración. Están en fila, por ejemplo, murales de Alfredo Zalce y el de Xavier Guerrero.
Silvia Hernández refiere: “Con los estados existe una especie de ‘adopte una obra’ porque nosotros no tenemos los recursos para estarlos trabajando. Los trabajamos cuando ya hay definido un destino. Si no entra nadie, la obra se queda guardada. Hay muchas cosas almacenadas esperando porque, muchas veces, no tenemos presupuesto y tampoco el tiempo. Es el caso del mural de Alfredo Zalce que estuvo en la sede de la secretaría de Comercio y que el edificio tuvo que ser demolido; el mural se sacó desde el 86 y a la fecha no tiene donde colocarse”.